Skip to main content

El Presidente se ha despertado. Tiene una mancha de baba en el hombro y le cuelga un hilo de saliva de la comisura de la boca. Estira los brazos y la espalda y bosteza de forma sonora. Se había quedado dormido después de comer dos hamburguesas de filete de pescado con un batido de chocolate, en la silla de su despacho, con la televisión de fondo. Se levanta y se dirige al cuarto de baño mientras se hurga entre los dientes con una uña. Allí se limpia la cara mojando la punta de una toalla con agua del grifo, para no mojarse el pelo. Luego se aplica base de maquillaje anaranjada y se peina las cejas. Se da cuenta de que tiene la americana sucia al verse en el espejo y decide ir al vestidor de su habitación a por otra del mismo tono azul marino. Ya está listo y sale de la habitación, de vuelta al despacho. Una vez dentro, cierra la puerta, se apoya en la mesa y escucha cómo, un día más, en la CNN, critican su gestión al frente de la administración. Sonríe.

Coge su Iphone para escribir en Twitter y, al cabo de unos segundos, recibe una llamada de su mujer.

—¿Qué quieres?

—He pillado a Barron fumando un porro.

—Vaya gilipollez… que le aproveche. Te dejo, tengo cosas mejores que hacer.

—Eres imbécil.

Donald se levanta y se pone frente a la ventana, detrás de la mesa en el despacho oval. Suspira y empieza a tocar la bandera de su país con la mano izquierda. La roza con la punta de los dedos, mirando a lo lejos, tras el cristal, sin fijarse en nada. Al cabo de unos segundos, tira de la tela y la rodea con sus brazos. Tose un poco sobre ella, sin querer. La bandera de Estados Unidos le excita desde que es Presidente. En actos públicos, tiene que disimular y mirar hacia otro lado. Tiene las pupilas dilatadas y sonríe mientras piensa en los trescientos veintisiete millones de americanos sometidos a su poder; periodistas de la CNN incluidos.

Llaman a la puerta.

—¿Quién es? —dice contrariado, soltando la enseña.

—Soy Sean, señor.

—Estoy trabajando, ¿qué quieres? —Donald se sienta en su silla marrón de cuero y revisa la posición de su corbata roja.

—Tengo que hablar con usted, es urgente. Hay que dar una respuesta a la prensa.

En cuanto llegó a la Casa Blanca, dio órdenes estrictas de que nunca entrara nadie en su despacho sin llamar y esperar que él autorizara el acceso.

—Joder. Pasa.

Sean Conley, médico de la Casa Blanca, se acerca nervioso a la robusta mesa de madera.

—Señor, tiene que hacerse la prueba del coronavirus.

—¿Para qué? No estoy infectado. Menuda estupidez… ¿Para eso me interrumpes?

—Pero el señor Forster ha dado positivo.

—¿Quién?

—Nestor Forster. Cenó usted con él el pasado fin de semana…

—No sé quién es.

—Señor Trump, el embajador de Brasil en Washington —dice el médico, armándose de paciencia.

—¡Insignificante! No recuerdo nada de él.

—Hay una foto que se ha visto en los medios. Usted le dio la mano. La prensa insiste. Dicen que debería hacerse la prueba y yo también lo creo.

—¡Me estás incordiando, Sean! Vas a llamar a la prensa y vas a decir que sólo le di la mano un segundo. Y que no tengo ningún síntoma.

—Pero, señor Trump…

—¡Lárgate, Sean! —grita el Presidente, terminando su frase con un chasquido.

El médico recibe una mirada fulminante, encendida. Agacha la cabeza, aprieta los labios, y piensa en el odio que siente hacia ese pedazo de inútil al que tiene que obedecer. Si pudiera, le ataría a su silla y le arrancaría el pelo a mechones, como si desplumara a una gallina, y luego le pasaría el mechero encendido por la piel, para no dejar ni rastro de ese flequillo ridículo que le coloca a diario su peluquero… Pero no dice nada y cierra la puerta.

Donald se queda pensando. No recuerda cuáles eran los síntomas del coronavirus, tenía que haber atendido más cuando se lo explicaron… Se levanta y se dirige hacia un armario de madera oscura y abre la puerta. Dentro hay una caja negra con forma de cubo, con cerradura secreta. Saca una llave pequeña de su bolsillo y la abre. La caja tiene tres compartimentos. En el de la izquierda hay una madeja de cuerda y unas pequeñas tijeras. En el centro, perfectamente colocadas, pequeñas figuras humanas de plástico. Y a la derecha, más figuras con una fina soga alrededor del cuello; entre ellas, una mujer de pelo largo. El Presidente corta un trozo de cuerda y coge una figura del centro. Le enrolla la cuerda en el pescuezo.

—Sean Conley, estás despedido.

Se sonríe. Y tose.

*Texto inspirado en la siguiente noticia, a partir de la cual, imaginé la vida de Donald Trump en la intimidad:

https://www.infobae.com/america/eeuu/2020/03/14/el-medico-de-donald-trump-aseguro-que-no-es-necesario-que-el-presidente-se-haga-la-prueba-del-coronavirus/

Join the discussion 8 Comments

  • Jose dice:

    Hola, Natalia
    muy entretenido el relato. Te has atrevido con Trump, lo que ya es una osadía. Lo has retratado fenomenalmente bien, ha quedado claro lo despreciable que puede llegar a ser como personaje. Para ello, era necesario introducir diálogos, que me han parecido ambos oportunos y medidos en su longitud. Me he reído mucho. Aunque el personaje lo conocemos y partías con ventaja para, a partir de unas pinceladas, retratarlo, creo que incluso no conociéndolo ni teniendo una opinión, hubiésemos captado su esencia, sobre todo si en algún momento se hubiese denotado el signo político, que allí tiene los perfiles muy marcados, bajo mi opinión.
    En el último párrafo da la sensación que esté haciendo vudú. Si es así, me parece buenísima la idea.

    En definitiva, me lo he pasado genial.

    ¡Enhorabuena!

    • Natalia dice:

      Hola, Jose
      ¡Qué bien que te haya gustado! Un día tendríais que probar a escribir sobre alguien muy conocido. Tiene un plus añadido y el lector entra en la historia enseguida. Luego ya te permites jugar, inventar, imaginar sus vidas, pensar mal… Es divertido.
      Digamos que Trump, en su afán de superioridad, colecciona despedidos. A la que le fallan por algo (según él, claro), colgados jejeje Tiene fama de despedir a montones de colaboradores. He querido imaginar que encima se regodea y los guarda como trofeos.
      Gracias por comentar.
      Nos leemos.

  • Carlos dice:

    Hola Natalia,
    me quito el sombrero. Me ha encantado, una descripción fluida y una forma muy buena de “caricaturizar” al presidente.
    No te has pasado mucho con él, porque en este caso la realidad supera con mucho la ficción.
    Me hubiera gustado que hubieras descrito sus gestos, tan característicos.
    A ver si te lo publican para que mucha gente lo disfrute. 😉

    Enhorabuena.

    • Carlos dice:

      Otro personaje bueno para caricaturizar frente al coronavirus sería Bolsonaro y Boris Johnson.
      Solo por dar ideas para una serie. 🙂

    • Natalia dice:

      Hola, Carlos
      Muchas gracias. Este ejercicio fue el último del segundo curso de la Escritura Creativa y he querido compartirlo. Nos proponían escoger una noticia y ser mal pensados, imaginar la intimidad de esas personas, hacer un relato a partir de lo leído. La verdad es que todos lo valoraron muy bien. Busqué una foto del despacho oval, una foto de Trump, y me puse a escribir. Salió bien.
      Cuando vi que tocaba “una situación incómoda”, me acordé del relato. Creo que es su especialidad, es incomodador profesional.
      No me he pasado, no. Es alucinante que una persona como él sea “Presidente de los Estados Unidos de América”. Sus consejos para combatir el coronavirus son hilarantes.
      Gracias por comentar.
      Nos leemos.

  • Jorge dice:

    Hola Natalia.
    Haces un gran relato. Cierto es que te apoyas en el conocimiento que todos tenemos del personaje, pero es no desmerece en absoluto el ejercicio que has realizado. Es una única escena, llena de detalles, la bandera (con ese pequeño tosido), la llamada con su mujer. También están muy bien las reflexiones de Sean antes de salir.
    Lo mas triste de tu historia es que es completamente verosímil. Si lo reflexionamos bien, da mucho vértigo.
    Toda mi vida me he criado pensando que Donald era un pato. Creo que puedo seguir pensando lo mismo.
    El cierre es muy bueno “Se sonríe. Y tose.” Y mira que nos lo habías anunciado, pero no deja de ser excepcional.

    No puedo mas que darte la enhorabuena por este rato tan bueno que me has brindado.
    Nos leemos.

    • Natalia dice:

      Hola, Jorge
      Me alegra que hayas disfrutado el relato.
      Sólo decirte que no es una única escena, es una secuencia. Si te acuerdas, lo hablamos con Javier. Una escena cambia cuando entra un personaje nuevo o se cambia de espacio.
      https://creamundi.es/en-que-se-diferencia-una-escena-de-una-secuencia/
      Así que una escena es cuando se despierta de su siesta; otra es cuando va al baño; otra, cuando vuelve a su despacho y habla con su mujer; otra, cuando entra el médico y hablan; otra, cuando se queda solo y va a buscar la caja.
      Lo de Trump es algo tremendo. Dicen que igual paga la crisis del coronavirus… Veremos.
      Gracias por comentar.
      Nos leemos.

  • Alberto dice:

    Muy fino ese título, y como enlazas la escena con el tema de la incomodidad. Un gran primer párrafo donde nos haces ver muchos detalles del personaje. Detalles maliciosos, que le describen bien. El hilo de saliva, el peinarse las cejas… También te has documentado, con ese Barron porrero 🙂 En el párrafo siguiente nos descubres la identidad del personaje. Todo cuadra. Te has tomado una licencia con esa excitación unida a la bandera jejeje, y buen detalle ese “periodistas de la CNN incluidos”. Muy tonto y despreciable, sí, pero consciente de su poder. La escena final, en la que hace una especie de vudú de ahorcados con muñecos, entra de lleno en la parodia al estilo de El gran dictador. Me ha gustado el relato y destaco lo bien que vas trabajando lo visual, como me has hecho ver cosas (en este caso, sobre todo, al personaje principal) con un uso adecuado de las palabras. Un apunte: la entrada en los pensamientos del médico me ha despistado un poco, es lícito, pero me corta el hilo dentro del relato, que está centrado en Donald, sus actos y pensamientos. Gracias por tu texto. Nos leemos.

Leave a Reply

Thank you for your upload