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Siempre conseguías, con unas pocas palabras, hacerme salir de mi cueva, inundarme del mundo exterior. También aquel día utilizaste tu manto de calor y vida para alterar la inercia, para sacudir mi espacio de comodidad. «A las ocho en mi portal, ¿de acuerdo?». Yo sabía que no me arrepentiría de aceptar tu propuesta.

El sol se aproximaba al horizonte pero aún hacía calor, y yo pasaba montado en bicicleta junto a decenas de personas sentadas en terrazas. La ciudad palpitaba de vida entre sonrisas, vino y cerveza fría, yo disfrutaba de la sensación de pedalear en chanclas, placer tan poco frecuente en los atardeceres de nuestra ciudad. Cuando nos encontramos junto a tu casa, el sol alargaba las sombras, encendía nuestra piel. Nos metimos en tu furgonetón verde, y condujiste hasta la presa de Albina. El hueco ocupado por el freno de mano era enorme, pero yo intentaba copilotar lo más cerca de ti que me era posible.

Aparcamos junto a la presa, cogimos la pequeña mochila y comenzamos a caminar por una pista ancha, rodeados de bosque. Charlábamos animados, dejándonos llevar por el agradable tacto de la temperatura veraniega y de nuestra compañía. Dábamos rápidos pasos a la sombra de los últimos rayos de sol hasta que, guiados por la intuición, abandonamos la estrecha pista y avanzamos entre pinos por una senda que atravesaba el bosque y nos dirigía al agua. Descendimos hasta la orilla, pedregosa y desnuda, y avanzamos hacia el norte buscando abandonar la sombra, que pronto lo envolvería todo.

Nos encontramos de nuevo con la luz del sol, unos minutos antes de que desapareciera entre las altas copas de los árboles. Contemplamos la imagen durante unos minutos: la superficie del agua plateada y en calma, rodeada en todas las direcciones por el bosque oscuro. El sol mutaba en una rueda naranja; parecía un dios que, con mirada pícara, nos dejaba alguna sorpresa antes de retirarse. Al norte, las laderas de piedra clara del Anboto, y sobre nosotros el todavía limpio e intenso azul del verano.

Nos desnudamos y nos sumergimos en el agua, y allí dentro detuvimos el reloj y nos dejamos envolver por la magia del instante, nos abrazamos, nos besamos. Al poco nos encontramos de nuevo en la orilla, sentados sobre nuestras toallas, sorprendidos por los colores del cielo. Saboreé a tu lado el queso y la cerveza, y sentí un dulce agradecimiento que me puso en paz con el mundo.

Cuando llegó el momento de regresar, abandonamos la orilla y nos adentramos de nuevo en el bosque, y a los pocos segundos te detuviste, sorprendida, y señalaste el cielo con la mirada: la luna, la luna llena, flotando muy cerca del horizonte, majestuosa. Desde ese instante, ella era la dueña de todo lo que existía. La luz le pertenecía, una luz perteneciente a otro mundo, que iluminaba con fuerza el bosque, el agua y nuestros cuerpos. Los troncos de los árboles se recortaban oscuros contra un cielo sometido a ese nuevo universo, recién creado para nosotros, y tú y yo entramos también en él, cruzamos al otro lado. Cientos de enormes pinos, solemnes seres nocturnos, nos rodeaban y protegían. Allá afuera, la nueva reina nos recordaba que el mundo en el que vivimos es tan sólo un pedazo de piedra flotando en el espacio, y que somos nosotros quienes le imprimimos vida. El sol seguía allí, al otro lado, y miraba la luna, y ella a nosotros. Estábamos desnudos otra vez, acariciándonos, atravesándonos, viajando por esa extraña y misteriosa realidad, más real que cualquier otra cosa conocida.

Un abrazo nos despidió de lo desconocido. La luna se había hecho pequeña, y parecía indiferente a lo sucedido. Debía de ser otra. Regresamos a nuestra ropa, a nuestras palabras, a nuestro camino a casa.

Han pasado cinco años, sigo a tu lado. De vez en cuando, recuperamos la sensatez y escapamos de nuestra rutina para obedecer a la luna, al bosque, a lo que somos, a la sangre plateada brillando en la superficie del agua, a aquel suelo oscuro cubierto de hojas, cortezas, ropas desechadas y huellas de pies desnudos. Y la rueda del tiempo vuelve a detenerse para poder volver allí, a aquel rincón que una noche de verano nos regaló, por atrevernos, por desnudarnos, por cruzar al otro lado, al nuestro.

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  • Natalia dice:

    Hola, Alberto
    Me ha gustado mucho tu carta. Tenía dudas de que la enviaras, de que encontraras un hueco para escribir, pero ha llegado a su destino. Por lo menos, a su primer destino. Ojalá le llegue a la destinataria también 😉
    Me gustan siempre los escenarios en los que sitúas tus relatos. Transmiten tu amor por la naturaleza, tu conexión con la Tierra y con los otros seres vivos, no humanos.
    Ha sido muy bonito ver este primer encuentro, narrado de forma sutil y discreta. Y con la luna llena de espectadora 🙂
    Conecto contigo porque veo que cuentas cosas tuyas, te veo entre tus palabras. Ya que esta semana estoy hablando de música, para mí, hay un plus en un cantante que canta sus propias canciones, aunque no sea el mejor cantante del mundo. Mucha gente canta bien pero no todo el mundo puede escribir una canción. Y muchos menos escriben canciones que valgan la pena, que sean personales y descriptivas sobre cómo ven la vida y sienten. Para mí, tú eres el cantante que canta sus canciones.
    Enhorabuena por tu trabajo.
    Un abrazo.

    • Jose dice:

      te estás ganando que te pidamos una canción.

    • Alberto dice:

      He estado muy cerca de no presentar texto esta semana, pero al final readpaté una vieja carta (no tan vieja, cinco años ;-)), que después de un par de cursos de escritura ha cambiado algo de forma y estilo. Me alegra mucho que te haya gustado, y doy por bien empleado el esfuerzo por los piropos que me envías jejeje Si, me gusta cantar mis propias canciones.
      Pero, un momento, un momento, vayamos a lo importante… ¿Has cantado en garitos??? Natalia, tienes una deuda con nosotros. Tenemos que escucharte en vivo algún día

      • Natalia dice:

        Pues sí, cuando tenía 25 o 26 años. Hace mucho tiempo ya, jeje
        Tenía su parte buena, de disfrute, pero también su parte mala. Hubo cosas que no me gustaron; una de ellas, la sobreexposición a la que te sometes al ponerte delante de la gente. Había mucha adulación por un lado, y críticas por el otro. Me encontré con un mundo poco equilibrado y superficial y yo no estaba fuerte como para adaptarme a él. Es mi experiencia personal, claro. Tocaba con mi mejor amigo, músico de profesión, y esa fue la parte más bonita.

  • Jose dice:

    Hola, Alberto
    Me parece un texto majestuoso. Has decidido centrarte en un momento, pura experiencia, pura vivencia. El amor es eso y lo has dejado perfectamente reflejado. No has escrito sobre el amor; lo has representado. Por eso, las únicas palabras que aparecen son las de ella diciéndole de quedar a las 8. El resto no es necesario. En el texto queda explícito que durante todo ese episodio de amor, no se dicen nada y de hecho me lo imagino así. Cuando hay esa intensidad y esas ganas de ser protagonista de la vida sobra el invento de las palabras. Y con ello guardas la coherencia de la que habla el texto de volver a lo natural.
    Las descripciones me han encantado. Eres muy bueno con eso. Cuanto tengo que aprender de ti.
    He entrado en la situación. Al final incluso me sentía mal mirando porque era tan íntimo el momento que no debía tener espectadores, más allá de los enormes pinos y el resto de “atrezzo”.
    Me ha resultado tan realista que me imagino que tendrá muchos componentes autobiográficos.

    Sólo un detalle. Durante la lectura, una palabra me ha sacado de la fluidez y ha sido furgonetón. Ese aumentativo me ha sacado un instante. Pero esto es mío.

    Nada más, ¡¡muchas gracias!!

  • Jorge dice:

    Gracias Alberto, muchas gracias.
    Que gran momento me has hecho vivir. Te has vaciado. Que prosa más poética, que situación. Quiero estar allí, quiero ser el protagonista.
    Este texto está muy bien escrito, pero además transmite emociones y cuando eso pasa, yo si creo que se ha pasado al otro lado.
    No diría que es una carta, pero desde luego esta lleno de amor. Tienes frases y párrafos muy buenos, y parece que en algún momento te vas a pasar de empalagoso, pero al final está todo muy equilibrado. Las metáforas, la situación, vas utilizando elementos que cosen muy bien el relato: la luna, el otro lado, esa rueda del tiempo detenido y que bien enganchas para cerrarlo como se merecía.
    Otro mérito es que siendo muy poético, muy metafórico, transmite mucha naturalidad. No parece una escena inventada, parece una escena real y nos podemos sumergir en ella, como los protagonistas en el agua.
    Si cada vez que te estresas te sale esto, voy a buscar manera de estresarte.
    ENHORABUENA.
    Nos leemos.

    • Alberto dice:

      Gracias, Jorge. Parece que cuando escribo sin apenas revisar, sin detectores de repeticiones, etc. a veces salen cosas que gustan. Me alegro mucho. Te resultará difícil estresarme más de lo que estoy, piensa que escribo esto a la 1:58 de la madrugada jejeje

  • Diana dice:

    Hola Alberto.
    Tu relato de la carta es muy bonito, esta lleno de descripciones muy intensas y logradas, que te trasportan hasta esa preciosa noche. De verdad muy bella.
    Si te tuviera que decir algo… he visto que hay palabras que escribes diferente, imagino que es por cambios en el idioma (si en sucesivos textos veo que hay alguna que no conozco, o que no entiendo dentro del contexto, te pregunto).
    La otra cosa es que tengo la sensación al leer el texto es que no esta escrito como si fuera una carta de amor, sino como un recuerdo del protagonista. Que puede ser cosa mía.
    Una escena preciosa.
    Un abrazo muy fuerte.
    Nos leemos.

  • Carlos dice:

    Hola Alberto,
    una historia llena de recuerdos muy sugerentes.
    Es curioso como hablando de cosas alrededor de un hecho central, en este caso tirando de naturaleza, consigues recrear un ambiente que envuelve los pensamientos de los protagonistas, aunque dejas que al lector libertad para imaginarlos.
    Has hecho que ese rincón de la naturaleza parezca muy acogedor, no hay zarzas que pinchen, ni piedras que se claven en los pies, incluso el suelo parece mullido.
    Puestos a pedir, me hubiera gustado saber un poco de los sonidos del bosque, de lo fría que estaba el agua, del amargor de la cerveza
    y de algún gesto particular de los protagonistas que ancla ese momento para siempre en la memoria.

    Enhorabuena.

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