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Llevaba días preparándose para el examen de hoy. Era el último de matemáticas y no era una prueba más. Necesitaba sacar un diez para obtener matrícula de honor en la asignatura. No podía llevarle menos a su padre, catedrático en Matemáticas y Astronomía. Poco importaba si el hijo sentía inclinación por las letras. De hecho estaba convencido de que su madre jamás le había contado  a su marido que las poesías del niño parecían propias de un prodigio.
La suerte ya estaba echada. Aunque no tenía todavía el examen ante sus ojos, había ocupado el pupitre con unas piernas que no paraban de moverse. Tenía colocados todos los utensilios que iba a necesitar: la calculadora científica, el transportador de ángulos, la regla y el compás, además de goma y lápiz. Trataba de llenar la espera ordenándolos con precisión milimétrica, mientras probaba a recordar algún que otro algoritmo de los que necesitaría en unos minutos. Pero por debajo de eso, tenía un nudo en el estómago, una atadura cuyos lazos soportaban la tensión de años siendo inculcado en una excelencia que él no reconocía como propia. Necesitaba parar esa sensación y recordó las dos pastillas de orfidal que había sustraído del bolso de su madre. Metió la mano para sacárselas del pantalón, las miró y, tras retirarles el envoltorio, se las tragó.

Esperó un minuto para ver los efectos hasta que su mente volvió a rumiar.
Lo tenía decidido, se esforzaría al máximo por sacar un diez y regalárselo a su maldito padre. Pero después de aquel examen, le dejaría las cosas claras al catedrático. Llevaba unos minutos enfrascado en su batalla mental cuando se dio cuenta de que la prueba yacía aburrida encima de la mesa. Pensar en su padre le había producido un dolor agudo en la sien y el corazón le empezó a palpitar desatado. Miró a los demás y parecían concentrados en la faena. Buscó el reloj de pared y se alarmó con los quince minutos que había desperdiciado. Empezó a leer con celeridad, pero la atención estaba dispersa y no entendía los enunciados. Cerró los ojos, se dio ánimos mentalmente, y respiró; respiró más y más. Estuvo inhalando y exhalando aire una docena de veces hasta que consiguió parecer un mar calmo. Cuando abrió los ojos, volvió a leer, pero esta vez lo hizo con lentitud. Ahora sí tenía claro qué debía hacer. Empezó a tirar líneas con la regla y después tomó el transportador. Marcó unos puntos, colocó la regla y dibujó un polígono de ocho lados. Cuando terminó de unir la última línea pasó algo sorprendente: empezó a caer al vacío. Aunque fue un viaje corto, sintió que su vida iba a terminar tras el descenso brutal. Sin embargo, al impactar en el suelo tan solo notó un vuelco en el estómago. Después de recuperarse vio una extensión de color blanco roto. Echó a andar hasta que encontró una marca. Era un línea recta perfecta. Comenzó a prestidigitar por encima de ella y vio que el camino viraba de forma regular hacia adentro. No terminaba nunca el sendero hasta que se dio cuenta de que estaba dando vueltas. Sacó un bolígrafo, marcó el suelo y retomó la marcha por encima del trazado. Fue contando las veces que cambiaba la orientación y cuando llegó al punto marcado reparó en que había ocho giros. ¡Era un octógono! Pensó un momento y se acordó de que antes de caer estaba dibujando ese polígono. No puede ser, se dijo. Si estaba sobre el folio eso quería significar que ahora era una miniatura en un mundo de gigantes. Se llevó las manos a la cabeza, estirándose los mechones que agarraba y empezó a gritar, obteniendo por única respuesta su propio eco. Después le vino una idea: si se salía de la hoja tal vez recuperase su tamaño. Así que echó a correr hacia las fronteras del polígono, pero cuando iba a rebasarlo por uno de sus lados se dio de bruces contra una pared invisible. Cuando se levantó volvió a correr hacia otro lado obtenido el mismo resultado. Un hilo de sangre empezó a descender, desde su nariz, por el centro de su camiseta. Derrotado se echó en el suelo, cerró los ojos y acabó dormido.
Pasado un tiempo, se despertó sobresaltado con la campana del aula. El tiempo del examen había concluido y él, que tenía la cabeza descansando sobre los brazos recogidos encima de la mesa, había dejado todas las preguntas en blanco, a excepción de un perfecto octógono con un microscópico punto escarlata en su interior.

Join the discussion 6 Comments

  • Carlos dice:

    Hola José,
    me ha parecido un relato fluido y sobre un tema interesante.
    Cuenta la historia de un chico que se siente presionado por su padre, para ser bueno en matemáticas. No se sabe si es una presión autoimpuesta o es el padre el que le marca unas metas que no van con él, porque el se cree hecho para la poesía. Lo que es cierto es que eso le preocupa y hace que sus pensamientos se pierdan hasta tal punto de no comenzar el examen a la hora. Después se concentra y hace un ejercicio pero acto seguido se duerme y tiene un delirio donde se cree estar encerrado en un polígono, buena metáfora. Pero creo que esa transición hacia el sueño habría que justificarla más, caer la vacío de repente me parece demasiado. Podrías haber mostrado su cansancio o que hubiera tomado drogas.
    En cualquier caso me ha gustado y creo que hay tema para continuarlo, porque hay conflicto y este no se ha resuelto aún.

    Saludos.

    • Jose dice:

      Gracias por leer y analizar. Como dices faltaba una transición, algo que justificara más que se quedará dormido, visto que las respiraciones, aunque sean una docena, no parecen suficientes. He añadido estas frases:
      “(…no reconocía como propia). Necesitaba parar esa sensación y recordó las dos pastillas de orfidal que había sustraído del bolso de su madre. Metió la mano para sacárselo del pantalón, las miró y, tras retirarles el envoltorio, se las tragó.

      Esperó un minuto para ver los efectos hasta que su mente volvió a rumiar”.

      ¡¡Nos leemos!!

  • Natalia dice:

    Hola, Jose
    Este relato me ha resultado curioso. Lo imagen del polígono y el chico andando por las líneas hasta topar con límites invisibles es original.
    Como dice Carlos, es un poco abrupto para el lector que nos hables de algo tan terrenal como lo de querer o tener que cumplir expectativas de otros y, de repente, nos lleves a la fantasía (aunque después haya resultado ser un sueño). Creo que esa transición tendría que ser más fluida, decir al principio que estaba tan ansioso que se ha tomado por primera vez un ansiolítico que ha encontrado en el armario de las medicinas, por ejemplo. Algo que haga que nos pueda encajar que se duerma en medio de un examen, sabiendo además que estaba hipernervioso por cumplir y sacar un 10. Como está, no me resulta creíble que se duerma, creo que tendría que ser ajeno a su voluntad.
    Pero repito que la imagen del polígono sobre blanco vacío me ha resultado muy fresca.
    Enhorabuena por el trabajo 🙂
    Un abrazo.

  • Jorge dice:

    Hola Jose.
    A mi me ha gustado.. Me lo he leido del tirón y me ha enganchado.
    Quiza he leido la versión mejorada tras los comentarios de mis compañeros.
    Efectivcamente no me queda claro si son las pastillas que se toma o si es una realidad fantástica y paralela, pero creo que eso puede quedar a decisión del lector.
    ES original la figura y me ha recordado una mini-novela de la que no recuerdo ni el título ni el autor pero donde los protagonistas eran polígonos, líneas, etcétera y era una crítica feroz a la sociedad victoriana y sus diferencias de clases.
    Recurrir a lo onírico suele parecerme trampa, pero en este caso me ha gustado y creo que ha quedado muy bien.
    Enhorabuena.
    Jorge

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