Hola, Óscar:
Tú no me conoces. Hemos estado coincidiendo a diario desde el último año. Cada mañana te subes al metro en Arturo Soria, dirección Argüelles, a las siete y diecisiete, en el segundo vagón, y desde allí compartimos diez paradas para bajarnos en Colón. Las primeras semanas yo continuaba el trayecto hasta tres estaciones más, pero era demasiado dolorosa nuestra despedida, por la mudez que aconsejaba la situación, así que decidí cambiar mis hábitos para acompañarte de incógnito, unos pasos más atrás, hasta tu oficina. Gracias a ti, se puede decir que estoy más en forma porque añado a la rutina cotidiana, media hora de paso rápido para llegar a tiempo al trabajo. Mi silueta sale ganando.
Después de un año, no creo que hayas reparado en mí. No recuerdo que nuestras miradas hayan coincidido. Siempre vas tan ocupado con tus llamadas que dudo que te fijes en la gente. Si acaso cuando entra alguna belleza, como aquella rubia de curvas sinuosas que te confundió y a punto estuviste de perder la parada. Aquello me enfureció aunque también me hizo reír. Al menos sirvió para que te tomaras un respiro entre llamadas. Las exigencias de tu trabajo no te dejan tiempo para disfrutar del viaje. Sufro por tu vida tan frenética. Tienes una voz grave y oscura, tan particular y magnética como tú, pero cuando te aprietan pronto suena entrecortada y dubitativa. En tales momentos siento tu bloqueo como si fuera mío. El estrés nos daña. Me imagino que estarán contracturados esos hombros que dan un volumen saludable a tu traje gris marengo. Con mucho gusto los amasarían mis manos expertas para deleite de los dos, si bien por motivos distintos.
El primer día que te vi, con tu maletín de piel negro y cierre plateado, ibas camino de una reunión con tu jefa, una harpía que no te respeta. Estoy deseando cruzármela para decirle cuatro cosas, ponerla en su sitio y que te deje en paz de una vez.
Ese día me maravilló tu cabellera, poblada y ondulada, con el brote de canas queriendo invadir la zona que rodea a tus orejas. Es uno de tus dones físicos y le sabes sacar partido. Se funde con la eternidad el movimiento de tu mano que, con paso lento, alcanza la cabeza para mesarte el pelo; el tiempo se ralentiza hasta detenerse, la multitud del vagón se tiñe aún más de anonimato, de oscuridad, y mi respiración queda interrumpida. Mientras te recreas, sin disimulo buscas tu figura en el ventanal de enfrente, devolviéndote el reflejo de un auténtico Adonis.
Sin embargo, y contra pronóstico, tu superioridad no impide que te comportes con una educación ejemplar. Las pocas veces que ocupas un asiento no es para descansar. Al contrario, tu propósito es reservar el hueco a una persona mayor. En cuanto captas con la mirada a alguna de ellas, te muestras solícito para ofrecérselo. Es un acto muy bello.
Me colé en tu muro de Facebook y me enteré que tu madre había fallecido. Recuerdo las emotivas palabras que le dedicaste y quedó patente el respeto que rindes a la ancianidad. Ese detalle me enamora mucho.
Te preguntarás cómo sé tanto de ti. Es fácil. Todo lo que conozco lo he conseguido de tus conversaciones telefónicas con otras personas. Un día dijiste tu nombre completo, otro día, tu número de teléfono, en otra ocasión diste pistas de cómo buscarte por las redes y otro sinfín de detalles. Debes ser más precavido. Quizás algún día llegue esa información a oídos de algún desalmado que quiera complicarte la existencia. Por mi parte, estate tranquilo. Yo te amo y sólo quiero lo mejor para ti. Tal vez por eso, concluya que la relación con esa chica no es muy conveniente. No sé cuán fuerte es ese vínculo pero he comprobado, por las fotos de su muro, cómo se agarra a otros hombres en innumerables fiestas. Me parece una auténtica fresca. Tú necesitas una relación seria con alguien que beba los vientos por ti, que quiera pasar su vida entera a tu lado, como haría yo si tú quisieras, amor.
Debo confesarte que fui yo quien llevó aquel ramo anónimo de rosas amarillas, tus preferidas, a la oficina por tu cumpleaños. Espero que no percibieras el temblor de mis manos al entregártelo. Me escondí tras el casco y los guantes de la moto. ¡Cómo blasfemé por mi cobardía!
Lo cierto es que cada vez me cuesta más sobrellevarlo, y eso se traduce en insomnio, noches en vela y deterioro físico. En mi cama hay mucha añoranza de tu piel, desconocida y, aun así, muy viva en la imaginación. Es mi único recurso para hacerme el amor fingiendo que tu virilidad penetra en mí.
Se aproxima el verano. Tú pronto disfrutarás de las vacaciones y faltarás a nuestra cita suburbana. Pensar en ello me está torturando. No me atrevo a seguirte para descubrir dónde vives porque no quiero asustarte y que decidas cambiar tu medio de transporte. El hogar de cada uno es sagrado y debo respetarlo.
Quizás algún día me deje llevar y mi corazón se presente ante ti. Si eso no pasa, seguiré buceando en los arrecifes de tus ojos verde esmeralda para alimentar ilusiones imposibles.
Dejo esta carta en el bolsillo de tu chaqueta aprovechando un descuido, mientras cedes el asiento a una embarazada. Como comprobarás, huele a tu perfume. Espero que no te haya molestado.
PD: si quisieras conocerme, hoy, mañana y pasado acudiré al café Salamandra, y llevaré una bufanda amarilla. Me quedaré hasta el cierre del local.
Con amor, Antonio.
Hola, Jose
Me gusta tu texto y cómo está escrito y me gusta sobre todo ver que está pulido y trabajado. Destaco tu entusiasmo por seguir en esta aventura desatada, que a veces parece que se tambalea. Yo la sostengo contigo 🙂
Menuda carta de amor, no quisiera ser yo la que la recibiera. Este Antonio da un poquito de miedo. Claramente está obsesionado. En realidad, lo que hace es configurar un “Óscar”, que en realidad no conoce, y enamorarse de ese ideal que ha creado.
Seguro que todos hemos dejado volar nuestra imaginación al ver a alguien atractivo, y le hemos observado y hemos imaginado cosas que no han ido más allá de una ensoñación temporal. Pero Antonio sí va más allá, mucho. Se presenta incluso en el trabajo para entregarle unas flores a Óscar.
Me gusta mucho que pongas sobre la mesa el tema de la intimidad. Los móviles nos han permitido hablar estando fuera de casa, en todas partes, y no nos damos cuenta de la cantidad de información que podemos llegar a dar a los demás en medio de una charla privada. Lo mismo para Facebook y todas las redes sociales en las que uno se expone y enseña fotos de lo que come, de lo que hace, de dónde está, con quién y a qué hora. Es increíble. Yo soy muy consciente de esto y nunca he tenido redes sociales. Pueden tener sus cosas buenas pero para mí la privacidad es muy importante. Y mi tiempo, también.
Sólo una cosa me ha hecho dudar. El metro muchas veces no es puntual, me parece que no es creíble que suba al vagón cada día a las siete y diecisiete. Puede estar en el andén a esa hora, eso sí. No sé qué piensas que tú.
Enhorabuena por tu trabajo.
Un abrazo.
Muchas gracias por el análisis. En los últimos textos repaso una vez tras otra las frases, incluso a veces la comparto por si hay cosas que se me escapan como fue este caso para intentar no dar detalles del sexo del autor. Al respecto me gustaría saber si insiste algo antes del final.
La verdad es que no tengo controlado el la puntualidad del metro de Madrid. Quizás debería haber escrito “el metro que se espera a las 7 y 17”. Me parecía interesante concretar la hora. En Valencia si no pasa nada raro se puede ir un minuto por arriba o por abajo.
Un placer compartir este espacio. Me da muchísima pena ver que vayan cayendo participantes pero excepto buscar a alguien más poco puedo hacer ante la situación, o eso es lo que creo. A mí me llena mucho, este hábito va acorde a la visión que tengo de dónde quiero estar en menos de 10 años y me traicionaría si abandono, algo impensable ahora. Y si además sirve para unir a personas bonitas, que no encarnamos aquí para mucho más, miel sobre hojuelas.
Abrazos.
Hola Jose.
Me has engañado completamente en tu historia. Sé que era el objetivo y lo has conseguido. Como Natalia, yo también pienso que tu texto está pulido y trabajado. Bien hecho.
Me he acordado de aquel texto en el vagón del metro donde tu protagonista se enamoraba y la miraba a través del espejo. Luego en este relato todo cambia. Es tan inquietante el prota que cuando cita la relación con la otra chica he llegado a pensar que se la había cargado o que se la iba a cargar.
Algunas frases como “mi silueta sale ganando” no me encajan mucho en una carta, pero dado lo excéntrico del protagonista todo podría ser.
En el final sorprendes, como ya te he dicho, pero está claro que esta historia da para mucho más. Este personaje-narrador está entre un sociópata o psicópata. La simple escena de presentarse en su oficina y luego respetarle la casa. Basta que haya dicho eso para que en cabeza me imagine que no le va a respetar, sobre todo cuando el receptor de la carta no vaya al café Salamandra.
Enhorabuena.
A mí también me ha recordado tu texto a otros tuyos en los que el metro juega un papel importante: aquellas escaleras mecánicas bajadas aprisa después de un concierto, el metro que se retrasa y llegáis a Sants para ver el tren marchar, el otro enamoramiento en un vagón… parece claro que es un lugar que engancha tus emociones. El autor de la carta es un personaje algo inquietante, claramente obsesionado, pero eso está bien, no tiene por qué despertar nuestra simpatía. En ese ‘debes ser más precavido’ me he visto transportado a una peli de terror, he pensado: ¿qué será capaz de hacer este? Me quedo con sus descripciones de Oscar, llenas de detalles vivos, que conectan con nuestros propios enamoramientos: el pelo, la voz, el movimiento de la mano… Se me hace extraña la confianza suicida que se toma con Oscar al hablar de su actual relación como una ‘fresca’. También me choca que, después de indagar tanto en sus conversaciones y redes sociales, el hecho de descubrir dónde vive su amado le parezca violar su intimidad. Por lo demás, un viaje interesante de mano de una voz algo siniestra, que además juega con nuestras ideas preconcebidas de género, y que deja ganas de conocer más a Antonio. El personaje detrás de la carta de ‘amor’ me ha parecido lo más atractivo. Por cierto, buena elección del nombre para el texto. Mi profe de autobiográfica siempre nos decía: titulad, titulad, titulad. Me parece un ejercicio difícil a veces.
Nos leemos.
Hola Jose.
En primer lugar, disculparme. Leí tu texto según lo colgaste, pero no he tenido tiempo de sentarme a escribirte hasta hoy.
Tu carta me ha gustado mucho, en particular como vas describiéndonos la psicología del personaje. En seguida podemos ver, a parte de la clarísima obsesión, que Antonio debe ser alguien solitario, posiblemente con problemas de autoestima, esto justificaría su comportamiento. Que mala es la soledad, que nos lleva a buscar de esta manera tan “inapropiada” una forma de combatirla. Has descrito a la perfección todos los síntomas de este comportamiento, desde la idealización hasta el creer saber que es mejor para el objeto de deseo. Lo has construido muy bien.
Además, debo destacar que tus descripciones son muy visuales, cosa que ayuda el lector a meterse en la escena.
He encontrado una cosilla en el texto que me choca, un pequeño detalle, pero a lo mejor es cosa mía. Voy a intentar explicarme (perdona que a veces soy bastante torpe). Antonio escribe su carta y, en el último párrafo, nos dice que la mete en el bolsillo de la chaqueta de Óscar al levantarse este para ceder el sitio a una embarazada, pero este dato no lo podía saber Antonio. Sí podía decir, que iba a intentar dejar la carta en un bolsillo en un descuido, pero sin saber como sería. ¿Me explico?
Me ha gustado mucho leerte, y espero con impaciencia las próximas entregas.
Un saludo.
Muchas gracias, por escribirme.
Sobre el apunte que me haces tenía claro que era muy raro sobre todo si ninguno hay un narrador ajeno al personaje que explicará lo que ocurre. Abro debate para ver cómo lo podía haber escrito para que se viera de qué forma ha llegado esta carta a Óscar, quizás fuera de la situación del metro o cambiar todo para que sea con la entrega del ramo cuando la recepcione. Habrá que seguir investigando.
¡Nos leemos!
Hola Jose,
me ha gustado tu carta, es muy perturbadora. También me ha recordado aquella otra escena en otro vagón de metro, parece que ese tipo de situaciones te resultan sugerentes.
Durante toda la carta me has hecho creer que era una chica, aunque algunas expresiones me resultaban extrañas en su boca y lo achacaba a tu particular estilo de escribir, pero eso ha sido una sorpresa descubrir que era un chico.
También me ha chocado como a Diana que cuentes en la carta como se la vas a entregar.
Me he quedado con las ganas de saber como se va a tomar Oscar esa sorpresa, lo mismo le gusta. Tienes que contárnoslo.
Enhorabuena.
¡Qué alegría volverte a leer!
Gracias por el comentario y por el esfuerzo de analizar tantos textos de una sentada.
Me tocó revisar mucho el texto para cuidar que nivel destinatario de la carta de amor ni el lector tuvieran indicios del sujeto.
El metro es un sitio que me da mucho juego, la verdad.
Un abrazo.