Su mano llena
de venas, marca sendas
que yo andaré.
Encarnación resopló. Llevaba cinco minutos esperando a María José en el portal del edificio en el que vivían desde hacía más de cuarenta años, para ir a sus clases de alfabetización. Revisó su aspecto, se sacudió los pantalones azules que llevaba y luego estiró su jersey rojo para colocarlo. Se había puesto su colonia, como cada día. Cuando escuchó el ruido del ascensor, tocó su medalla de oro de la Virgen del Rocío, esperando que fuera su amiga la que apareciera al abrir la puerta.
—Bajas tarde, vamos a ser las últimas y ya no nos podremos sentar delante.
—No me toques las narices, que quería hacer la cama antes de irme. Hoy me he despertado a las cuatro de la madrugada y no he podido dormir más, joder. Y, después de desayunar, me he quedado traspuesta en el sofá hasta que has llamado.
—Vale, hija, qué humor…
María José iba vestida de colores oscuros. Llevaba semanas sin ir a la peluquería y la permanente se le estaba deshaciendo. No llevaba collares ni pendientes, tampoco perfume. Sólo sus gafas de montura metálica dorada que le enmarcaban los ojos en su rostro arrugado.
Andaban deprisa sin hablar, hasta que llegaron a las puertas de la escuela de adultos del barrio. Eran las nueve menos un minuto. Cuando entraron en clase, la profesora las saludó y las invitó a pasar. Sólo quedaban dos sillas libres al fondo, separadas por tres señoras. Les repartieron sus cuadernos y les pidieron que hicieran dos ejercicios.
—Pero Laura, yo no vengo a la escuela a pintar, coño…
—Señora María José, no se trata sólo de pintar, se trata de que usted coloree cada dibujo del color que se le indica.
—Pero que a mí no me gusta, que para eso me quedo en mi casa.
—Escuche, si no supiera leer, no podría hacer esta actividad. Pero sí sabe, y lo que yo quiero ver es si entiende lo que lee.
—Claro que lo entiendo, ¿no lo voy a entender? Lo que le digo es que no me sale del higo ponerme a pintar…
—Pues es lo que le toca hacer ahora —dijo la profesora, respirando hondo—. Yo tengo que atender a estos compañeros suyos un rato. Luego miro si lo ha hecho usted bien. Ya sabe que, a veces, hacemos tareas distintas, adecuadas al nivel de cada uno.
—Pues no me da la gana. Estoy yo como para perder el tiempo…
Encarnación contemplaba la escena muy seria. Se levantó de su silla y se acercó a su amiga. Le tocó el hombro y le hizo un gesto para que saliera del aula. María José la siguió con cara de enfado.
—¿Qué te pasa?
—Que no quiero pintar —dijo, mirando al suelo.
—No es eso lo que te pasa.
—…
—Mírame. Cuenta.
Entonces María José la llevó de la mano a un rincón del pasillo, para que nadie las escuchara.
—Pues que he tenido una pesadilla —dijo, tras un suspiro.
—¿Y qué pasaba?
—…que me moría, que me ahogaba.
—¿Y por eso te has despertado tan pronto?
—Sí, sudando como una cerda. Y ya no me lo quitaba de la cabeza.
—Pero ya está. No ha pasado de verdad.
—Es que no te he contado todo…
—A ver.
—El que me ahogaba era Paco.
—Mari, Paco está muerto y tú estás a salvo —dijo, acariciándola en el brazo.
—El cabrón no me deja tranquila ni muerto. Hijo de puta. ¿Tú te acuerdas de aquel día, que Manuel y Rodrigo eran pequeños, que me dejaste meterme en tu casa con los dos?
—Claro, no me voy a acordar… Se escuchaban tus gritos llamándome, bajando por la escalera al galope, y él, detrás.
—Pues el sueño pasaba justo en tu casa ese día pero no estabas tú, y él tiraba la puerta de un golpe, y se me abalanzaba, me agarraba el cuello con las dos manos y apretaba fuerte. Los niños salieron corriendo y yo hacía lo que podía para quitármelo de encima… y luego ya me he despertado.
—Bueno, ha sido una pesadilla. Has pasado mucha fatiga en tu vida, Mari, yo lo sé. Pero ya pasó, no te va a hacer daño nunca más, ¿me escuchas? Ahora nos vamos a dar un paseo para que te tranquilices.
María José asintió con los ojos cerrados mientras se mordía el labio.
Encarnación entró sola en la clase y le dijo a Laura que se tenían que ir, que volverían al día siguiente. La profesora asintió guiñándole un ojo. Recogió su bolso y el de su amiga y cerró la puerta con cuidado. Luego las dos se fueron andando despacio hacia la calle. Mientras María José respiraba profundo y tomaba aire, Encarnación la agarraba del brazo.
—Pero mañana, si te hacen pintar, te callas y pintas. Sabe Laura más que nosotras.
—Ya veremos…
Al principio sonreía al leer lo mal hablada que es María José. El personaje está muy bien dibujado, lo he visto perfectamente. Pero no me esperaba el giro a mitad de texto. Lo has construido muy bien. Te golpea cuando llega a “—Mari, Paco está muerto y tú estás a salvo —dijo, acariciándola en el brazo. / —El cabrón no me deja tranquila ni muerto. Hijo de puta. ¿Tú te acuerdas de aquel día, que Manuel y Rodrigo eran pequeños, que me dejaste meterme en tu casa con los dos?”. Te felicito, se nota que te estás soltando mucho ;-). Es bonita la escena de las dos amigas, y el terror del pasado se transmite de sobra. Buena idea y bien llevada a cabo. Solo alguna pijada, como ese ‘que llevaba’ que igual sobra tras ‘los pantalones azules’. Pero bueno, en lo importante, enhorabuena.
Nos leemos.
Hola Alberto,
Gracias. Me alegra que te haya gustado 🙂
Tienes razón, sobra “que llevaba”. Al principio escribí una descripción más detallada de Encarnación pero luego pensé que no necesitaba tanto. Sólo quería destacar el matiz que las diferenciaba en su aspecto, una muy cuidada y la otra, más dejada. Pero amigas igualmente, porque no se trata del aspecto exterior. ¿Verdad?
Me ha gustado tu relato Natalia.
Primero nos presentas a las dos amigas, lo que llevan puesto (colores y oscuro) si se han echado o no perfume, parece que estas presentando a “óptima y pésima”, pero está bien ese contraste.
La historia es la de María José, que aún sufre las secuelas de su anterior vida y que no se ha acostumbrado a vivir la nueva, pero Encarnación ya se encarga de guiarla. Aunque este es el tema principal, te acercas a él a través de los recursos de la clase y del sueño y eso le da mucha naturalidad al texto. Se percibe fresco. Tu casi siempre lo consigues con los diálogos, te salen bien.
El final también está logrado, con esa tozudez…”ya veremos”.
Buen trabajo.
Nos leemos.
Gracias, Jorge.
La escena en clase es real. Era mi segundo año trabajando como maestra, tenía 24 años, y me tocó sustituir a una profesora de la Escuela de Adultos de mi pueblo. Las dos señoras eran un poco como las describo. Yo ahí organizando las tareas y, cuando le digo a la señora que inspira a María José que tiene que leer y pintar, me empieza a decir que no quiere, que no va a la escuela a pintar, protestando bien alto, y dale que te pego… Casi me hace llorar :-/
Luego ya sus historias personales no las conocí pero, siendo tan protestona, imaginé un malestar vital que ha derivado en lo que he escrito.
Un abrazo.
Hola Natalia,
me ha gustado mucho tu relato, es creíble y emotivo.
Al comienzo, en la presentación, las expresiones de María José me han hecho sonreír, pero luego has hecho girar al relato drasticamente para llevarlo al terreno de la violencia de genero. El analfabetismo se puede superar pero las secuelas de episodios tan dramáticos quedan para siempre. Y ahí esta la amistad, que ni siquiera habría hecho falta nombrarla para saber la relación que les une a estas dos personas, aparentemente tan distintas, desde hacía tiempo.
Me ha gustado también mucho la frase del principio, muy sugerente, aunque no le he encontrado relación en el texto.
Enhorabuena.
Hola, Carlos
Gracias, me alegra que te haya gustado 🙂
¿Te refieres al haiku? ¿Al poema de tres versos?
En el curso una semana escribimos haikus. Este es sobre la vejez, por eso las manos de la foto son de una anciana (se le marcan las venas). Lo escribí pensando en mi abuelo. Siempre me fijaba en sus manos.
Como era una amistad entre dos mujeres mayores, quise añadirlo. Porque yo un día también seré mayor como ellas, espero. Me inspiraban ternura, por todo lo que han vivido en sus vidas.
Un saludo.