Andrés acudía a la cita ineludible cada año, con sus padres y su hermano pequeño. Esa era su treceava ocasión. El primer fin de semana del mes de junio, la familia al completo se reunía para celebrar el cumpleaños de la bisabuela María con una comida en su masía. En la casa le esperaban sus abuelos maternos y la homenajeada.
María era la abuela de la madre de Andrés. Ese día les recibió en el porche sentada en una silla de mimbre, con las piernas al sol y las manos apoyadas sobre su bastón, frente a la puerta de madera de la entrada principal de la vivienda. Apenas oía y veía poco. Delante de ella, en el jardín, había una mesa larga vestida con un mantel blanco y servilletas del mismo color, copas azules y cubiertos plateados. Andrés la felicitó y le dio dos besos. Ella sonrió.
Minutos después, llegó la familia de Ángela, la única hermana de la madre de Andrés. Estaba recientemente divorciada de su marido italiano pero seguía viviendo en Roma. Acudía con sus tres hijos, dos chicos y una chica. Saludaron a todo el mundo. Andrés no podía dejar de mirar a Elia, la pequeña, que ya había cumplido quince años. Desde que la había visto aparecer por la puerta de la valla negra de forja, que rodeaba la finca, la había seguido con la mirada por el camino de piedras que cruzaba el jardín. Un leve pinchazo de excitación le hizo erguir el cuerpo. Trató de disimular dándose la vuelta, como si mirara el paisaje de montaña que les rodeaba. Hacía más de cinco meses que no la veía.
—Hola, Andrés. ¿Cómo estás?
—Bien —dijo, viéndose obligado a girarse.
Elia le sonrió y le dio dos besos.
—Qué alto eres.
—Tú también.
Andrés se sintió torpe con sus respuestas. Se frotó la nuca. Pensó que podía haberle preguntado por el viaje en avión o por cómo estaba pero no le salía. Sólo podía mirar las pecas de su nariz.
—¿Dónde está tu hermano?
—No sé, estará pisando hormigas o cazando mariposas.
Ella se rió y se fue a saludar a su otro primo, entretenido en el otro lado del jardín, detrás de la casa. Andrés se fijó en su pelo largo y ondulado mientras se alejaba y se tocó las mejillas impregnadas de su olor a rosas. Se olió la mano con disimulo, disfrutando las pequeñas partículas de fragancia que permanecían en ella.
Su prima italiana siempre le había fascinado. La veía solo en Navidades y ese primer fin de semana de cada junio. No sabía si era por lo poco que la veía o porque era su única prima o porque era italiana o porque lo prohibido era algo que cada vez le llamaba más la atención. Su madre solía contarle anécdotas de sus tres primos. Sabía que Elia sacaba siempre buenas notas, que estudiaba música desde los cuatro años, que tocaba el piano y que hablaba cuatro idiomas. Todo en ella parecía perfecto. Según la madre de Andrés, supo estar en su sitio incluso cuando sus padres se divorciaron. Sus dos hermanos mayores se habían mostrado más rebeldes e inconformes. Pero a él le atraía ahora su cuerpo de mujer, que había visto perfilar en los dos últimos años, su pelo, sus pecas, sus piernas doradas y desnudas asomando debajo de la falda azul marino con finas líneas blancas horizontales.
La abuela Rosa le sacó de sus pensamientos cuando invitó a todos a sentarse a la mesa para comer. Él se sentó de los primeros y Elia, enfrente, dos sillas más a la derecha. La familia degustó los entrantes charlando animada. Tras los champiñones gratinados, los langostinos crujientes, las croquetas variadas y los pimientos rellenos, llegó el cordero asado con patatas. Andrés comía y escuchaba las conversaciones, sin decir nada, mirando a Elia de reojo a veces y evitando hacerlo en otros momentos. En alguna ocasión cruzaron las miradas. Después el abuelo Fermín apareció con una tarta de dos pisos, de mousse de fresa sobre un bizcocho de vainilla. Un nueve y un seis de color rojo la coronaban, junto a dos chispeantes bengalas. Todos cantaron y aplaudieron. La bisabuela María sopló sus velas ayudada por su hija, que la sujetaba del brazo. Se repartió la tarta y luego llegaron los cafés.
El ambiente se fue relajando poco a poco y Andrés aprovechó para levantarse e ir al baño pero, cuando ya estaba dentro y se disponía a cerrar la puerta, Elia empujó para entrar.
—¿Qué haces? —dijo él.
—¿Y tú?
—Yo iba a ir al baño.
Elia cerró la puerta y corrió el pestillo.
—¿Te pasa algo conmigo? —Andrés se puso nervioso y tragó saliva—. Me estás mirando todo el rato.
—Yo, no.
—Tú, sí. ¿Crees que no me he dado cuenta? Me miras como atravesándome. Osato —Él dio unos pasos hacia atrás hasta que la bañera le impidió seguir, ella se le acercó, se puso de puntillas y puso su nariz pecosa a milímetros de su cara—. ¿Te gusto? ¿Ti piace la italiana? —dijo susurrando.
Elia le miraba con sus intensos ojos marrones, mientras ponía su dedo índice sobre el pecho de Andrés. Él empezó a sudar y a respirar agitado, quería salir corriendo pero no podía. Sólo miraba ese dedo bajando lentamente por su torso.
—Soy tu prima hermana, niñato. ¿Estás tonto? —le dijo cambiando el gesto mientras le daba un pellizco en la tripa.
Andrés dio un respingo y se apartó hacia un lado.
—Aprovecha y haz algo para que se te pase la calentura —le dijo severa. Después quitó el cerrojo, abrió la puerta asegurándose de que nadie la veía y volvió a la mesa.
En el jardín había empezado a sonar música italiana. Algunos empezaron a bailar. Otros no sabían cómo salir del baño.
Hola, Natalia
Me ha gustado el texto. Te has centrado en los hechos que sucedieron en un día concreto y has empleado bien la descripción para sin abusar situarnos en el entorno.
La fascinación que siente por Elia se centran en un marcado componente físico. Me resultan familiares esas sensaciones.
El carácter de Elia queda muy bien retratado con el episodio del baño. Pensaba que iba a virar en otra dirección.
Me ha resultado entretenido y su lectura ha sido ágil.
Nos leemos.
Hola, Jose
Esta vez me he permitido un relato más ligero y me he llevado la “fascinación por un familiar” a la experiencia de un adolescente en su despertar sexual. Esa etapa de la vida es un terreno por explorar en los relatos.
La verdad es que me he divertido escribiéndolo 😛
Lo he pulido muchísimas veces. Me doy cuenta que disfruto mucho el proceso de revisión y ajuste de los textos.
Gracias por comentar.
Un abrazo.
Desde luego, podar es bonito. Te hace pensar mucho.
¡Qué cruel la prima italiana! La verdad es que me has hecho viajar a mis quince años, curiosamente (ojo: confesión) me gustaba una prima catalana que solo veía en el pueblo, y hubo un verano en que esa atracción me lo hizo pasar mal… En fin, que me ha resultado fácil ponerme en la piel de Andrés. Qué etapa más dura y difícil. Has ambientado muy bien la escena, con la masía, la bisabuela, el menú… Pero sobre todo has creado un personaje intrigante, con fuerza, que es Elia. Uno se queda con ganas de saber más de ella, o de que Andrés se vengue de alguna manera. Vaya, que no me ha dejado indiferente, su comportamiento me ha metido en la página. Muy bueno el párrafo que empieza con “Su prima italiana siempre le había fascinado”. Esa figura de atracción desconocida por completo, formada en la imaginación del quinceañero como el objeto de deseo perfecto. Enhorabuena. Nos leemos.
Hola, Alberto
Es que las catalanas, no sé yo lo que tenemos… jajajaja 😛
La adolescencia es muy dura, sí. Y es difícil manejar ese nuevo yo que siente atracción, que tiene fantasías, que se excita, que se fija en las personas, de repente, de otra forma. Cuando, en otras cosas, todavía eres un niño.
Y qué potente es la imaginación. Personas de las que no sabemos nada en realidad, se meten en nuestras cabezas a protagonizar nuestras películas mentales.
Me alegra que hayas conectado con el texto 🙂
Gracias por comentar.
Nos leemos.
Que bien me lo he pasado.
Me he sido identificado con el personaje y su momento. Transportado en el tiempo, sintiéndome como él. El relato nos centra en la comida familiar y lo hace bien, de forma correcta. La escena del baño me imaginaba otra cosa, o quizá, como Andrés, deseaba otra cosa. Vaya chasco, carrasco. Lo deja todo bien clarito la prima italiana. Esto también da mas verosimilitud al relato. Ellas siempre dos pasos por delante de nosotros.
La historia es la de Andrés y su fascinación (o su obsesión), pero también nos cuenta muy bien el narrador la familia y la masía. El abuelo Fermín, la bisabuela, etcétera son personajes que podrían dar mas juego para una historia mas larga, o incluso mezclar dos historias.
En definitiva, muy buen trabajo Natalia. Me ha gustado mucho.
Gracias
Hola, Jorge
Me alegra que te lo hayas pasado bien. Yo también lo he hecho escribiendo. Esta vez he jugado a ser un poco mala pero Andrés me lo perdonará 😛
La verdad es que me ha gustado escribir sobre una familia entera, con datos por aquí y por allí.
Pues quién sabe, quizás tengas razón y aquí está el germen de una historia más larga. Veremos.
Gracias por comentar.
Un abrazo.
Hola Natalia,
como dices, a mi también me estaba pareciendo un relato más ligero y que se centraba en la descripción de la situación y la familia, pero luego con Elia has imprimido mucha energía al relato, tanto que me ha sorprendido un poco la actitud de Elia. Habrá que ver como se desarrolla la historia en futuras reuniones.
En el plano formal creo que hay un error: “Esa era su treceava ocasión.”, debería ser decimotercera.
Buen trabajo.
Hola, Carlos
Muchas gracias por comentar mi relato.
Tienes razón, lo correcto es decimotercera. Estuve investigando y parece que es una confusión frecuente. Treceava sería si habláramos de partes de una unidad (como trozos de una tarta, por ejemplo). Pero en este caso era una posición. Lección aprendida.
Un abrazo.