“Los hombres no son dignos de fiar”. Estoy seguro de que esa fue tu frase, mamá, el día que me dijiste que papá y tú os divorciabais. Supongo que no te diste cuenta que yo era un hombre, aunque fuese un niño. Supongo que no viste más allá de tu corazón roto, y tus lágrimas de fuego.
Yo tampoco pude ver más allá, mamá, y me lo creí. Como si ser hombre fuese malo. Iba a hacerle daño a alguien, a ti. Yo no quería hacerte daño, mamá. No quería que nadie te hiciese daño, ni papá, ni yo. Odié a papá por ello mucho tiempo. Tú lo hiciste para siempre.
Supongo que no tiene mucho sentido escribirte esto. ¿Qué importa, si no lo puedes leer? Supongo que hoy te echo de menos. Siento que tus ojos me ven, me atraviesan, me juzgan. Hoy, he manchado tu recuerdo. Te he decepcionado, ¿verdad? He hecho daño a Irina. Bueno, aún no, se lo haré si se lo digo. ¿Se lo cuento? ¿Qué hubieses preferido tú, mama? ¿Habría cambiado algo? ¿Hubieses notado algo? ¿Lo habría hecho yo?
No sé qué es mejor. Podría explicarme. Puede que me perdonase. Fue solo una vez y ni sé porque lo hice. Quizás tenías razón, mama. Quizás no soy de fiar. Quizás este pene entre mis piernas va siempre a traicionarme. Maldita sea. Fue solo una vez. Podrían haber sido más. Joder, quién me oyese… Vaya basura de defensa. Esta vez la he cagado hasta el fondo.
¿Debería llamar a papá? Es raro, tenerle a él y a ti no. Sé que nunca te gusto que hablase con él. Me siento fatal de solo pensar en llamarle mientras te escribo a ti. Recuerdo que no podías ni verle. Cada vez que venía a buscarme… y cuando cumplí dieciocho… A veces pensaba que vomitarías con solo olerle. Yo, no sé por qué, volví a quererle. Siempre me hizo sentir culpable, quererle, después de lo que hizo. Como si te traicionase.
A lo mejor es su culpa. Sus genes, o algo así. A lo mejor no he podido evitarlo, y eso es lo que intentabas decirme con aquella frase. Y el alcohol. Si Irina se entera me mata. No puedo decírselo, pero si no lo hago, me siento como un cobarde de mierda. No quiero que sufra, pero tampoco sé si podría ocultarlo. ¿Como voy a mirarla, o tocarla? ¿Y a Jacobo? Dios, no quiero que viva lo mismo que yo. Es como volver a vivirlo todo, como una pesadilla. ¿Pude resistirme, o iba a pasar siempre igual? Mamá, por favor, respóndeme, ¿Me he convertido en mi padre? ¿Soy como él? ¿Podía evitarlo?
No queda mucho tiempo. Irina va a llegar pronto y Jacobo está en casa de Marianito. Si se lo voy a decir, tendría que ser ahora. Debería haberla comprado algo. Pero que gilipollez de idea.
Él y yo nunca hablamos de ello. A lo mejor solo quiso sentirse mejor él, o quizás estaba arrepentido de verdad ¿Sabes? No lo ha vuelto a hacer. Vive con María y están bien. Están felices. ¿Cómo lo habrá conseguido? Recuerdo su cara cuando le gritabas, o cuando le echaste. Su cara de “tierra, trágame”. Mi cara.
Una vez, de pequeño, me llevó al parque. Yo no quería ir. Quería quedarme contigo. Tu eras mi madre, y te había hecho daño. Quería que sufriese. Quería pegarle y hacerle llorar. No le dirigí la palabra en horas. Él no hacía más que intentar jugar conmigo. Se enfadó. Corrí. Me alcanzó y tiró de mi brazo. Le golpeé. Pateé sus piernas, grandes como columnas. Intenté pegarle un puñetazo en las piernas.
—¡Quieto! — Me ordenó, cogiéndome por los hombros. Todos los niños y los padres nos miraban. Enrojecí.
—¡Te odio! — Le grité, mis palabras llenas de bilis. Su cara cambió. Sus ojos se humedecieron. Esa cara, mamá, que ponía cada vez que le insultabas. Bajó sus brazos, derrotado. Las lágrimas me inundaron, y sentí mi cuerpo sacudirse con los sollozos.
—Lo siento, hijo —empezó mi padre. — No me he dado cuenta de que también te hecho daño a ti.
Mis ojos llenos de lágrimas le miraron, mis puños aún cerrados.
—¿Porqué?
Mi padre suspiró.
—No lo sé. Quiero a tu madre. Metí la pata. No voy a inventarme excusas.
Estuvimos un momento en silencio, yo cabizbajo, el mirándome. El resto del parque había vuelto a sus juegos y conversaciones.
—No puedo explicarte más. —Reanudó mi padre— Cometí un error, y lo pagaré siempre. Puede que os haya perdido a los dos, y nada me duele más. Solo puedo aceptarlo, e intentar ganaros de nuevo. Es lo justo.
Miré a mi padre.
—Puedes empezar por un helado.
No sé porque he recordado esto, mamá. Ojalá hubieses aceptado tu también su helado. Ojalá lo haga Irina. Ojalá lo haga Jacobo. Ojalá tu también aceptes el mío, mamá, cada vez que me mires. Lo siento. Las llaves suenan en la puerta. Lo siento, mamá. Os he hecho daño a todos. Tengo mucho que recuperar.
Hola Yuri.
Me ha gustado mucho tu texto. Muy original. Como una carta a su madre. Me pregunto si el texto, en vez de epistolar, se podría considerar escrito en segunda persona.
Se comprende la posición del personaje y consigues que nos metamos en su piel. ¡Menuda papeleta le queda!
Están muy bien contadas las anécdotas de él con su madre y la final con el padre. Hacen comprender muy bien su posición y sus sentimientos. Las analogías entre el pasado y su actual situación son muy buenas. Porque él se ve ahora reflejado en ese padre al que repudió.
El final, está bien, porque deja en la imaginación del lector como se va a continuar desarrollando la acción.
Muy buen trabajo.
Nos leemos.
Gracias, Jorge. Me alegro que te haya gustado el texto. sobre escribirlo en segunda persona. Nunca lo he hecho y sospecho que me haría un lío tremendo.
Gracias por leerme y comentar,
Hola, Yuri
Me ha gustado tu texto. Se centra en el después, cuando ya ha sido infiel. Se ha dejado llevar por el impulso y ahora llega el arrepentimiento. Cuando ya es tarde y ya se siente culpable. Consigues transmitir su sentimiento de culpa y desespero.
El enfoque es curioso: un hombre que vuelve a su madre, a sus faldas, para que le perdone por haber hecho lo mismo que su padre le hizo a ella. Algo que le dolió a ella eternamente y él fue testigo. Y va y comete el mismo fallo…
¿Todos los hombres son iguales? ¿El pene manda más que el cerebro? ¿Da igual que tenga una pareja? ¿Son impulsivos todos los hombres? ¿Y las mujeres? ¿Hay diferencia entre unas y otros? ¿Qué se diría si fuera la mujer la infiel? ¿Se tolera más la infidelidad si el que la comete es un hombre? “Es que a ellos les domina el impulso…” ¿Y por qué a ellas no? ¿O sí pero se contienen porque serían peor juzgadas?
Tantas preguntas… darían lugar a un largo debate.
En lo formal, he hecho estas correcciones:
“Sé que nunca te gustó”
“Debería haberle comprado algo.”
“Pero qué gilipollez de idea.”
“Tú eras mi madre”
yo cabizbajo, él mirándome.
Después del guión, no ponemos mayúscula.
—¡Quieto! —me ordenó
—¡Te odio! —le grité
Enhorabuena por tu trabajo.
Nos leemos 🙂
Muchísimas gracias, Natalia. Como siempre doy bienvenida a tus correcciones y me alegra que te haya suscitado el debate.
Un abrazo enorme,
Hola, Yuri
Me ha gustado el formato epistolar. Al hablar en primera persona la apertura de corazón es enorme. No hay espacio para descripciones ni cosas accesorias; sólo la voz del corazón. Por ello, la emoción se capta de forma rápida y el texto transmite mucha fuerza. Y además lo escribes a alguien que nunca lo recibirá, que nunca lo leerá, razón por la que es más fácil arrojar todo sentimiento.
¡Qué terapéutico es escribir cartas que no van a llegar ningún destinatario excepto a ti! Esto me recuerda el concepto niño interior, muy manido en los últimos años, pero que sin duda todos tenemos herido y enfadado con nosotros. Pues bien, una de las formas para llegar a él y sanar la relación es precisamente escribirle cartas. En el fondo, es a uno mismo. Perdonarnos es un gran paso para sanarnos. Es una herramienta que sin duda hay que animar a utilizarla.
Nos has dejado en ascuas aunque apuesto a que se lo va a contar, aún sabiendo el impacto que tendrá.
Enhorabuena por el pedazo de texto.
Abrazos.
Hola José,
Pues muchísimas gracias. Voy leyendo vuestros comentarios y cada vez estoy más orgulloso del texto. El tema del niño interior es algo que conozco en profundidad. Al fin y al cabo, es una de las mejores herramientas terapéuticas que hay. Cartas a los padres también es un recurso habitual. No lo había pensado hasta que he leído pero probablemente de ahí me haya venido la inspiración para escribirlo así.
Un abrazo grande,
Hola Yuri,
interesante esta introspección sobre los sentimientos de culpabilidad.
Es curioso como las cosas se ven de manera diferentes dependiendo del punto de vista, como se repiten patrones de padres a hijos, lo que marcan estos hechos en la infancia cuando eres inmaduro para comprender y cómo algunos gestos de su padre le transmitieron todo sin contarle nada.
Lo de la frase del helado me ha chirriado la forma de decirlo, lo veo poco infantil.
Enhorabuena.
Hola Carlos,
Gracias por tu comentario. ¿Como lo habrías puesto más infantil? Desde luego me cuesta poner palabras infantiles. A ver si con el pequeño Kyran voy aprendiendo.
Un abrazo y gracias.
Te agradezco mucho tu texto, Yuri. El formato ya de por sí me atrae: primera persona, y flujo de pensamiento, aunque algo adornado. Utilizas este recurso para desnudar al personaje. El lector siempre se pregunta cuando del personaje hay en el escritor y viceversa. Si no hay nada, el merito creativo es mucho mayor. Si lo hay, el mérito corresponde a la voluntad de desnudarse frente a otros.
El caso es que el texto mancha al lector, en el buen sentido. Hay dolor, arrepentimiento, dudas, juicio a sí mismo… expiación del odio infantil al padre, recelos incorporados en la niñez que siempre retornan. Tal vez el recuerdo del parque rompa un poco el hilo, pero en cualquier caso tu texto tiene lo que hace falta: contenido, ritmo, emoción. Un personaje con un conflicto real, mostrando su debilidad sin esperar respuestas moralizantes. Le deseo suerte.
Enhorabuena. Nos leemos.
Hola, Alberto,
Pues el texto es totalmente inventado. He sido infiel en el pasado con alguna expareja, asique una culpa parecida me era familiar. Toda la historia de los padres es completamente inventada. El nuevo texto que he subido es también un monólogo interior, creo que menos adornado que este. A ver que te parece. me alegro que te haya gustado y gracias por leer y comentar.
Un abrazo,