Ellos no se han dado cuenta, me ha costado mucho pero he podido llegar. De pie, veo la inmensidad y decido caminar hacia dentro. El mar toca los dedos de mis pies por primera vez y, en este instante, sé que pronto todo se va a detener. Contengo la respiración, cierro los ojos y huelo la sal, como si rozara mi boca. He esperado este momento una eternidad. La brisa acaricia mis mejillas y me despeina. Siempre he querido estar aquí. Un escalofrío profundo, intenso, recorre mi cuerpo de abajo hacia arriba, agita todos mis músculos y me eriza la piel. A lo lejos, ellos hablan sin parar, gritan. Son muchos. No tardarán en percatarse. Les escucho un segundo y sus palabras me pesan en las pestañas, aprietan mis labios y pinchan mis nervios como espinas. Pero es la última vez.
Doy un paso hacia delante y siento el frío en mis tobillos. La humedad agarra mis pantalones y los vuelve pesados pero no me detengo. Avanzo un poco más y siento la fuerza del mar dominando mi cintura. Cada vez están más lejos aunque todavía les oigo, como un zumbido que no cesa. Escupen palabras sin apenas respirar, sin tregua. Cojo aire, levanto los pies y me dejo flotar. Mi camisa de algodón se empapa y se pega a mi pecho, arrugada. Estiro los brazos y las piernas y empiezo a nadar, con lentitud. Miro el horizonte y quiero llegar a él, a esa línea divisoria inalcanzable. Inspiro y me hundo, mi pelo ondea hacia atrás mientras me impulso hacia delante.
Ya lo escucho, es el vacío infinito y me vuelco en él. El agua cristalina refleja la luz del sol y siento paz. Saco la cabeza del agua e inspiro con fuerza, me dejo flotar mientras desabrocho los botones de mi camisa. Tiro de una manga con la mano y saco un brazo, tiro de la camisa y la dejo abandonada. Ya no hay playa a mi alrededor, solo agua clara y cielo. Nadie protesta, nadie opina, nadie habla.
Libero el botón de mis vaqueros y bajo la cremallera. Me los quito despacio y me sumerjo de nuevo. Ellos ya no me alcanzan, no me pueden ver y a mí ya no me duelen sus voces, porque no existen. Mi mente detiene su incesante ritmo. Mi pecho se relaja y deja de apretar. Los hombros se aflojan y mi mandíbula ya no presiona. Me quito la ropa interior y la suelto. Acaricio mi cuerpo, siento la piel que me protege y me reconozco en ella. Nado ligera, sin peso, sin nada. Me vierto en cada gota de mar y respiro por cada poro.
Ya no salgo a la superficie, no es necesario. Dejo de nadar y me acurruco. Me quedo aquí, mecida por el agua, en este eterno ahora, sin dolor, sin pasado, sin palabras. No necesito nada, respiro la vida que hay en mí, en este silencio.
Y me siento libre. Al fin.
Hola, Natalia
Gracias por escribir. Has conseguido hacer bella una situación dramática. La protagonista decide escapar de su entorno, podría ser una familia o bien la sociedad como concepto, porque hablas de ellos sin especificar. A ella le molestan y le duelen sus palabras y supongo que todo el sistema de valores que hay detrás de ellas. Aparentemente ella va a suicidarse o quizás sea un paréntesis que va a darse, un espacio de silencio. Me da la sensación que es un suicidio porque a lo largo de la narración va soltando la coraza o la fachada, toda la ropa que la protegía. En el agua ya no necesita protección y dudo que tenga pensado volver a necesitar la porque lo que dejas en el mar difícilmente se recupera.
Al final, en el desenlace ella se siente libre. Estará cerca el momento en que fallezca seguramente pero evitas entrar en eso con mucho tino.
Un placer leerte.
Hola, Jose
Fue curioso porque me di cuenta de que parecía un suicidio la primera vez que lo leí terminado, de principio a fin. Sabía dónde quería llegar, quería que entrara en el mar y dejara todo atrás, hasta su ropa. Buscaba su esencia más pura.
Yo lo escribí más como una metáfora, un decidir aislarse, refugiarse del ruido, de las personas que no te ayudan a crecer (incluidas algunas que se supone que te quieren), de sus palabras que hacen daño.
El agua, y el mar en concreto, son un símbolo muy poderoso para mí. La verdad es que me resultó sanador escribir este texto.
Me alegra estar de vuelta y no quiero tardar un mes en volver a escribir en esta página. Me está costando mucho encontrar el qué escribir fuera de mi proyecto de novela pero me esforzaré en buscarlo.
Un abrazo y gracias a ti por estar al otro lado 🙂
Hola Natalia.
Cuando lo he leído la primera vez me ha transmitido esas sensaciones de liberación, casi oníricas y no he pensado para nada en el suicidio. Pero es verdad que una vez he leido de Jose la idea es difícil quitártela de la cabeza. Tenía la primera vez, una sensación placentera pero que en realidad no había ocurrido nada, y la idea del suicidio le da más fuerza al relato y además le da más sentido.
Yo he leído el texto sin saber el género del protagonista. Creo que hasta que he leído “nado ligera” no sabía si era un chico o una chica y siempre trato de que el género del autor no me influya (aunque siempre esta ahí). Así que quitando ese detalle y no sé si alguno más, el texto podría pasar por un protagonista sin género y de esa forma ser más universal, dejando que más lectores se identifiquen con la/el protagonista y sus sensaciones.
Muchas gracias por seguir ahí y feliz año.
Abrazo.
Jorge
Hola, Jorge
Es verdad que queda más potente si uno imagina a alguien que quiere dejar de vivir. Queda a la libre interpretación de cada uno.
Me parece una buena idea dejar al protagonista sin género porque no añade ni quita que sea chico o chica.
Feliz año 🙂
Un abrazo.