La inocencia se borró detrás de esa mirada. Su semblante mantenía la sonrisa pero sus ojos ordenaban a su amigo que me sujetara la mano. Yo hacía intención de moverme pero no podía. Yussef me registraba con desparpajo los bolsillos. Reía. Se jactaba. Me enseñaba esos dientes sucios, amarillos y negros. Me seguían sujetando las manos con fuerza y yo intentaba zafarme. ¡Soltadme, soltadme!
Me conseguí escabullir, al fin, de un tirón. Era Jamil quien sujetaba mi mano. Estaba desconcertado. Estaba sudando. Estaba dormido, joder. Jamil gesticulaba, pero yo no entendía nada de lo que decía. Pasaron unos segundos hasta que recuperé la consciencia. Poco a poco le escuchaba, con ese tono gabacho inconfundible. Durante el día anterior, en la excusión del Atlas, apenas habíamos cruzado las palabras justas, pero ahora estaba excitado.
Al poco comprendí que quería que le ayudara con alguien que estaba muy enfermo. Yo no era médico, pero ante una emergencia siempre prevalece la disposición de ayudar, más si se trata de salud, de salvar una vida. Acababa de amanecer, el sol todavía no calentaba. Apenas me pude lavar la cara, cogí mi botiquín y salí tras Jamil. Sabía que él tenía que volver a su casa temprano y sin embargo, también estaba allí conmigo. Subimos a un pequeño camión con la parte de atrás completamente abierta al cielo. En la cabina del conductor viajaban tres, y en la caja descubierta estábamos otros cuatro. Jamil y yo estábamos sentados sobre una rueda de tractor que estaba en medio.
Mi cuerpo amortiguaba las embestidas del ajetreo. Corría viento y se hacía más evidente en esa caja al aire libre. Me acomodé el turbante cubriéndome boca y nariz, y entrecerré los ojos para evitar que me entrara el polvo. Miraba hacía la montaña, esquivando el aire. Los horizontales rayos de sol impactaban en la ladera y provocaban destellos. Parecía que aquel indómito paisaje estuviera, de repente, relleno de metales preciosos. Las piedras pajizas se convertían en áureas, las ocres en brillantes ámbar, y las largas pendientes de pizarra se antojaban torrentes de obsidianas.
Nos detuvimos. No era una aldea. Eran dos construcciones de adobe o simplemente barro calentado al sol. No crecía mucha yerba en derredor. Entramos en la jaima que cerraba el semicírculo de viviendas. Ya había claridad dentro. Todo el suelo estaba cubierto de alfombras, Jamil me llevaba de la mano. Nos descalzamos al entrar. Casi todos los que nos acompañaban se quedaron fuera, dando explicaciones a las mujeres. Descargaban del camión el conjunto víveres que habían traído aprovechando el viaje.
El enfermo estaba tumbado y arropado. Era un señor mayor, de pelo hirsuto, con un pequeño bigote y solo la mitad de la dentadura. Entreabrió los ojos con dificultad. Le toqué la frente y estaba muy caliente. Debía tener mucha fiebre. Jamil hacía de intérprete. Mis conocimientos de socorrismo intentarían hacer un diagnóstico de aquella situación. Pedí agua y me ofrecieron un pellejo que le di al enfermo para que se tomara un paracetamol. Se quejaba de un dolor en la tripa. Era en el lado derecho del abdomen. Al intentar explorarle se tensionó como un resorte. Un simple roce le hacía contorsionarse. Mi torpe diagnóstico fue apendicitis con claros signos de peritonitis. Había que transportarlo con urgencia. El analgésico le calmaría temporalmente. Organizaron el camión para transportarle, les di varias pastillas y salieron inmediatamente, aprovechando que aún era temprano.
No teníamos forma de volver. Se acababa de ir nuestro medio de transporte. Jamil estuvo debatiendo y parece ser que conseguiría un jeep o algo parecido, pero tocaba esperar. Una mujer me tocó, llamando mi atención con discreción. Llevaba una chilaba azul y una hiyab celeste haciendo aguas. Shukran me dijo, y se fue con la misma discreción.
Jamil y yo fuimos invitados a volver a la Jaima. El sol empezaba a subir y también la temperatura exterior. Nos sentamos en círculo sobre las alfombras. Ya estaban las brasas encendidas y la tetera con agua sobre ellas. Esa invitación a té mientras esperábamos era un gesto de respeto hacia nosotros. La conversación fluía. Jamil participaba, pero ya no me traducía todo. Echaron las hojas de té al recipiente que ya estaba hirviendo. No había habitante de aquella tierra que no tuviera su ración diaria de infusión. El tiempo acomodaba nuestros cuerpos que en vez de sentados pasaban a estar medio tumbados. El al-quiam recolocaba las piedras del carbón vegetal.
La piel de aquellos rostros mostraba una vida llena de dificultades, de esfuerzos. Pero nada de eso se apreciaba en el tono de aquella conversación. Charlaban animadamente, mostrando esas dentaduras castigadas. La bebida era arrojada desde gran altura para conseguir la tan deseada espuma, propia de aquel ritual. No necesitaba comprender qué se hablaba en aquella reunión para entender que aquellos cuerpos enjutos dejaban fluir alegría y felicidad, calma y libertad, honradez y verdad. Aquella tierra yerma, virgen de toda simiente, ardiente de día y gélida de noche, era capaz de hacer brotar valores fundamentales. Ansiaba poder hallar, como ellos, tales valores. Me preguntaba dónde y cómo los habían encontrado. En aquel momento me dieron el vaso de té sujetado del borde por las yemas de los dedos. Lo miré, soplé sobre su espuma, se me abrieron los ojos y comprendí. Lo bebí con afán. Llenándome de toda su esencia.
Hola Jorge,
recuerdo el texto de Alberto sobre el viaja por el Atlas y el final me ha recordado también otro texto sucedido en una Jaima que creo que era tuyo, por lo que creo que te costo poco esfuerzo elegir que relato continuar.
En este relato no pasan grandes cosas pero la interpretación del personaje no lleva a considerar que la vida allí es dura pero muy auténtica, lo cual no se si compartirán el resto de personajes debido al problema de la incomunicación entre ellos.
Te has explayado en descripciones mostrándonos ya tus dotes de novelista, por lo que más que un relato parece fragmento de un texto más largo.
Enhorabuena.
Gracias Carlos por tus comentarios.
Efectivamente, es un fragmento mas de la vida.
Nos leemos.
Hola, Jorge
Me ha gustado tu relato. Está bien escrito y puntuado, están todas las tildes (incluso en las interrogativas indirectas). Bien por ti.
Has continuado el texto de Alberto sobre Yusseff. Narras dos experiencias más de este viaje. Una, como casi médico auxiliando a un enfermo y, la segunda, compartiendo el ritual del té. Momento en el que aprovechas para destacar la esencia de ese ritual en el desierto y los valores de esas personas que, pese a tener carencias desde nuestra perspectiva, son felices y destilan verdad.
Yo creo que podrías escribir un día sobre tus viajes, o situar una novela en un contexto de viaje y descubrimiento. Esas experiencias invitan a crecer, a cambiar la perspectiva, a enriquecerse de otras realidades. Pienso que describes muy bien los ambientes y sensaciones que los rodean.
En lo formal, lo único que no me gusta es esta frase:
“Jamil estuvo debatiendo y parece ser que conseguiría un jeep o algo parecido”. Primero porque tendría que estar toda en pasado y segundo, porque repites parece/parecido.
¿Qué te parece así?:
“Jamil estuvo debatiendo y parecía que iba a conseguir un jeep o similar.”
Enhorabuena por tu trabajo.
Nos leemos.
Gracias Natalia.
Me encanta viajar. Todos los años voy a un sitio distinto. Me suelo llevar siempre libros y novelas sobre el país que visito y eso es lo que leo durante el viaje. Algo saldrá de esas visitas, por el momento salen destellos, pero hay experiencias en esos viajes que merecen ser tratadas mas detalladamente. Lo dirá el tiempo.
Gracias
De nuevo un relato parcialmente autobiográfico al que se le añade vida con otra voz, con otra historia. Muchas gracias, Jorge.
Comienza con un sueño que me ha sorprendido, y que muestra una realidad frecuente opuesta a la idílica que relaté con Yussef y sus amigos. Afortunadamente despierta, para encontrarse en una situación extrema en un lugar extremo. Me han gustado tus vivas descripciones de los minerales, y el viaje en camión. Me ha sorprendido ver al personaje protagonista (yo) con turbante, y he podido ver las dos viviendas a las que llegan, con la jaima (lo que me ha costado visualizar es el semicírculo formado por dos viviendas). En fin, acudes a imágenes que ya de por sí conectan de una manera especial conmigo, como el interior de la jaima. La escena del auxilio médico me ha resultado un poco extraña, pero es verdad que en lugares así la realidad con frecuencia supera la ficción.
Sin duda lo que más me ha gustado es todo lo que encierra el último párrafo. Es para mí el más vivo y jugoso, el más sólido y con mayor contenido. El medio en que viven, su carácter, el fascinante ritual del té (que veo que conoces bien). “… aquellos cuerpos enjutos dejaban fluir alegría y felicidad, calma y libertad, honradez y verdad. Aquella tierra yerma, virgen de toda simiente, ardiente de día y gélida de noche, era capaz de hacer brotar valores fundamentales.” Enhorabuena. Gracias por compartir esa esencia, me he sentido nostálgico. Nos leemos.
Hola, Jorge
Me ha gustado tu relato. La descripción tiene un peso muy importante, en especial del entorno, dando unas cuantas pinceladas pero dotando el texto de mucha elegancia. Bravo por ello. El protagonista es el propio narrador y todo lo que dicen los demás es a través suyo. Tengo la sensación que introducir diálogos hubiera quebrado las sensaciones que iba transmitiendo.
Me ha roto un poco inicialmente Jamil le reclama para que ayude a alguien pero hacia el final se pierde toda pista del desenlace de la persona enferma. Lo que me llega de hacer tal cosa es que da igual lo que pase a esa persona, que el foco lo tuvo en su momento pero ya está. Y sin embargo, Jamil parece que está tranquilo, enfrascado en una agradable conversación. Ese salto me ha dejado perdido.
Finalmente me ha encantado la idea que transmite el viajero, de cómo aquella gente se va curtiendo con la esencia del té. Se adaptan a esa tierra porque se nutren de lo que ella da y la honran con la rutina ceremonial del té.
Un abrazo.
Gracias Jose por tus comentarios.
El pasaje del médico también esta basado en experiencias. En ocasiones el médico mas cercano está tan lejos que se conforman con encontrar un occidental que saben que tienen medicinas. Lo avisan, miran a ver si lo puede arreglar. Si se arregla pues ya está, pero en este caso tenían que llevarle a cuidarle. Una vez enfocado el problema, la vida sigue, y allí sigue así, …. tomando té, sin importar la hora ni las veces que se haya tomado durante el día. Mucho mas cuando hay invitados.
Allí yo me he entendido por señas un montón de veces. NO es necesario tener que hablar, al final te haces entender.
Gracias
Gracias Alberto.
Cuando leí Yussef yo también me sentí transportado. Y de hecho, de los recuerdos mas vivos que tengo de esas tierras son los chavales. Se les ve felices con un trozo de cartón y un alambre. No necesitan nada mas en absoluto (ni siquiera un cielo estrellado).
Lo esencial de nosotros lo traemos de serie, no hay que buscarlo fuera, eso es lo que me llegó de tu primer relato.
He tratado de ser fiel a esa idea y narrar dos peripecias en el mismo lugar, para acabar diciendo lo mismo pero de otra manera, que lo esencial lo llevamos dentro.
Debo confesarte que en uno de mis viajes, cuando fui a entregar juguetes a campamentos de refugiados, nos movíamos todo el tiempo en un camión como el que te digo y donde aprendí como poner el turbante y como acomodarlo. Pero es que era perfecto cuando se levantaba viento con arena. El turbante es un gran aliado. Mojado mantiene el frescor, cubre de la arena cuando sopla viento, cubre la cabeza del sol y como es una única pieza de tela muy larga, puede usarse para atar cosas, para hacer un saco improvisado un montón de cosas más, etc…
Muchas gracias por tus comentarios.
Nos seguimos leyendo