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El placer le aturdía el sentido. Estaba a punto de llegar al clímax, pero quería retrasar el momento. Intentaba controlar sus pulsaciones, alargar esa satisfacción. Ella también estaba disfrutando y su goce estimulaba, aún más, su excitación. Su cuerpo estaba en conflicto consigo mismo; por un lado, quería que no acabara nunca, y por otro, deseaba entregarse. Eyacular. Terminar. Gozar.

Recuperaba poco a poco la consciencia arrebatada por el orgasmo. Ella ya no estaba. La conexión se había cancelado y él esperaba a que el dispositivo se auto limpiara.

A Félix le satisfacía el sexo, pero este sistema de poluciones periódicas le estresaba un poco. Lo aceptaba, como aceptaba ser miembro de la sociedad, ser parte de la misma, como aceptaba, a regañadientes, los confinamientos. Era difícil encontrar actividades con las que matar el tiempo, y él odiaba matar el tiempo. Félix quería llenarlo.

Precisamente, en aquella temporada se sentía pletórico. Félix había encontrado algo realmente excitante. Había conseguido todo un arsenal de libros prohibidos, la mayoría de ellos de las antiguas épocas patriarcales. Se había expuesto, y mucho, para poder acceder al mercado clandestino, pero por fin los tenía consigo.

Cuanto más leía, más descubría. Antes de las castraciones químicas globales, los varones eran violentos y tenían impulsos irrefrenables, su deseo se sobreponía a sus reflexiones. Antes, se producían encuentros sexuales con contacto físico y sin ningún tipo de consentimiento explícito previo. Era más o menos como un estado salvaje. Un sistema de organización anárquico, democracia le llamaban, en el que era difícil imaginar cómo consiguió sobrevivir la humanidad.

Como otros días, la presidenta del matriarcado protector iba a emitir un discurso a todos los residentes. Félix no faltaba nunca a escuchar las consignas. Pero aquel día si faltó. Y no vio el mensaje, porque estaba obsesionado con esa lectura que le hacía vivir en un mundo que no era el suyo. Su cuerpo estaba sufriendo una metamorfosis.

Además de imaginárselo, Félix quería sentirse como aquellos varones primitivos. Pero sabía que podía ser peligroso. Una cosa era conseguir la biblioteca de libros antiguos que ahora disfrutaba y otra, conseguir drogas y acercarse al inframundo. A las cloacas del sistema. Pero creía que el objetivo merecía tomar los riesgos que fueran necesarios.

La cita con el dealer debía ser por la noche. El lugar estaba fuera de cobertura de los sistemas de vigilancia. Tenía que interactuar con él en persona y a menos de dos metros de distancia. Tenía miedo, y por momentos deseaba echarse atrás y volver a su confinamiento. Pero el deseo de tener aquel tarro de pastillas de testosterona le atraía más que cualquier otra cosa. Le encontró a la vuelta de la esquina acordada, justo después de un gran foco de luz. Le pagó lo convenido y el dealer le entregó, de su propia mano, el tarro con las pastillas. Aquel gesto llegó a rozar su piel. Se le aceleró el pulso. Ese contacto furtivo era el primero que había tenido con un ser humano en toda su existencia.

Se lavó las palmas y los dorsos exhaustivamente en cuanto pudo. Guardó el tarro con extremo cuidado. Su nuevo tesoro.  Debía tomarse una pastilla al día y esperar a ver los resultados. La testosterona debía devolverle los sentimientos originarios de aquellos arcaicos humanos.

Los efectos se habían hecho evidentes a las tres semanas. Sentía una fuerte atracción por los cuerpos femeninos. Deseaba poseerlos, tenerlos para él. La sola visualización de alguna de sus camaradas le excitaba sobremanera, sin necesidad de usar ningún dispositivo. Cada vez le costaba más ocultar esos sentimientos. Se sentía fuerte, se sentía agresivo. No podía permanecer encerrado, deseaba el contacto físico. Más aún, el contacto violento. Esa testosterona era una droga extremadamente potente.

La presidenta del matriarcado protector estaba emitiendo un nuevo comunicado. Anunciaba que sería obligatorio otro largo período de confinamiento. Félix golpeo con furia la mesilla al lado del sofá rompiendo el cristal.  La estancia entera se llenó de diminutos cristales. Él miraba con incredulidad aquello, pero aún miraba con más incredulidad su puño.

Félix no soportaba otra larga cuarentena. Empezó a plantearse volver al inframundo. Pero en esta ocasión debía asumir muchos más riesgos. Deseaba tener sexo físico, como los antiguos varones. Sexo sin un consentimiento por escrito y sin ninguna protección. Esta nueva droga le hacía sentir fuerte, seguro, decidido, con mucha autoestima. En momentos, le hacía sentir poderoso.

Estaba allí a la hora pactada. Un grupo de varias personas estaban reunidos a menos de un metro de distancia. Hablaban, charlaban, ¡Se tocaban! Todo era francamente inquietante. La puerta estaba detrás de ellos. Zafándose como pudo, finalmente accedió. Estaba demasiado oscuro, pero él lo seguía teniendo claro. La testosterona seguía presente, empujándole. Aquella oscuridad le susurró: «Acércate, guapo». Con esfuerzo pudo imaginársela en penumbra, desnuda. El olor era muy fuerte y se filtraba directamente al cerebro. Ella se le acercó y le acarició la nuca y el cuello. Su cuerpo rígido, su respiración entrecortada. Aquella mujer estaba desabrochando los botones de su camisa. Él podía ver sus senos desnudos. «¡Sus verdaderos senos!» pensó. Sentía excitación, pero seguía inmóvil, petrificado. En aquel momento ella ya estaba desabrochando el botón del pantalón. Cerró los ojos concentrándose y dejó caer su nuca hacía atrás. Quería satisfacer su ansia, alimentar ese afán oculto, pero también se sentía cohibido, no se atrevía a moverse. Ella cogió su miembro erguido y aquel contacto empezó a cambiar todo. Le provocó repulsa. Eso no era lo que él esperaba. La detuvo con un gesto. Ella se puso de pie y empezó acariciar su torso desnudo. Ese contacto, otra vez, le hizo sentir asco. De repente sintió humedad en la mejilla. Tardó unos segundos en advertir que aquello era saliva de ella. Los latidos se dispararon aún más. Entrecerró los ojos, arrugó la nariz y su boca redondeó el gesto de repugnancia que la falta de luz ocultaba. La separó de él. Su cuerpo se debatía en total contradicción. Allí, a un metro de distancia, empezó a acariciarle el pelo, quería hacerlo, pero a la vez no soportaba la sensación de aquella piel. Su otra mano se deslizó hasta su seno derecho. Otra vez tocó su piel y otra vez el deseo, y otra vez la aversión. Dejó de acariciarla y sus dedos se cerraron en un puño agarrando una mata de pelo. Ella se lo recriminó e intento apartarle, pero aquel brazo estaba lleno de tensión. Todo el asco alimentaba su ira. Con una mano silenció el grito de aquella mujer agarrándola del cuello. La otra la acompañó inmediatamente. Ella se retorcía intentando zafarse. Los espasmos, las patadas, fueron atenuándose. Poco a poco se le cerraron los ojos pero él seguía apretando.

Todavía estuvo un rato más en aquella posición. Domando sus latidos, tomando consciencia de lo que había ocurrido. Se separó de aquel cuerpo sin vida y se miró las palmas deseando que no fueran suyas.

Salió corriendo. Tropezó con el grupo de personas que había visto antes y cayó al suelo. Le intentaron ayudar a levantarse, pero de nuevo ese roce de pieles le produjo repugnancia. Se arrastró hacía atrás huyendo de ellos. Se levantó y desapareció.

De vuelta a casa, necesitaba desinfectarse. Se lavó las manos compulsivamente, eliminando el olor de esa piel, la textura de esos roces.  Vio el tarro de pastillas de testosterona y lo vació en el inodoro. Se sentó buscando calma, sosiego. Sus manos trémulas le parecieron ajenas y se tapó el rostro con ellas, ocultando su mirada, ocultando su vergüenza.

Lloró y las lágrimas parecían expiar sus actos. De lejos vio el dispositivo. Se secó las manos en los pantalones y se acercó despacio. Lo acarició y no pudo evitar mostrar esa mueca.

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  • Jose dice:

    Hola, Jorge
    Me alegra leerte. Has optado por un texto futurista totalmente cambiado al actual a nivel social y político. Me ha tenido interesado en su lectura durante todo el tiempo. La parte final cuando empieza el contacto y la disonancia que le produce en su cabeza me ha llegado; está muy bien retratada.
    Lo que he percibido cuando yo escribía el mío, que sigue tu línea de escenario futurista, es lo complicado que es no meter incoherencias con aspectos que metemos de nuestro presente. Hay que hacer un gran esfuerzo para imaginarse todo un escenario distinto. Me imagino que aquí más que nunca puede ser muy útil, casi necesario,consultar a los grandes escritores de la materia, cosa que no he hecho ?.

    Final duro, impactante y más si cabe la poca repercusión en el personaje, como si todos los días se cargara a alguien. Esa no reacción no me ha resultado creíble imaginándome que se trata de una sociedad sin muestras de violencia, por mucha testosterona que se haya metido el señor.

    En definitiva, me gusta la idea y la forma de exponerla.

    Enhorabuena.

  • Natalia dice:

    Hola, Jorge
    Me ha gustado tu texto, sobre todo por lo que remueve. Es como una sacudida. Menudos temas nos presentas. Un escenario futuro, con la población sometida a confinamientos periódicos que, por desgracia, podemos reconocer. Destaco que es una mujer la que ejerce el matriarcado con el conjunto de la sociedad, al mando. Y el sexo, desnaturalizado y frío.

    El confinamiento nos ha hecho pensar en cosas que creíamos seguras. La de personas que no han podido tener contactos sexuales por vivir solas o con familiares (no parejas)… Para algunos habrá sido duro o muy duro, se conoce el auge de la masturbación durante esos meses.

    La verdad es que da cosa pensar que las relaciones sexuales en el futuro tengan que ser a través de una pantalla, sin tocarse con otra persona. Y que se pueda llegar a rechazar el contacto con la piel del otro u otra. Pero no es algo descabellado, visto que nos esperan nuevas pandemias en el futuro. A saber cómo estaremos en diez años (espero que vivos, eso sí jeje).

    Me gusta el juego de ir a un sitio oscuro a encontrarse con alguna gente que todavía se relaciona sexualmente sin pantallas. Lo presentas como algo prohibido, underground. Tan es así, que a Félix le provoca rechazo, pero no podemos olvidar otro factor: las pastillas de testosterona. Su cabeza rechaza el contacto pero su cuerpo le empuja por impulso. Pierde el control y se le va la situación de las manos.

    En lo formal, lo primero que he necesitado en la lectura ha sido que separaras los párrafos. Visualmente se me amontonaban las frases.

    Creo que, en algún párrafo, escribes demasiadas veces “Félix”. Sabemos que hablas de él, podrías omitirlo o poner “él” en algún momento para aligerar esta sensación de repetición.

    Hay algunas comas que me faltan y algunas que me sobran. Por ejemplo:
    En esta frase yo pondría una coma porque “alargar esa satisfacción” no es una frase completa, no hay sujeto y no se entiende si va sola.
    “Intentaba controlar sus pulsaciones, alargar esa satisfacción.”

    Y en esta yo puntuaría así:
    “Su cuerpo estaba en conflicto consigo mismo; por un lado, quería que no acabara nunca, y, por otro, deseaba entregarse.”
    Luego creo que dealer se escribiría en cursiva, al ser un anglicismo.

    Y aquí hay un laísmo:
    “Allí, a un metro de distancia, empezó a acariciarle el pelo” (a ella)

    Resumiendo. Me ha gustado mucho tu propuesta, creo que nos llevas con mano por tu relato, tocando temas delicados y punzantes que invitan a la reflexión.
    Enhorabuena por tu trabajo.
    Nos leemos 🙂

    • Jose dice:

      buen análisis, Natalia.

    • Jorge dice:

      Muchas Gracias Natalia.
      Muy acertados los comentarios. Lo mas interesante del texto, efectivamente, no es lo que le pasa a Félix, si no lo que intenta crear en el lector con la presentación de esta distopía.
      Lo de la separación de párrafos me lleva a comentar algo que he visto en el pasado. A mi me gusta que cada párrafo tenga un poco de sangría y entre párrafos no dejar ningún espacio. También suelo usar times new roman con 1,5 de interlineado. Cuando copio el texto a nuestra web, todo se transforma y la sangría de los párrafos desaparece y también el interlineado. Incluso los diálogos aparecen sin sangría. A ves voy y con un golpe de tabulador los pongo, pero otras veces no lo consigo. Como siempre voy con el agua al cuello, pues acabo por no cuidar estos detalles meta-textuales que creo que SI son importantes. A ver si me podéis ayudar.
      Gracias

  • Jose dice:

    Mucho más sentido así. Gracias por mejorarlo. La última frase es graciosa.

  • Carlos dice:

    Hola Jorge,
    me ha gustado el planteamiento de tu distopía.
    Esta claro que ninguna sociedad es perfecta. Has llevado al límite el cambio social sufrido con los confinamientos y como sería una evolución futurista hacia el matriarcado donde se anulara esa parte de la esencia humana.
    Cuando has tratado el tema sexual virtual, he pensado en los japoneses que de alguna manera llevan tiempo avanzando en esa línea.

    En cualquier caso, creo que has trasladado muy bien las sensaciones y ha estado en general bastante convincente.

    Enhorabuena

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