Veinticinco años de matrimonio. Quise celebrarlo con un viaje de diez días a bordo del Transiberiano. Elisa no anda muy contenta. Ella prefería ir al Caribe y pasar todo el tiempo en un resort con todo incluido donde poder descansar de su ajetreada vida laboral. No suelo llevarle mucho la contraria. De hecho, esta es la primera licencia que me tomo en los últimos años. Y la estoy pagando con creces. Desde que partimos de Moscú, aprovecha cualquier circunstancia para recordarme que en la Riviera Maya no hubiese sucedido de esa forma. Yo callo y bajo la mirada. Es lo que mejor me funciona para mantener mi salud mental. O eso creo. Quizás sea una estrategia para que ese tipo de episodios concluya antes. Pero esos pasajes se repiten de continuo. No ayuda que nuestros billetes sean de segunda clase, razón por la que disfrutamos de un compartimento con… cuatro camas.
Vamos con una pareja extremeña. Superan la treintena y no tienen hijos. Tal vez por ello, no tengan las ojeras y las canas que yo tenía a su edad. La crianza de tres hijos fue una prueba iniciática, una peregrinación por nuestras sombras que dejó un par de damnificados. Nuestros vástagos ya son adolescentes y esta semana disfrutaremos de su ausencia, alistados en un campamento de verano.
Coro y Miguel, nuestros involuntarios compañeros de viaje, no paran de estar alegres. De ella sobresalen dos enormes ojos verde esmeralda y una sonrisa generosa que deshace el corazón más duro. Lleva consigo un ukelele y canta canciones que se inventa sobre la marcha, canciones pegadizas, divertidas e incisivas. A veces protesta por el clima, otras por los políticos, o los ricos o el consumismo. Elisa está frita con sus contenidos y sus formas. Me mira amenazante, cerrando los ojos, creo que pensando que así es más fácil que la tecnología láser surja de la nada desde dentro de su córnea para lanzarme rayos aniquilantes si no tengo los arrestos de decirle que pare de una vez.
Lo cierto es que Coro, con su pelo moreno, brillante y de corte varonil, mesura las ocasiones que se arranca con el instrumento. Muchas veces, se espera a que vayamos al restaurante y así quedarse a solas con Miguel como un único espectador. Otras, le viene con tanta fuerza el impulso que no se puede contener. Esas son las mejores, en las que más creatividad demuestra. Yo me lo paso en grande, pero claro, hago un esfuerzo para que no se me note nada, en absoluto. Si no, la sentencia de Elisa sería clara, tras un juicio sumarísimo en toda regla. Por ello, para controlarme, intento hacer, de cabeza, divisiones con decimales, tanto en el dividendo como en el divisor. Esa estrategia me venía fenomenal cuando de joven quería evitar una eyaculación demasiado rápida, que por dignidad no diagnosticaré de precoz. Llevo tantas hechas que los resultados casi me salen de memoria. Tendré que pasarme a las raíces cúbicas.
Cuando no es Coro, el problema es Miguel. Su presencia física inoportuna a Elisa. Lleva un cabello con rastas, muy largas, la mayor parte del tiempo, recogidas por encima de la coronilla. La verdad es que si me quedo mirándolas un rato, yo también me rasco. Tras las paradas de media hora, retorna al tren con su ropa oliendo a marihuana. Pero es muy simpático. Al igual que Coro, transmite muchas ganas de vivir pero, a diferencia de ella, habla menos. Su forma de demostrar alegría es más corporal. Cuando el ukelele suena, él se mueve vigorosamente aprovechando al milímetro el poco espacio del compartimento. Elisa debe creer que los piojos saltan cada vez que gira su cabeza con violencia porque hace un gesto de esquivar las imaginadas trayectorias de esos parásitos.
Ayer hicimos una estancia en el lago Baikal. Para el viaje en ferrocarril se invierte siete días pero tenemos previstas tres estancias de un día cada una para visitar las zonas que nos interesen,…o me interesen. Y el lago Baikal era una de ellas. Además de toda la leyenda que hay detrás de ese lugar, que me resulta muy atrayente, quería planificar una ruta y compensar el sedentarismo de la semana. Pero Elisa se ha dejado las botas de andar y no quiere que hagamos caminata alguna. De este modo, el día termina con ambos enfurruñados. Esta vez ella apenas habla. Me resulta muy extraño. Quizás se encuentre mal por no haberme dado el gusto. Hasta unas horas más tarde no me doy cuenta que nada ha cambiado.
En el restaurante del ferrocarril, el camarero le sirve un plato de forma equivocada, una comanda mal interpretada, cuando llevaba media hora esperando con un hambre atroz. Ese es el detonante para volver a cargar contra mí. Pero esta vez no le detienen mis silencios. Los comensales de alrededor dejan de comer y se vuelven espectadores callados de la escena. Elisa empieza a sacar mil cosas del pasado, una retahíla más larga que los reyes godos. Crece en mí una necesidad de desaparecer pero es imposible. Coro y Miguel, que llevan nuestra misma cadencia de paradas para hacer turismo, están en una mesa lejana con sus sonrisas ahora ahogadas. En ese momento entramos en un túnel.
Por alguna razón, la corriente eléctrica ha dejado de funcionar. Todo se hace oscuro de forma súbita. Ahora sí hay murmullos, incluso gritos de pánico. Queda patente cómo la ausencia de luz desorienta al ser humano. A mí en cambio, me parece una bendición. Ya no soy el foco. Ya no se refleja el rubor en mis mejillas. Hay alivio. El alboroto de alrededor es silencio en mi espíritu. No llega a ser paz; sólo un principio de atrevimiento, de asumir mi vida, de permitir que ella circule a través de mí. Así que busco a Elisa, palpo en la oscuridad y le digo que deje de quejarse, que cuando se pone así es nociva para mí y para ella misma. Que ya no reconozco mi amor hacia ella. Tantas capas de protección eché sobre mis espaldas que me he anestesiado frente a todos los sentimientos, los buenos y los malos, si es que hay buenos y malos. Ella trata de replicarme y levanto las manos al tiempo que grito «Basta ya». Cuando lo suelto, la luz regresa para mí de forma paulatina. Pero sólo me ocurre a mí. De este modo, consigo sortear a la gente que, desesperada, repta por el suelo, me dirijo hacia Coro y cuando la tengo frente a mí, ante la mirada expectante de Miguel, me acerco a su oído, le digo «Te amo» y le planto un beso en los labios, que me sabe a pura miel de azahar con el frescor de la menta. Después sigo andando hacia la puerta del vagón, la abro y salto al vacío, sintiendo auténtica libertad.
En ese momento, salimos del túnel y vuelve la luz. Yo estoy bajo una mesa acurrucado. Elisa me busca, igual de alterada que antes de la oscuridad. Se agacha y cuando está a punto de abrir la boca, me apresuro a decirle «Tienes razón, cariño».
Hola, Jose
qué de temas de pareja interesantes nos presentas.
Aunque tu texto deja un poso de tristeza cuando terminas de leerlo, me ha gustado cómo lo has contado. Podemos percibir la gran frustración del marido, por no ser tenido en cuenta, por la forma en qué le trata su mujer. Hay que decir también que no hay verdugo sin víctima. Es decir, él podría poner límites, no debería permitir que le trataran mal, pero no lo hace. O no sabe o no puede. Quizás no es consciente de que hay otras opciones, incluso estar solo.
Hemos coincidido en escribir sobre esas capas de protección que nos ponemos encima, que más que protegernos nos dañan y nos quitan libertad. La idea del túnel y de la oscuridad invitaba a mirar hacia dentro, sin distracciones. No hay luz, solo estás tú contigo mismo, con eso que estás sintiendo. Ahora.
Cierto es que la maternidad/paternidad implica dedicar mucho menos tiempo a la pareja, a cultivar el amor, a disfrutar de la compañía mutua. Es un período difícil y, para muchos, insuperable para su proyecto de estar juntos.
En este viaje, el marido tiene la oportunidad de ver y estar de cerca de otra mujer, más juvenil, energética, risueña, y enseguida se fija en ella. Me choca que le diga directamente “Te amo” (aunque sea solo una ilusión en su cabeza el ser capaz de expresarlo). Entiendo que es una reacción impulsiva, de ver que hay otras oportunidades por el mundo. Ella le transmite buenas sensaciones, libertad y alegría, y proyecta en ella todo lo que no encuentra en su mujer. Se ilusiona muy fuerte, jeje
Te comento algo sobre este párrafo:
“A continuación, sorteo a la gente que, desesperada, repta por el suelo, me dirijo hacia Coro y cuando la tengo frente a mí, ante la mirada expectante de Miguel, me acerco a su oído, le digo «Te amo» y le planto un beso en los labios, que me sabe a pura miel de azahar con el frescor de la menta. Después sigo andando hacia la puerta del vagón, la abro y salto al vacío, sintiendo auténtica libertad.
En ese momento, salimos del túnel y vuelve la luz.”
¿Cómo puede dirigirse hacia Coro si está oscuro y la situamos algo lejos de su mesa? ¿Y si ella fuera de las que reptan por el suelo? Imposible encontrarla. Tendría que volver la luz después de decirle a su mujer “Basta ya”.
Sé que está todo dentro de su cabeza y que ha sido su imaginación, pero eso lo sabemos después. A mí me ha confundido.
En lo formal, he detectado dos errores de dedo.
“Para el viaje en ferrocarril se invierte siete días pero tenemos previstas tres estancias de un día cada UNA para visitar las zonas que nos interesen,…o me interesen.”
“Crece en mí UNA necesidad de desaparecer pero es imposible.”
Y aquí me falta algo para que la frase sea más fluida:
“Muchas veces, se espera a que vayamos al restaurante y quedarse a solas con Miguel como un único espectador.” ( ¿PARA quedarse a solas? / ¿Y ASÍ quedarse a solas?)
Enhorabuena por tu trabajo 🙂
Nos leemos.
Hola, Natalia
gracias por comentar. He corregido los errores de dedo y añadido una frase que da más sentido, y además tiene simbología, tras el “basta ya”, y que hila con la duda que tenías acerca de andar en la oscuridad.
El “te amo” surge por el impacto que le provoca esa chica desde su existencia reprimida. Es la máxima expresión de su liberación, junto con el “basta ya”.
¡¡Nos leemos!!
Hola Jose.
Me ha gustad le planteamiento que haces. Como nos dibujas la pareja protagonista, la situación y el encuentro con la pareja mas joven. Es interesante como se encuentra consigo mismo gracias al anonimato que le ofrece el túnel.
No puedo dejar de citar el truco de las divisiones para no eyacular y que ahora le sirve para autocontrolarse. ¿Es autobiográfico? (no contestes, por favor)
El principio del relato me ha confundido. Hay algunas frases en pasado mezcladas con frases en presente. Poco después se centra todo en el presente, pero la frase “Y la estoy pagando con creces” parece que supiera lo que iba a acontecer.
me ha gustado esta frase “…y le digo que deje de quejarse, que cuando se pone así es nociva para mí y para ella misma.” Y me ha gustado porque has dicho lo él diría sin utilizar comillas ni nada. Aprovechando tu primera persona, pero incluso en también hubiera encajado como estilo indirecto en un omnisciente. Creo que esta muy lograda y que este tipo de frases son muchas veces, mucho mejor que el estilo directo. De hecho pienso, que salvo que quieras mostrarnos el registro de uno de los personajes es mejor el estilo indirecto. Incluso ese “basta ya” pudiera haber ido sin comillas en este texto y se hubiera entendido a la perfección.
Por último, has usado dos o tres veces el verbo “anda” para decir como estaba Elisa… quizá hubiera usado verbos diferentes.
Enhorabuena.
Gracias, Jorge
Ya he cambiado uno de los “anda” y le apunto tu punto de vista sobre la prioridad del estilo indirecto.
Nos leemos ¡¡hasta el infinito y más allá!!