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— Juan, Sara, venid un momento —llamó Cristina desde la cocina. Solo tuvo que llamarles tres veces más antes de que viniesen a la cocina, lo que era un récord. Se afanó en dejar el salmón con huevo hilado presentable en lo que atendía las gulas con huevo y vigilaba la lubina del horno. Primero llegó Juan, acompañado de su cara de eterno adolescente aburrido. Sara, un poco más joven, llegó con el móvil en la mano y sin levantar la mirada.

— Juan, cariño, ayuda a tu padre a colocar la mesa. Sara, mira a ver si puedes llamar a la abuela y que baje ya, que van a dar las nueve.

— Chicos, — volvió a llamarles cuando se giraban. Tardaban tanto en moverse que parecían zombies— sabéis que es la primera navidad sin el abuelo, sed cariñosos con la abuela.

— Que la abuela está bien, mamá. A ver si te enteras —respondió Juan  mientras se iban. Escuchó como Sara llamaba a la abuela y como Alberto le pedía a Juan que fuese cortando el pan.

La abuela no tardó en llegar, y Cristina salió de la cocina para darle dos besos corriendo a su madre. La abuela tenía una sonrisa radiante, iba muy maquillada y vestida con un abrigo de piel.

— Mamá, ¡estas radiante! — exclamó asombrada Cristina.

— Esta noche es especial, cariño — contestó la abuela.

  • Tienes toda la razón.

Cristina volvió a la cocina para llevar los últimos platos para la mesa mientras los chicos iban a saludar a la abuela. Alberto la estaba pidiendo el abrigo mientras la invitaba a sentarse a la cabeza de la mesa. Mientras comprobaba la lubina del horno y cogía las gulas, Cristina se sintió feliz. “Que bien lo lleva mi madre”, pensó.

 

Entró en el salón y se encontró la mesa puesta y a todos sentados. La abuela se sentaba en la cabecera, en el sitio de honor. De un lado estaban los chicos, y del otro su marido y un asiento vacío. Extrañada, Cristina dejó las gulas en el centro y se acercó para sentarse con él.

— Cariño, mejor siéntate en el otro extremo —le dijo la abuela. Todos se miraron extrañados mientras la abuela sonreía. “Se lo debe estar guardando a papá”, pensó Cristina.

— Claro, mamá — respondió sonriendo. No acaba de sentarse cuando sonó el timbre. Miró extrañada a su marido, pero este se encogió de hombros.

— ¡Pero abrid, hombre! — exclamó la abuela.

Los chicos se miraban sin entender nada. Cristina se levantó y se acercó a la puerta. Cuando la abrió, se encontró a Enrique, el hijo de la Carmina la del quinto, la puerta de enfrente del piso de la abuela. Estaba bien vestido, sonreía de oreja a oreja y traía una bandeja de canapés. Parecía la estampa de un anuncio.

— ¡Enrique! ¿pero qué haces…?

— He traído estos canapés — La interrumpió Enrique mientras se los daba y pasaba al recibidor. Cristina sujetaba los canapés sin entender nada mientras Enrique se quitaba el abrigo y lo colgaba. Iba a volver a preguntarle cuando la voz de la abuela llegó desde el salón.

— Enrique, cachorrito, por aquí.

Cristina sintió como se le encogía el estómago. “Así, es como llamaba a mi padre”. Enrique entró directamente al salón y Cristina le siguió, vacilando, sujetando la bandeja de canapés como un náufrago un salvavidas.

 

Enrique se dirigió directamente a la abuela, sin ni siquiera mirar al resto. La abuela le miraba sonriente como una novia el día de su boda. Se levantó para recibirle, y se dieron un largo beso. De esos que te preguntas cuantos segundos puede aguantar la respiración un ser humano.

Sara los miraba entre boquiabierta y asqueada. Juan apenas podía contenerse la risa. Alberto miraba ahora el beso de la abuela ahora a Cristina, preocupado. Cristina estaba de piedra, una estatua que sujetaba los canapés como si fuese un monumento al camarero desconocido.

Enrique y la abuela se separaron, sonrientes.

— Bueno, ¿Dónde me siento? — preguntó Enrique. La abuela señaló la silla a su lado.

— ¿Nadie va a decir nada? — preguntó, la sonrisa un poco más insegura. Todos los rostros se giraron hacia Cristina, expectantes. La alarma del horno empezó a pitar.

— Debería atender eso — dijo dejando los canapés.

Contuvo el impulso de salir corriendo hacia la cocina y paró la alarma. Pensó en sacar la lubina del horno, pero la dejó dentro para que se enfriase menos. Se apoyó sobre la mesa y se sentó resoplando. “¿Qué demonios acaba de pasar ahí dentro?”, pensó. “¿Y papá?”

Cristina sabía que en los últimos años los había visto menos cariñosos, pero lo había achacado a la enfermedad del abuelo. “¿Es que nunca le ha querido?”. Una lágrima empezó a descender por su mejilla.

Aunque estaba abierta, la abuela llamó a la puerta.

— ¿Puedo?

 

— Claro, ahora iba a ir — respondió Cristina mientras se levantaba a toda prisa, se limpiaba las lágrimas y fingía atender el horno. — No te preocupes, ya voy.

— Cariño, sé que te habrá sorprendido.

— ¿Sorprendido, mamá? ¡Pero que coño! — estalló Cristina, volviéndose hacia ella. — ¿Y papá?

— Papá lo sabía.

Cristina recibió esa frase como una bofetada, tuvo que volver a sentarse.

— ¿Qué? — Alcanzó a articular.

La abuela suspiró antes de continuar.

— Tu padre lo sabía. Ya sabes lo mal que se encontraba al final. Fueron muchos años cuidándole. Ya no era el mismo de antes. En la cama no podía…

— Mamá, ¡Por Dios!

— No podía y dejémoslo así, pero tampoco era el mismo hombre. Estaba siempre mal, así que no le quedaban muchas ganas para bromear, pasear, y a veces ni para hablar. Tu le viste, hija. Los últimos meses ni salía de la cama, el pobre.

— Pero…

— Pero tu padre era un buen hombre, podía ser muy cabezón, pero era muy bueno. Y no tenía un pelo de tonto. Se dio cuenta que yo ya no podía más. Un día, nos sinceramos. Resulta que él tampoco podía verme así. Entonces me lo propuso.

La abuela paró un segundo, como si le costase continuar. Tomó aire y evitó mirar a su hija a los ojos.

 

— Me propuso ir a un local de intercambios. Yo al principio me resistí a la idea. Le quería. Él quería que yo fuese feliz y sabía que no podía. Esperó a un día que se sentía bien y me llevó. No me dijo donde, yo pensé que era un bar nuevo. Allí lo volvimos a hablar, y…

— Estaba Enrique. —Adivinó Cristina.

— Si, resulta que muchos chicos jóvenes van a estos sitios buscando mujeres maduras. Te sorprenderías. Nos vio y se acercó a saludar. A los dos nos sorprendió verle allí, no creo que tu padre lo sospechase. El pobre se enteraba de la misa la media, pero nos vio hablar y algo debió intuir. A mí la verdad me gustó hablar con Enrique, pero poco más. Nos fuimos y no pasó nada.

— Pero vivía enfrente.

— Si, y de repente tu padre se pasó semanas pidiéndole ayuda para arreglar cosas de la casa. Al final acababa hablando más con él que con tu padre.

— ¿Y entonces…?

— Si, y nos enamoramos. Todo gracias a tu padre, bendito sea — dijo, mientras se le llenaba los ojos de lágrimas. Cristina empezó también a llorar de nuevo, recordándole. Unas risas llegaron desde el salón y ambas se sonrieron.

— ¿Te trata bien?

— Mucho — Respondió, mientras la tendía la mano.

Cristina la cogió y entraron juntas en el salón, donde Juan estaba devorando los canapés.

— ¿Y la lubina? — pregunto su marido.

Join the discussion 10 Comments

  • Natalia dice:

    Hola, Yuri
    Qué bien leerte de nuevo 🙂
    Creo que tu texto está bien estructurado, los diálogos son fluidos, se lee bien y es coherente. Está bien escrito y bien puntuado.

    En lo formal, se te ha colado un “la”: “Alberto le estaba pidiendo el abrigo”
    Y el tiempo verbal en esta frase creo que tiene que ser pasado: “No acababa de sentarse cuando…”

    Enhorabuena.

  • Jose Romero dice:

    ¡¡Me alegro de tu vuelta activa a la cuchipandi ;)!!

    Veo que con este tiempo de barbecho has cogido fuerzas para escribir. Me ha gustado mucho tu escrito. Bien hilvanado, mucho diálogo, bien trazado, con las emociones claras y fáciles de percibir.
    Me he quedado pensando un buen rato de cuando fueron al lugar del intercambio de parejas… ¿con quien pillaría el abuelo?
    El detalle de la lubina sin duda es el mejor. Si algún día este grupo tiene un logo, propongo una lubina como elemento central.
    Seguimos leyéndonos.
    Abrazos.

    • Yuri dice:

      ¡Gracias, Jose! Que alegría volver al grupo. Muchas gracias por tus comentarios. En mi cabeza, el abuelo no pillaba. No me lo imaginaba al hombre con energía para mucho.

      Un guiño al grupo no podía faltar. Me gusta la idea del logo del grupo ;)..

      Un abrazo enorme!

  • Jorge dice:

    Hola Yuri.
    Tu regreso es más especial que el de los demás. ¿qué tal tus ojos? Me alegra que estés de vuelta y con muchas ganas de escribir.
    Tu historia está muy bien contada, transita de forma fluida entre los diálogos de la familia. En esta ocasión todos tus lectores sabíamos lo que ocurriría a mitad del relato (porque conocíamos el enunciado) pero la segunda parte es toda original y acaba con el reencuentro de madre e hija.
    Lo que me ha pasado con tu historia, aunque bien contada, es que no me creo que la abuela hubiera esperado a la cena para dar una sorpresa a su hija, si como parece, se llevan bien. Digo yo, que se lo habría contado el día antes o esa misma mañana, pero no darle la sorpresa en mitad de la cena. Pero ya sabes, que esta es solo mi opinión y desde el cariño.
    Vamos a por el siguiente.
    Nos leemos.
    PD: me encanta el plato principal de la familia.

    • Yuri dice:

      Hola Jorge,

      Mis ojos geniales. Aún tengo el ojo un pelín irritado y no puedo llevar lentillas por ahora, pero he dejado ver doble y puedo leer (ni te imaginas lo que ha sido para mí estar tanto tiempo sin leer nada). Solo dejar de ver doble y quitarme los mareos me hace sentirme afortunado. Muchas gracias por preguntar :).

      Y por supuesto que veo lo que me comentas de poco creíble. La verdad es que cuesta que resulte creíble, y en este texto me sentí inspirado a tirar por el tema de los intercambios.

      Me alegro que te gustase el plato principal ;).

      Un abrazo!

  • Alberto dice:

    Hola Yuri,
    Me parece un relato entretenido, que se lee con fluidez gracias al uso de los diálogos. La idea me parece muy buena, el abuelo poco antes de dejar el mundo luchando por la felicidad futura de su mujer. Me ha rechinado un poco que cambie tan rápido el destinatario de ese cariñoso ‘cachorrito’ (apelativos que yo imagino más personalizados). También lo del local de intercambios… si fuera un local de divorciad@s… pero como dice José, en uno de intercambios algo tuvo que hacer el abuelo 🙂
    Nos leemos!

    • Yuri dice:

      Hola alberto,

      ¡Gracias! Si, las cosas pasan un poco rápido no lo vamos a negar. Quizás me pase con lo de “cachorrito”, fue mi intento de ir construyendo el momento del beso sin que fuese tan de golpe.
      Pues fíjate que convertirlo en un local de divorciados podría haber tenido más coherencia. Ni se me había ocurrido.

      Un abrazo!

  • Carlos dice:

    Hola Yuri,
    me alegro que ya estés a pleno rendimiento y te hayas reenganchado al grupo en el primer relato.
    Tu relato comienza con dos pensamientos muy diferentes por parte de Cristina y la abuela y has expresado muy bien la extrañeza de Cristina cuando se presenta el vecino con los canapés y también su confusión cuando se besa con la abuela.
    A partir de ahí has tratado de darle un enfoque muy humano para justificar la historia y lo único que de verdad me ha chirriado ha sido lo del local de intercambios, igual bastaba con una simple coincidencia de vecinos y detenerse un poco más en lo que sentían.

    Enhorabuena.

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