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Cada verano, Jorge solía ir de vacaciones al pueblo. Muchas veces acompañaba a su abuelo al campo. De alguna manera, la paz y la calma que se respiraba, el contacto con la tierra, el esfuerzo que se hacía notar en sus débiles músculos, le hacían sentirse humano, aunque él todavía no supiera definirlo así. Tan solo sabía que le gustaba ir montado en el caballo, escuchando el sonido cadencioso de los cascos contra el suelo y ese balanceo de su cuerpo sobre el animal, que tanto le relajaba.

Jorge pensaba que su abuelo era muy sabio, siempre tenía respuesta para todo. Respuestas que él solía entender, no como en la escuela, donde muchas de las cosas que aprendía no tenían sentido aparente.

Ahora estaba allí, en medio de la viña, el sol casi en su cenit caía a plomo sobre ellos. Las cigarras hacía rato que emitían su taladrante y monótono sonido, tan alejado del canto musical de los simpáticos grillos. Hacía tanto calor y tan sofocante que Jorge se había quitado la camiseta y aunque ya estaba moreno aún se le notaba la marca que le dejaba la manga corta en los brazos.

Hacía pocos días que habían empezado la tarea de la raya. Su abuelo le había enseñado que para que la flor de la vid fructificara, dando buenos racimos, era necesario quitar los esquejes que crecen entre las hojas. Al principio, Jorge se limitaba a despuntar los pámpanos, pero pronto aprendido a quitar los esquejes de todo el tallo.

— Abuelo, ¿también tenemos que quitar esta especie de tentáculos que crecen en espiral?

— Eso, son los zarcillos. Podríamos quitarlos, quizás las uvas serían más grandes, pero si se dejan, unos tallos se unen a otros y resisten mejor el viento sin romperse.

Cuando terminaba de rayar cada cepa, Jorge se levantaba, trataba de estirarse para aliviar levemente el dolor de espalda, y miraba al final de la fila contando las cepas que aún faltaban por recorrer.

— Abuelo, ¡cómo duele la espalda!

Entonces el abuelo, quitándose el pañuelo que llevaba sobre la cabeza, anudado por las cuatro esquinas, para protegerse del sol, le dijo:

— Jorge, en la vida no hay que estar constantemente mirando el horizonte. Una vez has echado un vistazo y sabes para donde ir, debes agachar la cabeza, apretar los dientes y centrarte en avanzar para conseguir tu objetivo.

—  Pero es que … ¿y a ti no te duele?

—  Claro que me duele, pero pienso que no me duele y sigo.

—  Abuelo, ¿y crees que este año tendremos buena cosecha?

—  Eso espero, nosotros tenemos que hacer todo lo posible, después el tiempo dirá.

—  ¿Y si me arrodillo?

—  Puedes arrodillarte si quieres, pero recuerda aquella frase del guerrillero: “Es mejor morir de pie que vivir siempre arrodillado” — dijo el abuelo, mientras sonreía para sí, dándose cuenta que esa frase no venía a cuento.

—  ¡Vale!, y se quedó pensando un buen rato.

Al terminar la fila pararon un momento para beber agua y refrescarse un poco debajo de un cerezo. Jorge observó que tenía las ramas dobladas por el peso de las cerezas y comentó:

—  Abuelo, ¿te acuerdas cuando en invierno vimos aquellos árboles con las ramas partidas?

—  Claro que me acuerdo y veo que tú también tienes buena memoria.

—  Me dijiste que algunos árboles tratan de aguantar el peso de la nieve y se rompen, mientras que otros son flexibles y bajan sus ramas dejando caer la nieve. Veo que estos cerezos son de los que bajan sus ramas.

—  ¡Bien dicho Jorge!, a veces las personas debemos aprender de los árboles.

—  Abuelo, esta tarde quiero ir a la piscina con mis amigos.

—  Claro Jorge, la amistad también hay que cultivarla, como hacemos con la vid para obtener buen vino.

Las relaciones son como estos zarcillos, crecen sutilmente y nos unen unos a otros y a veces son una gran ayuda para superar las dificultades.

 

 

Aquella tarde, después de estar con sus amigos en la piscina, Jorge se puso a leer un rato, como de costumbre. Cuando su abuelo llego y le preguntó que hacía, le respondió:

—  Mira abuelo, he encontrado estos versos sobre el vino y la amistad, a lo mejor te gustan:

—  Sí, léemelos.

—  A ver, dijo mientras se ponía erguido como para interpretar.

Tras el equinoccio, que cierra el verano,

desde las alturas, llegó el viento frío,

que acalla las cigarras estivales

y las verdes hojas torna en ocres.

 

Y los campesinos, hijos de la tierra,

cortan con hocinos negras perlas,

apreciados tesoros de Dionisios.

 

Después una joven de doradas piernas,

en airoso baile, sus pies ensangrienta

dando a luz al mundo el esperado jugo.

 

Catarsis alcohólica, vuelve al niño adulto,

sin perder memoria del pasado gusto.

Tú, que sientas comensales a tu mesa,

que eres venerado en las tabernas

y consagrado en sangre en las iglesias.

Si hay un amigo, sea como el vino.

 

— Suena bien, deja que la lea más despacio y para impregnarme de su sabor junto a esta copa de vino.

— Abuelo, ¡Cómo me gustaría poder beber vino como tú!

— De momento lee y aprende, todo llegará. El vino, como la amistad, saben mejor con el tiempo.

Pero incluso la amistad, como el vino, hay que entenderlos bien y tomarlos con medida. Si quieres otro día te contare una historia que se llama “El amigo fiel”. Pero eso será otro día.

 

 

Join the discussion 10 Comments

  • Natalia dice:

    Hola, Carlos
    Tu relato es muy bonito. Me ha gustado mucho. Esas lecciones del abuelo a su nieto son impagables. Me ha despertado mucha ternura 🙂
    Está bien escrito y bien contado, desde la sensibilidad, desde los pequeños detalles.
    El poema está muy bien y es muy adecuado.

    En lo formal, creo que vas mejorando con la puntuación, aunque he encontrado cosas:
    Las comas en estos vocativos (aunque las pones en otros):
    “—¡Bien dicho, Jorge! A veces las personas…”
    “—Claro, Jorge, la amistad…”
    “—Mira, abuelo, he encontrado…”

    Aquí no hay que poner coma:
    “—Eso son los zarcillos.”

    Aquí “cómo” tiene que ser en minúscula:
    “—Abuelo, ¡cómo me gustaría poder beber vino como tú!

    Faltan las comas en esta frase aclaratoria:
    “y, aunque ya estaba moreno, aún se le notaba la marca…”

    Este debe ser un fallo al teclear:
    “pero pronto aprendió a quitar los esquejes”

    Aquí hay que poner el guión para separar lo que dice Jorge de la explicación del narrador.
    —¡Vale! —y se quedó pensando un buen rato.

    Faltan dos tildes:
    “sabes para dónde ir” y “Cuando su abuelo llegó”

    Ah, y la raya de guión va pegada a la palabra, sin espacios.
    —Abuelo,…

    Enhorabuena por tu trabajo.
    Nos leemos 🙂

    • Carlos dice:

      Hola Natalia,
      me alegra que te haya gustado. Tome como punto de partida el poema que ya tenía escrito y trate de englobarla en un relato que relacionara el vino y la amistad, basado en el vinculo que trasciende el tiempo y las diferencias.
      Saludos!

  • Jose dice:

    Hola, Carlos
    ¡te has superado! Todo texto donde hay un abuelo y su nieto es un valor seguro pero tu desempeño lo ha hecho tremendamente emotivo, introduciendo aspectos propios de la uva que le dan mucho contenido. Me ha dado la sensación de que sabías de lo que hablabas. La transcripción del poema, si bien bella, la encuentro prescindible. Quizás si la hubieras empezado con unas pocas estrofas se me hubiese hecho menos pesado. Esto no te lo diría si estuviese enmarcado en una novela.
    Las analogías del vino y la amistad me han gustado.
    Como parece que el narrador no puede opinar, cosa en la que discrepo pero bueno…te dejo puntos que habría que reformular para evitar hacerlo:
    “Las cigarras hacía rato que emitían su taladrante y monótono sonido, tan alejado del canto musical de los simpáticos grillos. Hacía tanto calor y tan sofocante…”.
    Me vas a permitir que me lleve los zarcillos para mi vida y los utilice en mis discursos, sobre todo con los más pequeños. Mil gracias.

    Enhorabuena.

    • Jorge dice:

      Hola Jose.
      Hay narradores que si pueden opinar. Por ejemplo un narrador en primera puede opinar todo lo que quiera.
      Un narrador en tercera omnisciente (el mas habitual de los de tercera persona) tiene muchas ventajas: sabe lo que pasa, sabe lo que ocurre dentro de las personas, sabe lo que ocurrirá en el futuro y sabe (en definitiva) de todo, está por encima de todo y de todos. Pues bien, este narrador: No puede ni debe opinar. Este narrador tampoco puede utilizar palabras coloquiales, etc… Es decir, que tiene muchas ventajas pero también tiene algún inconveniente.

      El narrador en tercera equisciente, quizá si pueda opinar, pero no estoy del todo seguro.

      Es decir, que la elección del narrador de nuestra historia, nos limita algunas cosas, y por eso, esa elección, es tan importante.

      Espero no haberme equivocado.
      Abrazos.

    • Carlos dice:

      Hola Jose,
      gracias por el comentario, me alegra que te haya gustado. Por supuesto, puedes utilizar esa metáfora para tu vida, es muy natural y muy visual.
      Cuando lo escribía y se me ocurría este diálogo sobre la vida entre abuelo y nieto, me acordé de las conversaciones entre Machado y su Juan de Mairena, que me gustaría releer.
      Es cierto que esos trabajos en el campo los conozco y ayudan a apreciar mejor el vino.
      Es curioso, en algunos lugares esa actividad se llama “desnietar”, es una palabra que chocaría en el relato con la relación que se forja entre nieto y abuelo.
      Saludos!

  • Jorge dice:

    Hola Carlos.
    Tu relato está muy bien. Se lee fácil, rápidamente empatizamos con los personajes y mas aún, les damos verosimilitud porque hablan con naturalidad y se nota que saben de lo que hablan. Todo junto, hace que una cotidiana escena se convierta en un relato bonito de leer.
    Has ido mezclando narración con diálogo y este equilibrio es también importante para el fluir la lectura. La poesía está bien y no ha sido demasiado larga. El enlace final entre la amistad y el vino me ha gustado, quizá podías haber hecho alguna mención indirecta a esta unión en el principio del relato para que al final quedara enlazado y bien entrelazado.
    En general, que me ha gustado mucho y lo he disfrutado.

    La frase “-¡Vale!, y se quedó pensando un buen rato” ya te la ha comentado Natalia. En ella mezclas voz de Jorge y voz del narrador y hay que separarlas. Para hacerlo hay varias soluciones, pero voy a quitar las admiraciones para que quede mas claro:

    —Vale —dijo Jorge y se quedó pensando un buen rato.

    —Vale.
    Y se quedó pensando un buen rato.

    —Vale. —Y se quedó pensando un buen rato.

    En tu caso, el cierre de admiración se considera que ya lleva punto y puedes aplicar la tercera opción:
    —¡Vale! —Y se quedó pensando un buen rato.

    Espero haber acertado y espero haber ayudado.
    Enhorabuena.
    Nos leemos.

    • Carlos dice:

      Hola Jorge,
      me alegra que te guste y que aprecies la relación entre vino y amistad.
      Por vuestros comentario, voy cogiendo la costumbre de intercalar narración y diálogo. Como dices, es una escena cotidiana que he tratado que fluyese de forma natural.
      Gracias por las aportaciones.
      Saludos!

  • Alberto dice:

    Me ha gustado mucho tu relato, Carlos. Cuesta pensar que Jorge no eres tú de pequeño, ya que se respira cierta facilidad de conexión con su punto de vista, sus sensaciones, los sentimientos que le inspira el abuelo. Es un lujo contar en la vida con un referente como ese. Me gusta como se relacionan las uvas y el vino con una buena amistad, y me gusta que se hable de las amistades de Jorge pero siendo la amistad de nieto y abuelo la que se muestra. Hay frases muy redondas y bonitas, como ‘le gustaba ir montado en el caballo, escuchando el sonido cadencioso de los cascos contra el suelo y ese balanceo de su cuerpo sobre el animal, que tanto le relajaba’. En fin, un relato tierno, bien escrito y con un abuelo muy molón
    Nos leemos.

    • Carlos dice:

      Hola Alberto,
      me alegra que te haya gustado y te haya resultado creíble. Alguna idea sale de la experiencia vivida, aunque yo no mantenía conversaciones así con mi abuelo :).
      Una vez escrito, también pensé que se percibía una gran amistad entre nieto y abuelo.
      La frase que resaltas, a mi también me pareció muy bonita y sugerente.
      Saludos!

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