El sudor me caía resbalando por la patilla. Y eso que me las había recortado y despoblado hacía no mucho tiempo. El día era caluroso y las sombras codiciadas. En la dársena no solo daba la sombra, si no que corría una brisa fresca y agradable. El maletero estaba abierto cuando llegué y pude meter mi maleta. Desde ese momento no paré de buscar el sitio por donde más corriera el aire, y no estuviera ocupado, claro.
Ya casi era la hora para partir. Se me antojó una botella de agua y fui a la máquina expendedora mientras rebuscaba en mi bolsillo algunas monedas. En cuanto la pude coger, no la abrí para bebérmela, me la pasé por la frente mezclando mi sudor con la condensación de la botella. Algún gemido resonó dentro de mí pero no terminó de ser exhalado.
Cuando regresaba, ya se había formado cola para subir. El conductor estaba comprobando los billetes y entonces fue cuando la vi por primera vez. Allí estaba mi jefa. Parecía que me estuviera persiguiendo. ¿Sería posible? Estaba ya, a punto de subir e iba hablando con un varón. Me situé al final de la cola. Me dije a mí mismo, que no tenía por qué pasar nada, la saludaría con cordialidad y me iría tranquilamente a mi asiento. Luego al llegar a destino, me despediría de ella como si tal cosa.
Saludé al conductor, subí las escaleras y me encaminé por el pasillo entre las butacas. Iba buscando con la mirada a los dos lados para encontrar su rostro, saludarla como había pensado y sentarme. Pero lo primero que vi fue su nuca, porque ella estaba girada sobre su acompañante, el hombre joven con el que hablaba en la cola. Se me encendieron las alarmas, se me tensaron los nervios, aparté la vista lo más rápdido que pude y fui en búsqueda de mi asiento.
Me senté con el corazón acelerado. Aquel señor no era su pareja y los dos parecían en una actitud cariñosa. En esos momentos me hubiera gustado no haber conocido nunca a su marido, pero no sólo le conocía, sino que además había intercambiado teléfonos y algunas confidencias, salvando ciertas distancias, claro.
Siempre he sido una persona de fuertes convicciones morales y estas situaciones me resultaban muy violentas. No me gustaba meterme donde no me llamaban, pero en esos momentos tenía la tentación de informar al susodicho. No tenía ninguna obligación, por supuesto, pero sentía un impulso ético que me incitaba a hacerlo.
Estaba parapetado tras la trasera del asiento. De vez en cuando, no podía evitar asomarme tímidamente por el pasillo para concretar donde se encontraba ella. Veía su mano subir y bajar sobre el apoyabrazos, dibujando figuras en el aire a las que mi imaginación daba explicación. Fantaseaba sobre lo que estaba ocurriendo en aquellos dos asientos y cerraba los ojos para no verlo, inútilmente, porque todo ocurría en mi mente. Siempre es mucho más poderoso lo que imaginamos que lo que vemos. La película había empezado y de vez en cuando trataba de fijar la vista un rato sobre ella, pero acababa desconectando, mi cabeza estaba en permanente ebullición.
Ya nos habíamos desviado y estábamos a punto de hacer la parada de descanso. Prefería no bajar y no encontrarme con ella. Era una situación que, si era posible, deseaba no vivir. Dejé que fueran bajando el resto de pasajeros. Me hice un poco el remolón y luego me levanté para que pasara mi compañero de asiento. Volví y me senté con la voluntad de no bajarme. Por desgracia, cuando se trata de necesidades fisiológicas, la voluntad tiende a resquebrajarse. No me quedaba más remedio que bajar y arriesgarme al posible encuentro. Planifiqué que iría al baño y luego, en vez de quedarme en el restaurante, daría un paseo por la calle. El sol ya estaba bajo y las sombras ya eran largas.
Acabé de orinar aguantando la respiración. Había más de diez urinarios puestos en fila y el olor intenso se filtraba con y sin permiso. Cada bocanada de aire era un suplicio por el que había que pasar. Me lavé las manos intentando no salpicarme. Por un lado, el hedor me empujaba hacía fuera y por el otro, el miedo a encontrarme con la jefa me retenía dentro. Atravesé la puerta de salida y recorrí el pasillo con paso ligero. Solo quedaba pasar por un lateral de la barra y pronto estaría fuera, en la calle y sin riesgo. Tan solo faltaban unos diez pasos cuando escuché una voz conocida tras de mí.
—Pero bueno. ¿Qué haces tú aquí? ¿Me estás siguiendo?
Me di la vuelta y era ella, hablándome con desparpajo, como si me hubiera encontrado en la puerta de la cafetería de la oficina. Miré a su acompañante. Aquel hombre, además de joven también era apuesto. Estaba tras ella, escoltándola, y sonreía relajado. Una parte de mí quería gritar y decir, «Que conozco a tu marido, joder, ¿Cómo me estás haciendo esto?», otra parte de mí atendía incrédula a la desfachatez y el descaro con el que los dos me estaban abordando y la tercera parte, la que al final habló, quería que se abriera un agujero en el suelo y desaparecer por él.
—Mira que coincidencia.
—Pues sí, sí que es casualidad.
No quería hablar. Me quería ir y busqué una excusa lo más rápido que pude, que me sacara inmediatamente de esa conversación.
—Perdonad. Voy a aprovechar para salir y que me dé el aire.
Salí, apurado del sofoco que tenía. Me hubiera gustado estar más tranquilo y mantener la entereza, pero mi corazón latía acelerado. Me alejé todo lo que pude. El calor aún seguía aferrado al asfalto pero el paseo ayudaba a calmarme.
Subí de nuevo en cuanto vi que el conductor abría la puerta. Busqué mi asiento. Solo me levanté para dejar pasar a mi compañero de viaje y recé para no tener que volver a verlos. Miré la pantalla de mi teléfono móvil y me puse a leer mensajes para entretenerme.
La culpa. El cargo de conciencia. No sé qué nombre tenía lo que me atormentaba. Me sentía mal conmigo mismo. No me parecía bien lo que estaba ocurriendo, y la estampa en el bar no había dejado lugar a ninguna duda. Debía dejar de ser cobarde y afrontar la situación. Ser fiel a mí mismo, a mis propias ideas y valores. El comportamiento de ella no era el adecuado y su marido se merecía tener esta información. Luego, él mismo que actuara como quisiera. ¿Por qué tenía que cargar yo con este peso que me aplastaba por dentro? Era injusto.
Inconsciente o conscientemente, busqué el nombre de su marido en el móvil y escribí un escueto: «Q tal? Cómo andas?». Había aparecido el doble check pero todavía no era azul, señal de que aún no lo había leído. Miré a mi compañero de viaje, pero estaba enganchado a la peli. Yo también levanté la vista y le acompañé, pero mi cabeza seguía con la batidora encendida. Poco a poco me fui quedando embobado con la peli y por fin, me quedé absorto.
Cuando me quise dar cuenta, ya estábamos cerca del destino. Volví al móvil y pude ver como el doble check ya tenía color azul. Incluso me había respondido. «Hombre, cuanto tiempo. Q te cuentas?». Me llevé el móvil al pecho. Su mensaje aumentó mi angustia. Estaba de nuevo dividido, pero cada vez pesaba más mi determinación a contárselo. Empecé a escribir apuradamente «No te vas a creer lo q te voy a contar».
Reconocí por las ventanillas que apenas quedaban unas manzanas para llegar a la estación. De repente sentí frío y no era el del aire acondicionado. Era un frío que brotaba de mí. Estaba medio entumecido. El móvil vibró y vi su respuesta. «Cuenta, cuenta».
Ya estábamos en la estación y nos habíamos detenido. De nuevo me levanté para dejar paso. Aproveché que estaba de pie para ir recogiendo las cosas y meterlas en la mochila. No había abierto el libro en todo el viaje. Mi jefa ya bajaba con el guaperas detrás. Entonces vi a su marido que la estaba esperando. Se acercó a recogerla y le dio un beso, y luego se acercó al joven y le dio un beso aún más efusivo.
No daba crédito a lo que estaba viendo. Un pasajero me empujó activándome. Empecé entonces a reflexionar sobre mis convicciones. Allí arriba, mirándolos, aún en el pasillo del autocar cogí el móvil y escribí: «he coincidido con tu mujer en el autocar».
Hola, Jorge
Me ha gustado tu texto. Qué tensión y qué situación más incómoda. Y cómo vuela la imaginación, si la dejamos.
El uso de la primera persona como narrador me parece un acierto total, es como más nos puede llegar.
Nos llevas bien por la historia, nos contagias esa inquietud, ese “Tierra, trágame” que todos hemos vivido alguna vez. Empatizamos enseguida con tu protagonista y su mal cuerpo, a través de sus sensaciones y pensamientos. Bien hecho.
En lo formal, he visto unas cuantas cosas:
Este “sino” se escribe junto.
“En la dársena no solo daba la sombra, sino que corría una brisa”
https://www.fundeu.es/recomendacion/sino-si-no/
Faltan algunas comas en las frases aclaratorias o explicativas:
“En cuanto la pude coger, no la abrí para bebérmela.”
“Cuando regresaba, ya se había formado cola para subir.”
“Planifiqué que iría al baño y luego, en vez de quedarme en el restaurante, daría un paseo por la calle.”
Aquí no pondría ninguna coma:
“Estaba ya a punto de subir e iba hablando con un hombre.”
Aquí sin tilde:
“y estas situaciones me resultaban muy violentas”
Faltan algunas tildes:
“Me dije a mí mismo”
“aparté la vista”
“Una parte de mí quería gritar”
“Hombre, cuánto tiempo. Qué te cuentas?”
Esta frase me suena rara:
“porque ella estaba girada sobre su acompañante” ¿No sería “girada hacia su acompañante”?
Y aquí, un laísmo:
“Se acercó a recogerla y le dio un beso”
Enhorabuena por tu trabajo 🙂
Nos leemos.
Gracias Natalia.
Ya verás cuando aprenda ortografía…
Efectivamente, yo creo que en los mensajes de texto no hay que aplicarlas. De hecho y creo que nadie pone tildes por WhatsApp
Gracias
Yo sí pongo tildes en WhatsApp 😛
Mis compañeros profes escriben todos con tildes en nuestro grupo. Y comas, puntos, y no usamos la k… salvo cuando la palabra la lleva.
Así que no es sólo cosa mía pero entiendo que haya quién no siga las normas de ortografía y puntuación en este contexto.
Un abrazo.
Ayer pregunté a Fundéu sobre el particular. Hoy me han respondido esto: “Si lo que desea es representarse una conversación por un canal de mensajería instantánea, puede destacarse en cursiva el error o, por el contrario, incluir una nota en la que se indique que se trata de una decisión consciente.”
Gracias.
Hola, Jorge
muy divertido tu texto y muy bien escrito. Hay poco diálogo pero realmente no hace falta porque el relato tiene de fundamento la lucha interna del protagonista por querer hacer lo que cree justo pero al mismo tiempo sus bloqueos por lo que socialmente está establecido, que en este caso es no dar “el chivatazo”. Me he sentido en la piel del personaje, la incomodidad que buscas transmitir me ha llegado, sus necesidades fisiológicas frente a su deseo de no ser visto.
Me daba la sensación que en el diálogo con la jefa iba a decir algo del tipo “te presento a mi hijo”. Después, sobre todo al final he entendido otra cosa diametralmente opuesta, de la que no das muchas pistas, quizás el “abrazo mucho más efusivo”. Me he acordado de una serie de Netflix que son un trío, aunque en ese caso, dos mujeres, y me ha dado por llevarlo hacia allí. Sin embargo, lo dejas abierto, y eso me gusta.
De las correcciones formales de Natalia, pondría una objeción a una. Comenta que falta una tilde en una de las frases que dice el marido por whatsapp. Como se trata de una conversación por ese canal y ha puesto cosas como “q tal?” -de la que Natalia no te ha hecho ninguna objeción- entiendo que la falta de tilde también entra en ese tipo de registro, por lo que veo lógico que tenga faltas como la tilde.
¡Enhorabuena!
Muchas gracias por tus comentarios Jose.
El final es como tu quieres que sea. Acuérdate que tu pones la mitad del trabajo como lector. Hay quien prefiere escoger una interpretación y quien prefiere otra.
Me alegra que haya gustado.
Gracias
Hola Jorge,
muy buen relato. Este trabajo que haces para escribir novela se nota.
Vas describiendo muy calmadamente y vas dando capotazos a uno y otro lado aumentando la tensión en cada uno.
Se me ocurre que al final describas como tiene la respuesta escrita y cuando esta a punto de dar a enviar, los ve o incluso lo manda y se pone como loco para borrar el mensaje antes que el otro lo leyera.
Enhorabuena.
Hola Carlos.
Gracias por comentar. Pues sí. Ahora que se pueden borrar los mensajes, estaría bien que lo envíe y que luego lo intenta borrar. Es otro punto mas de tensión. Quizá en la próxima consigna lo puedes continuar y hazles hacer otra cosa.
Gracias
¡Qué buena situación! Es muy posible que sea ficción, pero no puedo dejar de imaginarte a ti, Jorge, en esa situación real… lo que más me ha gustado es como juegas con la tensión al final, con ese doble check de whatsapp, esa pausa en la película… y ese final con el abrazo de los tres! Como lector, desconocía la confianza que tenía el personaje con el marido, pero lo del chivatazo me parecía excesivo, sobre todo sin pruebas. Así que estaba pensando mientras leía: “pero no digas nada, melón!”. Has conseguido atraparme en esa emoción, en este caso no de empatía con el comportamiento del personaje sino lo contrario. En fin, me parece un relato bien desarrollado y escrito. Me ha recordado el fantástico “Esos cielos”, de Atxaga, una novela corta en la que hay tensión a raudales en un autobús. Solo te diría que probaras a podar el texto, no porque a primera vista vea partes que sobran, sino porque estoy seguro de que puedes transmitir lo mismo, respetando la idea, en 800-1000 palabras, y hacer ese esfuerzo de síntesis es un ejercicio muy bueno. A mí por lo menos me ayuda.
Gracias por tu texto. Nos leemos.
Gracias Alberto por tus comentarios.
Yo creo que hay varios párrafos que nos es que se puedan podar, que se pueden incluso quitar. Pero es que también he aprovechado para presentarlo y necesitaba cinco páginas con doble espacio y por eso lo he hecho mas largo, un poco artificialmente, quizá.
En la siguiente no abusaré tanto de vuestra paciencia.
Creo que en algún sitio, brevemente, se explica que el narrador-protagonista conocía la marido, pero sí, puede que eso necesitara mas explicación/justificación.
Muchas Gracias