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Estaba siendo otro viaje como tantos: Curioso, pero mortalmente aburrido. Poco más se le podía pedir a un niño que tenía que irse de vacaciones con sus padres. Viajes largos al extranjero para “conocer el mundo” y que con el paso de los años quedan como un puñado de recuerdos por cada país. De todos, hay que reconocer que Rusia fue un viaje especial. Visitar un sitio donde no tenía que repetir mi nombre dos veces era todo un puntazo. Aún me llegan algunos flashbacks: La plaza roja, el metro de Moscú, un tren nocturno, y todas esas fachadas llenas de grietas, pero majestuosas.

El recuerdo más especial fue en el palacio de invierno de San Petersburgo, un museo majestuoso. Mis ojos de niño recuerdan las paredes verdes de su fachada, un verde claro, como de menta, y una plaza con farolas muy bonitas.

—Siempre que vayas de viaje, fíjate en las farolas. Siempre dicen mucho de la ciudad donde estés— Me repetía mi padre, casi cada día. Un mantra que me repetía en cada viaje en que les he acompañado.

Ni que decir tiene que ni las farolas ni los museos son el pasatiempo favorito de un niño de 10 años. Entramos al museo junto con un grupo, pero nos dieron tiempo para explorarlo cada familia a su ritmo. Las salas alargadas y de techos altos se sucedían una tras otra, llenas de obras de arte, sobre todo cuadros y más cuadros. Una exposición de no sé quién, otra de no sé cuál. Después de la primera docena de retratos de rostros serios no podía sino aburrirme. Las horas se alargaban, mientras mis padres intentaban que me interesase por tal o cual cuadro, con poco éxito. Muchos eran bonitos, pero no entendía porque la gente se quedaba varios minutos mirando cada cuadro. Unos segundos me bastaban. Entraba en la sala, recorría las paredes viendo todo, y volvía a reunirme con mis padres, aún en los primeros cuadros.

—Hijo, déjame ver el cuadro tranquila— Decía mi madre mientras yo tiraba de su mano, tratando inútilmente de acelerar el suplicio.

Me daba la sensación de que no acabaríamos nunca. Cada vez que terminaba una sala y empezaba otra, me recordaba a esos sueños de las pelis en las que hay un pasillo interminable y el protagonista nunca alcazaba el final.

—Estos no tienen ni idea de pintar. A mí es que solo me gusta los cuadros realistas. Los del campo y cosas así. ¿Esto que quiere decir? — Seguía disertando mi padre, ignorando mi aburrimiento.

Derrotado, me tuve que contentar con esperar en las salas con asientos, donde al menos podía descansar los pies después de llevar horas dando vueltas. Fue en una de estas, donde encontré el único cuadro que llamó mi atención. Hilera tras hilera de retratos de gente sería se sucedían por las paredes. Al fondo, sin embargo, un cuadro llenaba la pared. En él, se retrataba una habitación con una silla tirada, y un anciano sujetaba entre sus brazos a un joven, muerto, que sangraba aún por la cabeza. A los pies del Joven, un bastón yacía en el suelo. La mirada del anciano, con los ojos abiertos como asustados mientras sujetaba la cabeza del joven contra su pecho me atravesó. Me quede clavado en el sitio, hipnotizado. Era la mirada del horror. Una mirada de terror tan profundo que me sentí sobrecogido, como si el anciano hubiese visto algo tan espeluznante que su misma alma se hubiese marchitado. Su frente, llena de arrugas por el gesto de los ojos, parecía sangrar, como en los cuadros de la pasión de Cristo. No podía apartar la mirada. Solo en la frente estuve fijándome lo que parecía una eternidad, intentando averiguar si sangraba, si se había manchado o era solo la rojez de la piel. Descubrí una lágrima en el ojo del joven fallecido. Las ropas eran elegantes, pero el anciano parecía de luto. La cara demacrada del anciano le hacía parecer un espectro. Parecía que la misma muerte estuviese asustada de poder abrazar a la vida. Mi cuerpo se incendió de fascinación, pero no era capaz de saber que me pasaba.

Mis padres se acercaban, y algo en mí empezó a sentir que no quería irse. Quería seguir mirando el cuadro. Sabía que los chascarrillos empezarían en cuanto me “pillasen” que un cuadro me había gustado, después de haber dado tanto la tabarra. Me senté en los asientos, delante del cuadro, fingiendo que solo estaba descansando mientras seguía mirándolo. Mis padres se acercaron, se detuvieron delante de él, estudiándolo. El cansancio también empezaba a notárseles en la cara. Solo pararon unos segundos, y algo en mi interior se indignó de que no le prestasen más atención.

—Vamos, Tito. Aún queda bastante — Me dijo mi madre, cansada.

No me sentí capaz de pedirles que parasen. Me levanté, pero mi cuerpo no quería seguir. El cuadro me atraía como un imán, y alejarse dolía, desgarraba. Quería seguir allí. Quería llevarme aquel cuadro hermoso, o que me dejasen contemplarlo mientas seguían dando vueltas por el museo. Mis padres se giraron, extrañados.

—Vamos. ¿No querías irte?

«No, no quiero irme». Sentí un terror crecer dentro de mí: Jamás volvería a ver el cuadro. Jamás sabría que cuadro había visto. De golpe recordé que los cuadros venían con un letrero que los explicaban.

El Zar Iván el Terrible y su hijo. Autor: Ilya Repin.

Algo en mí suspiró aliviado.

«El Zar Iván el Terrible y su hijo. Autor: Ilya Repin. El Zar Iván el Terrible y su hijo. Autor: Ilya Repin”», me repetí a mí mismo en mi cabeza, mientras seguía a mis padres. Tenía que recordarlo. Quería recordarlo. Necesitaba recordarlo.

 

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  • Natalia dice:

    Hola, Yuri
    Qué fascinante es viajar para un niño, con todo por descubrir.
    Hay imágenes que se quedan grabadas, aunque pasen muchos años. Flashes de sitios, colores, olores… que recuerdan que un día se estuvo allí. Y que, a veces, vuelven a la mente sin saber por qué.
    Me alegra decirte que sólo me han faltado unas comas aquí:
    “ y que, con el paso de los años, quedan como un puñado de recuerdos…”
    Y, en lugar de “notárseles”, creo que queda mejor: “El cansancio también se les empezaba a notar en la cara.”
    ¡Enhorabuena!

    • Yuri dice:

      `Y que lo digas. La rabia es que recuerdo muy poco de todos los viajes que he hecho porque la mayoría fueron de muy niño (y mi memoria no va muy bien).

      Gracias por ver lo de las comas y la frase. Cuando pillas pocos errores me pongo una medallita 🙂

      un abrazo,

  • Carlos dice:

    Hola Yuri,
    me ha parecido muy interesante como has pasado de un relato en que cuentas el hastío de un niño en contraposición con el de los padres, a crear un interés en el niño que se muestra mucho más real que el de los padres.
    Esto me ha llevado a mirar el cuadro y de verdad que impresiona.
    También he escuchado que este cuadro tiene mucha polémica sobre la historia que tiene detrás.
    Enhorabuena.

    • Yuri dice:

      Si, más tarde descubrí la historia y también me resultó muy impactante.

      Ya que te ha gustado el cuadro, te comparto que solo otro cuadro me ha impactado así, se llama “El caminante sobre el mar de nubes” de Gaspar David Friederich. Desde que me independicé lo tengo colgado del salón.

      Un abrazo,

  • Jose Romero dice:

    Reescribo mi comentario que se me ha borrado entero :(…
    Me gustan las historias con punto de inflexión. En el caso de este texto, claramente se produce cuando el pequeño da con un cuadro que le magnetiza. Antes de ese momento, el autor nos hace contagiarnos del sopor que le produce a un niño un mundo de mayores. Los adultos pueden hacer cosas tremendamente aburridas para la visión de un niño y me he contagiado de esa sensación. La somera descripción del lugar me parece oportuna; no es pesada, ni nos desvía.
    Después, cuando surge la atracción con la pintura, la parte esencial del niño surge; lo más íntimo de su persona se cuela en escena y cobra fuerza. Recela de lo que vayan a decir o pensar los otros, pero finalmente no puede evitar manifestarse y brota para pedir quedarse al lado del cuadro. Y todo eso, lo traslada el autor. Los ojos desorbitados del Zar son el eje de la obra y debido a ello esa parte del relato la remarca con tanta insistencia.
    Me ha gustado mucho leerte.

    Enhorabuena.

  • Jorge dice:

    Hola Yuri.
    Curiosa la historia que nos has contado. Por un lado, ese hastío de tener que acompañar a tus padres a conocer ciudades y museos. Ahora, cuando llevo a mis hijas a otros países, siempre pienso que hay que llenarles el viaje de actividades para ellas. Y claro, se tarda en visitar los países el doble, pero si no lo hacemos, al final ellas lo acusan.
    Luego nos cuentas el impacto que tiene sobre ti un cuadro en particular. Me sorprende el magnetismo que ejerce sobre ti y como te atrae. Hay cuadros que tienen esa capacidad y en ocasiones también me he quedado atrapado en un cuadro concreto, pero el sentimiento que tu transmites es muy muy magnético.
    En lo formal, repites un par de veces majestuoso muy seguido.
    Buen relato.
    Nos leemos.

    • Yuri dice:

      Hola Jorge,

      Bendito eres como padre por hacerle ese enorme favor a tus hijas. Yo he visitado muchos países de niño, pero con poca idea de entretenerme como niño y más de verlo todo. No voy a negar que muchas cosas las he disfrutado y he descubierto cosas preciosas como aquel cuadro, pero también ha sido aburrido.

      Gracias por tu comentario y el apunte sobre la repetición.

      Un abrazo majestuoso 😉

  • Alberto dice:

    Un relato muy curioso, transmites la solemnidad del museo y el aburrimiento que invade al niño, los padres intentando retenerle… finalmente, como ha dicho Carlos, los papeles se cruzan y es el niño el que demuestra pasión, y los padres luchan por moverle. Qué momento más interesante… es curioso que un niño tan pequeño se vea atrapado de ese modo por una obra de arte. Y el hecho de que intentaras recordar el nombre y autor, en un buen último párrafo, es muy significativo. Una cosa buena de tu relato es la interacción con el lector: me has hecho buscar la obra y curiosearla.
    Creo que ‘se indigno de que…’ no es una expresión correcta, al menos suena bastante raro.
    Buen relato y buena elección.
    Nos leemos.

    • Yuri dice:

      Tentado me he visto de ponerla de imagen del texto. Me alegro que os haya picado la curiosidad a tantos. Lo tomo como una muy buena señal.

      Gracias por leerme y por el apunte de la expresión. Releyéndola ahora se me hace un poco más rara que al escribirla.

      Un abrazo,

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