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Todo cambió aquel día. Aún no sé si cambió para bien o para mal, porque siempre hay puntos de vista. Hay quien prefiere ver el vaso medio lleno y quien lo prefiere ver medio vacío, y todos tienen razón. Poderosa palabra: la razón. Cuando se exhala ocupa toda la boca y cuando no, ocupa toda la mente. Debe ser una palabra gaseosa y se expande hasta ocuparlo todo, pero cuanto más se expande menos densa es. De cualquier manera, nada fue igual desde el día del accidente, el día que mi brazo se quebró, se hizo astillas, se hizo trizas, el día en que todo cambió.

Mi transcurrir por la casa fue agradable. Fue apacible. Yo siempre había pensado que tuve mucha suerte con la familia que me tocó. Me encantaba quedarme mirando por el ventanal, dejando que los rayos de sol me bañaran. Recuerdo que agradecía con gusto el calor del mediodía. Observaba a Susan pasear por los jardines inundados de flores. Casi siempre llevaba una en la mano y le gustaba acercársela a la nariz cada poco tiempo e inhalar su fragancia. Susan era una madre para todos, incluso para Toto, un Fox terrier de un año, muy inteligente y que revoloteaba por todas partes y mordía hasta donde no había que morder. Muchas veces se quedaba sentado conmigo mirando por aquel ventanal que nos traía esas imágenes bucólicas. Yo creo que Toto, como yo, miraba con el contenido deseo de poder corretear por aquel jardín.

La llegada de Matilda a la casa fue primero una revolución acústica para, con el paso de cada año, irse convirtiendo en una revolución total. Matilda y yo jugábamos en el salón, bueno, más bien jugaba ella conmigo, pero no me importaba, yo me dejaba hacer. Ella todavía gateaba por el suelo, aunque ya era capaz de levantarse y andar, a veces se quedaba sentada a mi lado y buscaba mi apoyo para incorporarse. Me gustaba tenerla sentada sobre mí, entre mis brazos, pero duraba poco tiempo porque enseguida se zafaba y volvía al suelo.

Todos estábamos felices con la llegada de Matilda, bueno, todos no, porque a Peter se le fue agriando el carácter poco a poco. Él siempre fue serio, no era de hacer bromas ni de hablar mucho. Aún así, siempre tenía gestos cariñosos con Susan. Antes de que naciera Matilda paseaba con ella por el jardín y era él quien le cortaba la flor que ella iba oliendo cada poquito. Se miraban con complicidad y entrelazaban los dedos de sus manos. Fue a partir del embarazo, o quizá en la recta final del mismo, cuando cambiaron las cosas. Susan tuvo que estar mucho tiempo en la cama y Peter se desesperaba y paseaba de un lado al otro del salón día tras día y noche tras noche. Fue en esa época cuando más se fijó en mí y cuando más tiempo estuvo conmigo, aunque yo todavía no sabía muy bien qué pasaba.

Quizá mi pecado fue querer vivir la vida de mis anfitriones. Yo deseaba ser como Susan, quería ser como Susan, quería ser la misma Susan. Quizá fue ese anhelo el que me llevó a mi desgracia, aunque no me arrepiento de nada. Durante las comidas familiares era dónde Susan desplegaba ese encanto especial. Sabía decir las palabras justas y en el tono adecuado, preguntaba a Peter por el trabajo y no le importaba si este contestaba o no. Ella era consciente del cambio de carácter de su marido desde que nació Matilda y buscaba recuperar al Peter de antes. Yo podía ver cómo le trataba con esmerada dulzura, y cómo se quedaba llorando conmigo cuando él ya no estaba. Lloraba desconsoladamente, mirando por el ventanal, y yo me quedaba inmóvil junto a ella, sin saber que hacer o como ayudar.

El carácter agrio de Peter se fue convirtiendo en amargura y ésta fue creciendo a la vez que Matilda. La amargura mostraba sus primeros frutos en forma de gritos, desplantes, portazos, insultos. Pero eso fue solo el principio, luego la violencia se hizo cada vez más presente. En una ocasión estampó un plato de espaguetis con tomate contra la pared y en otra, la sopera voló por el salón hasta estrellarse en el pobre aparador.

El día del accidente Peter había bebido. Olía a alcohol, olía a tabaco y llegaba tarde. La cena estaba fría encima de la mesa. Susan y yo estábamos juntas, esperándole o esperando que no viniera, pero vino. No solo venía amargado como de costumbre, ese día ya llegó de mala leche. Colgó la chaqueta y se sentó sin decir una palabra.  Al probar el consomé lo escupió sobre el mantel y gritó “está frío, joder”. Susan lo miró, en su interior se debieron de precipitar todas las palabras amontonadas que llevaba acumulando tanto tiempo y su rostro se inundó de desprecio. Ella siempre callaba, pero esta vez no. No calló. Lo miró fijamente y le reprochó su actitud. Si ella estaba llena de hastío y desprecio, el rostro de Peter estaba lleno de ira y de furia. Se levantó y fue hacía ella con el puño y el brazo en alto. No sé cómo lo hizo, pero Susan tuvo tiempo de esconderse detrás de mí. Peter golpeo sobre mi brazo en vez de golpearla a ella y fue mi brazo el que se quebró y se hizo mil astillas.

No mucho tiempo después me trajeron aquí con el resto de mis hermanas. Todo el juego de sillas fuimos vendidas y ahora esperamos un arreglo en este taller de restauración. Aquí he contado mi historia unas cuantas veces. Un armario y una cómoda con muchos años me han dicho que no todas las familias son así. Ellos lo saben de buena tinta, porque han estado en varias casas y tienen mucha experiencia. También dicen que hay casas incluso peores enseñándome el lateral lleno de arañazos. Mientras espero, no dejo de pensar en Peter, en Susan y sobre todo en Matilda que estará paseando por el jardín, y a veces, olerá la flor.

 

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  • Jose dice:

    Hola, Jorge
    La historia me ha gustado. De no haber sabido la consigna me hubiese pasando la lectura pensando quién demonios está hablando. Me ha gustado ese detalle de ocultar al personaje, lo que por cierto tanto te gusta. Me voy a poner en modo Natalia ( 😉 ) y ver los errores que he visto, me dejo alguno, lo sé, sobre todo a nivel ortográfico. Te los pongo corregidos:

    “Todo CAMBIÓ aquel día. Aún no sé si CAMBIÓ para bien o para mal”.

    “Muchas veces se quedaba sentado conmigo mirando por aquel ventanal que nos TRAÍA esas imágenes bucólicas.”

    “La llegada de Matilda a la casa fue primero una revolución acústica para (FALTA COMA) con el paso de cada año (FALTA COMA) irse convirtiendo en una revolución total.”

    “Aún así, siempre tenía gestos cariñosos con Susan.” La palabra siempre en minúsculas.

    “…aunque yo todavía no sabía muy bien QUÉ pasaba.”

    “Quizá fue ese anhelo el que me LLEVÓ a mi desgracia”

    “Durante las comidas familiares era DÓNDE Susan desplegaba ese encanto especial.”

    “Yo podía ver CÓMO le trataba con ESMERADA dulzura, y CÓMO se quedaba llorando conmigo cuando él ya no estaba. ”

    “En una ocasión ESTAMPÓ un plato de ESPAGUETIS con tomate contra la pared y en otra, la sopera voló por el salón hasta estamparse en el pobre aparador.” Demasiado juntas dos formas del verbo estampar.

    Los errores que he visto son de no revisar las veces sufientes. Entiendo que no tienen una gran importancia, aunque hay que decirlos.

    Muchas gracias por escribir. Nos vamos leyendo y respondiendo los comentarios.

    • Jorge dice:

      Gracias Jose por tus comentarios.
      Generalmente siempre intento sorprender con algo (si, eso me gusta) y sabiendo que vosotros (mis únicos lectores) sabéis la consigna y desde allí conduciros a otro lugar. Sin embargo esta vez la oportunidad se prestaba a ocultar al narrador, con el riesgo de que sabiendo la consigna era fácil de imaginarlo. Quien sabe, quizá en el futuro lo lea alguien más y ese si que se sorprenda.
      Muchas gracias por todos errores detectados. Todos acertados. Yo releo, pero es verdad que no hago nunca una relectura para la ortografía, releo buscando otras cosas. Estoy seguro que sí la hiciera me dejaría algunas cosas porque hay reglas que no me sé. Bueno, paso a paso, poc a poc.

  • Natalia dice:

    Hola, Jorge
    Me ha gustado tu relato. La narradora es la silla, que nos cuenta toda la historia como si fuera una persona, con sentimientos y emociones. Has recurrido a esa fantasía igual que yo.
    Nos has ido descubriendo poco a poco a los personajes que protagonizan tu historia y nos has invitado a reflexionar sobre la paternidad/maternidad.
    Aunque no se suela decir (y yo creo que es muy sano hacerlo), cuando uno es padre/madre se enfrenta de bruces con sus propios miedos, con aquellos aspectos que no nos gustan de nosotros mismos, con la clara realidad de no ser perfectos para nuestros hijos. Y eso genera muchos problemas de autoestima y autoconfianza.
    No sabemos si a Peter se le agria el carácter por eso o por dejar de tener a su mujer “en exclusiva” para él. Ese es otro de los posibles inconvenientes, la pareja no puede dedicarse el mismo tiempo.
    Me gusta que Susan dejé de callar, que hable alto y claro por fin. Aunque sea la silla quien pague por el enfado.
    Qué de historias llevan escondidas los muebles y nunca podrán contar.
    La parte formal ya te la ha comentado bastante Jose. Esos cómo y esos qué interrogativos o exclamativos necesitan su tilde.
    Enhorabuena por tu trabajo.
    Nos leemos 🙂

    • Jorge dice:

      Gracias Natalia.
      Esta vez se te ha adelantado jose, jeje.
      Efectivamente este tema da para mucho más. La relación de unos padres con su hijo(s) y como queda la relación de pareja tras esta “pequeña” decisión. Daría para una historia mucho mas larga… casi casi una novela corta.
      Invita a una pequeñísima reflexión. Pero la historia de Peter y Susan, cada una con sus matices, es demasiado habitual.
      Ya quedan pocos días para el siguiente, que creo que es una consigna tuya.
      Gracias

  • Carlos dice:

    Hola Jorge,
    me ha gustado la historia, como va cambiando la interacción entre los miembros de la familia.
    La vedad que lo de la silla me ha pillado por sorpresa.
    Me ha gustado la pequeña reflexión que haces sobre la razón, en el fondo lo importante en este caso no era tener razón sino compartir los pensamientos para que juntos se amasaran y llegarán a un entendimiento, a un acuerdo, a una solución.

    Buen trabajo

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