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Empuja las últimas acelgas hacia el tenedor con un pedazo de pan dejando algunas gotas de aceite sobre la superficie de cristal. Se lleva el cubierto a la boca y luego lo deja sobre la mesa, en el lado derecho del plato. Mastica despacio mientras lo rebaña con el último trozo de la hogaza y tritura este último bocado con lentitud, mirando hacia la televisión sin escucharla. Coloca el tenedor dentro del plato, lo sujeta por el borde, apoya la otra mano en la mesa y se levanta. Camina algo encorvada hacia la cocina, coge el estropajo azul, echa detergente encima y friega los utensilios con delicadeza. Los coloca en el escurreplatos y se vuelve a sentar en la mesa.

Intenta estar atenta a las noticias, pero enseguida desvía la mirada hacia la repisa de la chimenea apagada. Se fija en el barco dentro de la botella, el que él compró en la tienda de antigüedades cercana al parque de los olivos, por el que tanto les gustaba pasear. Gira la cabeza hacia la izquierda, en el lado vacío de la mesa rectangular, y repasa con la mirada los cuadros azules y blancos del mantel. Le parece ver sus manos, moviendo los dedos, jugando con un palillo. Escucha su voz enumerando las citas de los médicos de la semana, revisando la libreta que guarda en el bolsillo izquierdo de su camisa. Sonríe por un segundo cuando recuerda que ya se ha tomado las pastillas, eso sabe hacerlo sin él. De hecho, ella siempre se acordaba al poner la mesa, pero le gustaba que él usara la cabeza cada día y le dijera que era el momento de las medicinas.

Ahora mira la foto de la mesita redonda que está al lado del sofá, en la que él aparece con su nieta en brazos. Pone las manos sobre sus labios y piensa en cuánto le echa de menos, sabe que ella ya no es ella sin su mirada de vuelta, sin verse en sus ojos, sin su otro lado del espejo. Observa su sillón, con esa hendidura imborrable en el asiento. No se atreve a usarlo, nunca lo hizo y así seguirá. Piensa que sentarse ahí sería quitarle el sitio, borrarle del mapa. Y ella no quiere eso, ella quisiera estar en el mapa con él, desde su esquina del sofá, aunque ahora solo sea una imagen en la memoria.

Se levanta de la silla y se acerca a la chimenea, coge la botella y recuerda sus palabras cuando la compró. Le contó, una vez más, que cuando era pequeño soñaba con ser un pirata, surcar los mares, interpretar los mapas y buscar tesoros escondidos en islas llenas de palmeras. Recuerda la ilusión y el brillo de sus ojos pequeños detrás de las gafas.

Recorre con el dedo, con lentitud, el cristal frío de la botella y quita el tapón de corcho para mirar dentro. Fantasea y le imagina en babor con su catalejo avistando tierra, saludando, sonriendo. Aspira el olor retenido de la madera y vuelve a tapar la boca del recipiente. Lo devuelve a su sitio y empieza a llorar en silencio. La garganta se le cierra. Traga saliva con dificultad mientras desliza la mano por sus mejillas para retirar el líquido salado. Una lágrima cae en su hombro, sobre el jersey negro. Se mueve hacia el sofá y se sienta, suspira y piensa que ella nunca soñó cuando era niña con encontrar joyas ni monedas bajo la arena, pero, aun así, sin planos, halló su fortuna. Apoya la cabeza en el respaldo mullido y cierra los ojos dejándose llevar por el cansancio. Ahora todos los días son solo vueltas de las agujas del reloj. Se siente un barco hundido, sin pirata, sin isla, sin mapa. Y sin tesoro.

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  • Jose dice:

    Hola, Natalia
    El primer párrafo que se basa en una descripción pormenorizada de las acciones encierra la lentitud que siente la protagonista por la situación que después se desvela. Me parece un forma brillante de meternos en la emoción de pesadez de vida anodina, melancólica, de la mujer.
    Después nos liberas de ese formato tan bien usado para mostrarnos lo que pasa. Has empleado elementos del salón, dándole mucha visibilidad al estado de ánimo de ella.
    Me ha gustado mucho la escena y sin necesidad de la fuerza de una primera persona, lo que tiene más mérito.
    Un placer leerte y saber que estás ahí.

  • Jose dice:

    Una observación: me parece más acertado decir “se lleva las manos” que no “coloca las manos”. Me imagino a una mujer que le sobrecoge el momento y lleva las manos con cierta rapidez a su rostro para taparse la boca. Decir “coloca” no me transmite esa carga de pesar sino que lo veo neutro como quien lleva a cabo algún trabajo manual.

  • Jorge dice:

    Qué hermoso Natalia.
    Con qué poquitos elementos nos has transmitido el estado de ánimo. Con que parsimonia nos has detallado sus movimientos. Has hecho un zoom a un tenedor con acelgas que luego deja en el plato.
    Es triste, sí, como la protagonista, ¡y qué hermoso a la vez! No veo mejor manera de hacer bella la tristeza.
    Está muy bien escrito, con palabras cuidadas y sencillas. De nuevo has sabido transmitir un sentimiento como nadie y no es nada fácil. Nos dejas con el corazón en un puño, queriendo atravesar las letras e ir ayudar a la protagonista. A estar con ella, a gritarla que la vida continúa, que habrá otros motivos para recuperar los latidos de una vida que continúa.
    Impecable.
    Un placer leerte.

    • Natalia dice:

      Hola, Jorge
      Estamos en esta burbuja nuestra, escribiendo durante horas para poder dejar aquí unas ganas de compartir y de aprender, en este aforo reducido que somos los tres, y me faltaba tu comentario. Es así. Gracias por encontrar el hueco.
      Es duro ver sufrir a una persona y no poder aliviarla como necesitaría. Pero a mí escribir me cura, aunque me cueste arrancar por agotamiento mental, tengo que sacar para comprender y para procesar.
      Ha sido un texto intenso de escribir pero lo he hecho desde la serenidad, aceptando la tristeza y transitando por ella.
      Me alegra que te guste. Muchas gracias por tus palabras.
      Un abrazo.

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