Son las tres y veinte. Me ahogo. No hay gente por la calle así que enseguida me canso de mirar por la ventana. En la televisión no hacen más que hablar de la epidemia y estoy harto. Mei Ling llega a casa siempre a esta hora. Justo veinte minutos después que yo. En la academia siempre cerramos a las dos pero yo recojo a nuestro hijo en la guardería, así que suelo llegar a las tres. Ahora es cuando ella abre la puerta y coge a Joan en brazos, que ha ido corriendo en cuanto ha escuchado la llave girar. Luego ella me abraza a mí y nos quedamos los tres unos segundos juntos, sonrientes. Ella me pregunta qué tal me ha ido y me besa en los labios. Y yo ya no quiero estar en ningún otro sitio. Me quedo ahí. Para siempre. Ellos son mi hogar, mi centro. Pero llevo ya veinte días encerrado y este piso se ha convertido en una jaula de paredes blancas. Vacía. Resuenan a lo lejos las risas, los juegos, los besos y las caricias. Y yo vuelvo una y otra vez a ese abrazo. Todo el tiempo.
Qué tremenda casualidad vivir justo donde se originó el brote de coronavirus. Menuda mala suerte… Algunos españoles que viven aquí han sido repatriados por el Gobierno de España, pero mi desgracia fue en aumento el día que nos localizaban a todos y yo tenía fiebre. No pude volar, por precaución. No podía ni imaginar nada de lo que está pasando cuando cogimos el avión mi mujer, mi hijo y yo de vuelta a Wuhan, tras unas estupendas Navidades en casa, con la familia. Qué bonita estaba Barcelona… Esto ha llegado tan lejos que ha tenido consecuencias hasta en la ciudad donde nací. He leído hace un rato que han suspendido el Mobile World Congress. Aunque nueve mil cuatrocientos siete kilómetros separen mis dos ciudades.
Me doy cuenta de que estoy todo el rato suspirando. Aquí todo está parado. Fábricas de muchos países han detenido su producción. Y es que todo se fabrica en China. No hay transportes públicos y ni siquiera dejan circular a vehículos privados. Nos han encerrado en la ciudad para proteger al mundo. Por seguridad. Y aunque me han dicho que lo mío es una neumonía y que no sufro el virus, Mei Ling y Joan se han ido a casa de mi suegra. Hemos preferido hacerlo así. Pero es duro. Nunca me ha gustado la soledad. Me gusta hablar con la gente y hacer planes fuera de casa. Como profesor de español, conozco a muchas personas nuevas cada curso y suelo entablar amistad con algunas de ellas. Ahora sólo puedo comunicarme por teléfono.
Hoy he contactado con el consulado español pero dicen que, de momento, no va a haber otro vuelo de repatriación. Mi hijo no puede ir a la guardería aquí porque las han cerrado. Dicen que hasta junio. Tiene sólo dos años y está que se sube por las paredes de la casa de su abuela. No le gusta llevar mascarilla y quiere tocarlo todo. En Barcelona podría estar escolarizado y podríamos vivir en casa de mis padres. Pero esa solución no llega. Tengo tantas ganas de verle…
Ya no sé cómo pasar las horas. He contado los azulejos de la cocina y del baño, he ordenado todos los armarios, he barrido y fregado cada esquina. No sé por qué pero me ha dado por contar los pasos que hay desde la entrada hasta cada habitación y he encontrado el centro de este piso. Y aunque me he sentado justo en ese punto, delante del sofá, no he conseguido centrarme.
No sé cuando acabará todo esto.
Hola, Natalia
otro enfoque distinto al resto. Esta vez el personaje no tiene nada que ver con la expansión del virus, ni con la búsqueda del antídoto ni con la investigación del caso. Se trata de un “simple” español que está sufriendo el rigor de la cuarentena. Me ha llegado su hastío, creo que lo has sabido transmitir a la perfección.
El primer párrafo me confundió la primera vez que lo leí. Y creo saber por qué. Dado que es la situación cotidiana de su vida pero que ahora no se da porque él está aislado, entiendo que el tiempo verbal que mejor le iría es un condicional: “ahora es cuando ella abriría la puerta”.
Del resto, por mi parte, nada que añadir.
Me gusta el enfoque. Está claro que requería la utilización de la primera persona. Al final he tenido la sensación que era una carta que escribía a alguien. Cosas mías.
Enhorabuena.
Hola, Jose
Pues lo puse en presente porque él recuerda ese momento “todo el tiempo”. Para él es un recuerdo presente.
No sé. Quizás confunde.
Gracias por comentar 🙂
Hola Natalia,
me ha parecido interesante enfocar el relato desde el punto de vista de alguien que esta sintiendo las consecuencias y deja claro desde una experiencia personal como la vida de la sociedad se trastoca por completo de un día para otro.
Lo interpreto como un dialogo interior que perfectamente se podría plasmar en un diario.
Al igual que a Jose me ha despistado el primer párrafo por el tiempo verbal, luego se ha aclarado cuando descubro que está aislado. Para que me resulte más creíble me gustaría que contaras por qué no está en un hospital.
Enhorabuena.
Hola, Carlos
Pues me inspiró una entrevista que leí en un periódico, de un profesor de español en Wuhan. La situación en la que estaba es la que describo: aislado en su casa, lejos de su familia.
Según he leído, las neumonías se tratan al principio con medicación y luego reposo en casa. Si es muy grave, hay hospitalización, pero luego les mandan a casa. Cuando yo iba al colegio, una compañera sufrió neumonía y estuvo un mes en casa, sin ir a clase. Es por precaución, para no contagiarse con otros virus.
Este señor no padecía el coronavirus pero imagina que sale a la calle y le contagian. Estando todavía recuperándose de lo suyo…
En fin. Que al leerlo, pensé qué podía sentir en su aislamiento.
Gracias por comentar 🙂
Bravo Natalia. Nos llevas muy bien a la piel del personaje, y es un acierto centrar el relato en su soledad y reflexiones. Lo he leído con gran empatía, la prosa está muy bien construida. Y, sobretodo, me gusta la simbología que utilizas del centro.
Las imágenes como las de los azulejos contados en soledad son de las que condimentan la lectura de verdad. Hubiera sido un buen ejercicio seguir haciendo esa soledad en el piso tan visual, como cuando cuenta los pasos.
Al igual que a los compañeros, el tiempo presente para narrar dos tiempos distintos en el primer párrafo me ha despistado, aunque entiendo cual era tu idea.
Nos leemos.
Hola, Alberto
Es que cuando uno se tiene que alejar de lo que más quiere, el vacío es grande. Está solo, encerrado, inseguro por su familia… y, lo peor, sin saber cuándo acabará todo.
Queda claro que el tiempo verbal empleado al principio ha despistado. Así que habrá que corregirlo.
Gracias por comentar 🙂
Hola Natalia.
Original relato. Te has ido a una experiencia personal de un afectado. Quiero decirte, que yo escuché la noticia de los 14 españoles que vinieron de Wuhan y que hospitalizaron en cuarentena 14 días. Y pensé que podría ser una buena historia contar el encierro/cuarentena de alguno de éstos.
Tu relato está bien contado y nos haces empatizar con el protagonista. Nos sentimos, como él, injustamente encerrado y alejado de los suyos.
En definitiva, una historia muy centrada.
Enhorabuena
Nos leemos.
Hola, Jorge
Pues mira, coincidimos. Seguro que le habrías sacado jugo a la historia, con tus toques de humor y enfoques originales.
Me alegra que te haya llegado como para empatizar con el protagonista.
Gracias por comentar 🙂
Hola Natalia,
Me ha encantado. Sobre todo el juego que haces con el centro, centrarse, y buscar físicamente el centro del piso. Que regusto deja ese “No se cuando acabará todo esto”. Acaba con poca esperanza, y recordando textos tuyos, suena muy diferente. Me alegra que explores.
La frase que más me ha rechinado es la de “Como profesor de español, conozco a muchas personas nuevas cada curso y suelo entablar amistad con algunas de ellas”. Esa frase sentí que rompía el tono de diario o monólogo interno y nos explicaba cosas al lector. Tal vez algo como “Cuanto echo de menos las clases, poder hablar con alguien en persona, y no siempre por teléfono”. Es una sugerencia.
Gran trabajo, te mando un abrazo enorme.
Hola, Yuri
Gracias. Me alegra que te haya gustado 🙂
Me parece que tienes razón con esa frase. Habrá que retocarla.
Nos leemos 😉