Sangre. Mucha sangre. Escupo mucha sangre. La veo dar círculos concéntricos hasta desaparecer por el desagüe. Dejo de estar incorporado para volver a tumbarme en el sillón. No siento nada, tengo la boca dormida, pero sí que me llega el sabor. Sabe a metálico. Tengo la sensación de que se me va a salir por las comisuras pero no sale nada, solo es la sensación. Mientras me sigue manipulando yo voy soltando la tensión con la que me senté. Odio la aguja que me clava al fondo de la mandíbula y recuerdo el primer día.
Mi hermano fue el primer dentista que me atendió. Bueno, en realidad no era dentista, era médico y después se hizo estomatólogo. necesitaba, en sus prácticas de estomatología, tener pacientes con los que aprender. Así que yo no fui a la consulta de un doctor, ni había sala de espera, ni había revistas. Ni había donde esconderme. Mi hermano me citó en la universidad, y pasé por un pasillo enorme, lleno de sillas de tortura, todas abiertas a la vista, donde atendían a otros cobayas, o hermanos, o familiares, o gente que no tenía dinero para pagar la solución a un dolor de muelas.
No salí mal parado de aquella. No se le daba mal a mi hermano. Esa fue la primera de otras varias veces que me tuvo que arreglar la boca. Me fiaba a medías de él, ya sabéis que pasa donde hay confianza, pero al menos, él sabía que yo tenía pánico a las agujas y siempre la escondía para que no la viera. Mi hermano hablaba poco, o casi nada. Pero cuando se ponía a hurgarme la boca se le activaba el superpoder de la locuacidad y no paraba. Llevaba mascarilla. Solo se veían sus ojos grises, sus profundos ojos grises.
Siempre parecía estar en otro mundo o en otra galaxia. Era difícil saber lo que pensaba. No confiaba en nadie, no confiaba en nada, no confiaba, no. Algunas veces conseguía sacarlo de su ensimismamiento. Le sacaba conversaciones que le interesaban. No era fácil, pero cuando se animaba hablaba con motivación. Tenía un lado esotérico, como conectado a otro mundo, a otra dimensión. Estaba convencido de haber tenido viajes astrales y me los contaba como vivencias reales. Varias veces estuve sentado al lado de él, en el suelo, con la posición de flor de loto, respirando profundo, tratando de no pensar en nada, pero nada, nada es lo que conseguía, yo nunca conseguí viajar. Debe ser que tengo los pies demasiado en la tierra o mi hermano los tenía demasiado en el cielo.
Su tesina de médico fue sobre manchas de sangre. Recuerdo como tenía papeles llenos de manchas marrones sujetos por pinzas a la librería metálica anclada a la pared. Recuerdo con cierta nitidez alguno de esos dibujos, pero nunca he entendido que se pudiera escribir una tesina sobre eso. Él lo hizo.
Una vez, cuando todavía yo no había cumplido los dieciocho nos fuimos los dos de viaje. Íbamos en coche y conducía él, claro. Parecía un viaje interesante a la costa azul; Mónaco, Niza, Saint-Tropez se me antojaban nombres exóticos. Tanto mi madre como mi abuela me animaron a acompañarle y yo, en realidad, no tenía nada mejor que hacer.
Dormíamos en tienda de campaña, buscando campings o cualquier sitio donde acampar (era otra época, creedme). En mitad de aquel viaje fuimos buscando un pueblo del interior por el que tuvimos que preguntar varias veces y que finalmente encontramos. Lo que mi hermano buscaba era la Comunidad del Arca. Resumiendo mucho, era una asociación que vivía en comuna, donde la gente se acercaba para curarse el alma, para curarse por dentro. Yo era demasiado joven y aquello no lo entendía. No entendía el francés, no entendía el inglés y no entendía a esa panda de pirados. Por aquel entonces era impetuoso, irrespetuoso y apresurado. Me faltó tiempo para entender que las heridas del alma son realmente profundas y que no se suelen sanar en el hospital o con pastillas. Discutí mucho con él, no lo entendí, no lo comprendí, no lo escuché. Era un adolescente y solo me quería ir de allí.
Tiempo después me sigo acordando de aquel viaje y de aquellas discusiones. Me hubiera gustado haberle comprendido mejor. Haberle escuchado. Para mí él era y sigue siendo una caja misteriosa que nunca acabé de comprender, aunque estábamos conectados, sé que para él yo tenía algo que le atraía. Quizá era el desparpajo de mi juventud, o la impunidad que me daba la ignorancia, pero a él le atraía.
Supe que había muerto antes de que me confirmaran su fallecimiento. Se llevaba barruntando desde el viernes. No daba señales de vida y aunque no era la primera vez que lo hacía, el domingo ya parecía demasiado tiempo. Se murió, es la versión oficial. A veces pienso que quizá se dejó morir. Siempre vivió entre los dos mundos, siempre viajando de uno a otro. Siempre insatisfecho de tener que pisar la tierra. Perseguía un mundo mejor, allí, al fondo de sus ojos grises donde todo era eterno, donde todo era infinito. No me enteré por la policía, ni me enteré por el juez que levantó el cadáver. Me confirmó la muerte el grito sordo de mi madre al conocer la noticia, verla de pie, sujetándose en el brazo de mi otro hermano, encogida sobre su vientre. Sí, su vientre, principio y fin. Aquella imagen está grabada en mi retina con el significado del dolor, porque el dolor es mudo, el dolor es ciego, el dolor es sordo.
Otro dolor más mundano, el físico, me trae de vuelta. El torno fresador hurga en mis encías, limpiándolas y la anestesia se me está pasando. Levanto la mano y el periodoncista para el curetaje. Me pregunta si estoy bien, asiento con la cabeza, me acomodo y cierro los ojos buscando otra vez el rostro de mi hermano, mirándome, sonriendo, sin hablar. Y yo le escucho y me dejo llevar.
Hola, Jorgr
Texto muy emotivo. Llega muy adentro además por cómo apelas al lector, con un par de veces o tres que te diriges a él, bueno a ellos. Quizás me gustaría más la segunda persona del singular porque lee solo una persona a la vez pero esto como siempre es mi visión. No sé si es autobiográfica. No te lo voy a preguntar porque es demasiado íntimo pero el texto consigue transmitir con un gran realismo los aspectos que hacen fascinante al personaje a los ojos de su hermano menor.
Me gusta que acabe y empiece en una consulta odontológica. A veces cuesta mucho pensar cómo cerrar el texto y la opción elegida me parece muy acertada.
Según iba leyendo me daba la sensación que estábamos sentados alrededor de ti y nos lo contabas de forma oral. Supongo que será por el estilo que has imprimido. De esta forma se hace muy accesible su lectura.
Me ha gustado mucho.
Nos leemos.
Hola, Jorge
Un texto sentido, de hermano a hermano. Me ha gustado.
Como a Jose, me ha parecido una confesión a un grupo de amigos, un momento de esos en que uno está cómodo y puede abrirse.
Imagino que había una distancia de unos cuantos años entre los dos protagonistas, edades distintas y momentos distintos vitales que llevaron a cada uno por un camino y que les hicieron desconocidos en un nivel profundo, de creencias y de formas de ver la vida.
El hecho de que el hermano mayor hiciera de dentista de su hermano le supone a este último recordarle cada vez que le toca pasar por ese tipo de consulta. Ver sus ojos de nuevo. Como los olores de la infancia que, en cuanto se vuelven a oler, recuerdan de inmediato a esos momentos pasados.
Las pérdidas imprevistas, sobre todo de personas jóvenes, conllevan muchas preguntas y dudas entre sus allegados, ganas de haber hecho las cosas de otra manera, ganas de saber. Pero uno hace lo que puede con lo que sabe en cada circunstancia. Luego, con el tiempo, uno crece y tiene más herramientas y piensa que hubiera actuado diferente pero el momento fue el que fue y ya pasó. No hay que fustigarse.
Está claro que una pérdida de alguien tan cercano y querido te marca para siempre. Ese creo que es el trasfondo de tu texto: la marca, en forma de ojos grises, grabada en el corazón para toda la vida.
En cuanto a lo formal, creo que esta frase me suena mejor escrita de estas dos maneras:
Sabe metálico / Sabe a metal. “Sabe a metálico” me suena raro.
Faltan dos tildes:
“ya sabéis qué pasa donde hay confianza”
“Recuerdo cómo tenía papeles llenos de manchas marrones”
Se escribe “debe de ser” cuando es una probabilidad y “debe ser” cuando es una obligación. Así que creo que tu frase sería:
“Debe de ser que tengo los pies demasiado en la tierra”.
Aquí, en el uso de “lo” o “le”, no sé si te refieres a él (complemento indirecto, se usaría “le”) o a aquello (complemento directo, se usaría “lo”).
Si no lo he interpretado mal, creo que tendría que quedar así:
“Discutí mucho con él, no lo entendí (aquello), no lo comprendí (aquello), no le escuché (a él).”
Enhorabuena por tu trabajo.
Nos leemos.
Sabias palabras.
Hola Jorge,
una historia muy emotiva. Ahondas mucho en el recuerdo de la incomunicación entre ambos, incomunicación verbal porque como dices algo que podríamos llamar espiritual os unía. Me hubiera gustado que hubieras hecho referencia a alguna frase que en aquel tiempo no se entendía pero con el tiempo cobra sentido.
Buen trabajo.