El traqueteo del tren me relajaba y hacía bajar mis párpados. No hacía calor, no hacía frío, hacía una temperatura confortable. Aún no me había quitado el abrigo y tenía a mi izquierda el portafolio, y sobre el portafolio mi mano, relajada pero atenta. Era todavía de día. La luz entraba por la ventana del departamento y nos iluminaba a todos. Enfrente estaba una señora de unos cincuenta años, rondando los sesenta. Llevaba un vestido largo, un sombrero y tenía su bolso apoyado en su regazo. Justo a su lado viajaba una joven, bien parecida. Parecían ir juntas, no porque hablaran mucho, sino porque hablaban en tono de discusión constantemente.
Entró al departamento un joven trajeado mirando el billete que tenía en sus manos. Parecía despistado. Nos saludó con un escueto buenas tardes y un movimiento asertivo de cabeza. Acabó sentándose también frente a mí. No había terminado de sentarse y confirmé que tenía mi portafolio junto a mí. El señor de mi izquierda aprovechó el ínterin y cambió de postura. Enfrente, la señora del sombrero se fue un poco más a su derecha, y tiró de la joven hacía ella, queriendo dejar más espacio al nuevo pasajero.
Hay imágenes que valen más que mil palabras y silencios más elocuentes que cien mil. Este era una de esos silencios, se expresaba a través de los cruces de miradas entre los pasajeros, aprovechaba para manifestarse en los roces, en los pequeños movimientos. El joven trajeado no podía mirar directamente a la chica de su lado y quizá, al no poder verla completamente, alimentaba, aún más, su interés. La joven solo quería zafarse de la señora del sombrero, como si tratara de liberarse de una gruesa cadena.
A todos nos pilló de sorpresa la repentina oscuridad. El silencio se hizo más notable a través del único sonido ambiente: el traqueteo. Cuando nos quitan un sentido, parecen agudizarse todos los demás. Me pareció percibir el olor de un perfume, era afrutado, dulce pero no dulzón. Quizá frambuesa, quizá mora. Al respirarlo no dejaba duda de su frescor. No conocía la piel de la que emanaba esa fragancia, pero mi mente ya estaba buscando opciones.
Me pareció escuchar susurros en el asiento de enfrente. No podía distinguir las voces, ni el contenido de la conversación, pero el ruido del bisbiseo me llegaba con nitidez. Ya tenía otro interrogante para analizar sin haber resuelto el anterior. El señor de mi izquierda tosió con estrépito y noté como, yo mismo, volteaba la cabeza para mirarlo. Me imaginé a todos los ocupantes del departamento dirigiendo sus miradas hacía él, pero solo imaginaba, no se podía ver nada.
El túnel dio una tregua que duraría quizá un segundo, quizá dos. Un momento de luz en el que pude observar el rostro de la joven mirando al chico trajeado y a él mirándola a ella. No llegué a apreciarlo, pero en cuanto empezó el siguiente túnel me los imaginé bisbiseando con los labios muy cerca. Mi mirada hubiese querido indagar lo que hacía la señora del sombrero, pero cuando lo intenté ya estaba todo oscuro de nuevo.
Durante este segundo túnel se me resolvieron las dos dudas: encontré la piel del perfume y el origen de los susurros. Yo prefería que llegara cuanto antes la luz, pero ese anhelo, seguramente, no sería compartido. Es evidente que no puede llover al gusto de todos. Repentinamente nos sorprendió otro instante fugaz de luz en este pasadizo intermitente y pude percibir, sin ninguna duda, que aquellos labios ya no murmuraban, ahora se comunicaban por el tacto y en esta ocasión, sí que pude llegar a ver como aquel sombrero estaba girando hacía ellos.
De nuevo nos inundó la sombra, y la ceguera se vuelve mayor cuando se aparece tras un torrente de luz. Y fue en ese momento cuando todo ocurrió. No me acuerdo bien del orden de los acontecimientos. Un grito, el traqueteo del tren de fondo, un sonido que parecía una bofetada, una voz exclamando vete, el constante traqueteo, una mano cogiendo mi portafolio con fuerza, tirando de él y yo sujetándolo, reteniéndolo, el traqueteo. El silencio ya no se manifestaba, era el ruido quien se expresaba en aquel departamento, un ruido de bullicio, de lío, de confusión. Sentí a alguien levantarse y me llegó el perfume más cerca. Y por último un estrépito, alto y seco. Un estrépito que pudo matar al ruido. Un ruido que se quedó sordo. El disparo de un arma de fuego.
El departamento se llenó de olor a pólvora, de olor a humo, de olor a fuego. Molestaba inhalarlo. Conseguí zafarme y arrastrar el portafolio conmigo. Me levanté y fui con decisión a la puerta para empezar a caminar por el pasillo. Mi corazón aún latía con fuerza y rapidez. Caminaba sabiendo que el único destino era más y más pasillo, me tropecé, me volví a levantar. Caminaba impaciente y sabía que aquel tren tendría un fin.
En mi huida aún podía oler el fuego, aún me pitaban los oídos y mi arma aún estaba caliente en el bolsillo de mi gabardina, ahora rota y con un agujero.
Hola, Jorge
Me ha gustado cómo has recreado la escena. Al final he sentido el traqueteo, de tanto repetirlo. En otras palabras que has repetido no he notado ese efecto, sino que me ha ralentizado algo la lectura, pero mínimamente.
Tenemos tan instaladas situaciones de compartimentos (o departamentos, como utilizas, con mucha elegancia) en nuestro depósito de memorias cinematográficas que sin ubicarlo en una época, me he imaginado de primer cuarto de siglo XX, con todas las indumentarias pulcras e inmaculadas, como era la norma de aquella época.
Me parece muy acertado que señales desde el principio el portafolio del protagonista, dado el cariz que van a tomar los acontecimientos. Has guiado al lector hacia donde querías y es un tanto que te debes anotar. También me ha gustado que el diálogo no haya sido protagonista ni haya aparecido por ninguna parte, porque de esta forma cobraba más fuerza el mencionado traqueteo.
El recurso de la luz tenue que viene unos segudos y se va pone al lector en jaque; cuando el narrador parece que va a poder describir algo que pasa de forma clara, vuelve la oscuridad y así un par de veces. Colocas a quien lee en la incertidumbre y esa es la sensación con que se termina el relato puesto que uno quiere descubrir quien fue la persona que intentó robarle el portafolio, das pistas por el perfume, parece que sea la joven, pero nada que pueda confirmarse con rotundidad. De hecho el protagonistas no sabe sobre quien habrá disparado. Quizás en ese punto del disparo o los segundos posteriores falta algún ruido más, el que los propios ocupantes emitan después de haberse producido ese ruido de pistola. Tal vez añadiendo algún ruido ensordecedor en ese momento, producto del paso del tren por algún punto, pudiese añadir confusión a la escena y que los propios ocupantes no hayan distinguido con claridad el asunto del tiro.
Encantado de leerte, pero no nos tenga tanto tiempo en ascuas, que es un sinvivir.
Abrazos.
Gracias Jose por tus comentarios.
Siento el retraso, pero cuando voy pillado de tiempo, prefiero retrasarme y hacerlo al siguiente fin de semana para poder repasarlo.
Al ser un narrador en primera, le afecta la falta de luz, y no puede saber todo de todos, excepto lo que percibe por sus sentidos.
Nos leemos.
Hola, Jorge
Me ha gustado tu relato. Describes la escena de forma muy visual, con precisión, y puedo imaginarme a todas esas personas en el tren, cada una en su posición, con sus particularidades, moviéndose a medida que van de oscuridad a luz y de luz a oscuridad por el túnel.
También destaco el uso de los sentidos como referencia para escribir; olores y sonidos ayudan a los lectores a situarnos y a ponernos en la piel del protagonista, nos meten en la historia completamente.
Me ha dejado un sabor muy de película de suspense. No sabemos quién quiere el portafolio y para qué, de dónde proviene ese olor a perfume que huele tan intenso, por qué tu protagonista lleva un arma, qué pasa para que se dispare, quién ha disparado… Tantas incógnitas. Nos dejas con la intriga, nos pones la miel en los labios y nos incitas a querer seguir leyendo. Buen trabajo.
Me ha gustado la frase “como si tratara de liberarse de una gruesa cadena”. Con tan pocas palabras, dices muchísimo de la relación de la chica con la otra mujer (seguramente, su madre).
En lo formal, he detectado algunos problemas con tildes y comas, y algún error de dedo:
“se expresaba a través DE los cruces de miradas”
“en este pasadizo intermitente y PUDE percibir, sin ninguna duda, que aquellos labios ya no murmuraban”
“Me imaginé a todos los ocupantes del departamento ¿dirigiendo? sus miradas hacía él, pero solo imaginaba, no se podía ver nada.”
“hacía una temperatura confortable”
“El túnel dio una tregua que duraría quizá un segundo, quizá dos.”
“Sí que pude llegar a ver cómo aquel sombrero estaba girando hacia ellos.”
Me has descubierto una palabra nueva: ínterin. Gracias 😛
Enhorabuena por tu trabajo.
Nos leemos 🙂
Gracias Natalia.
Tus correcciones son siempre bienvenidas, como siempre.
Es un relato de sensaciones. Deja muchas puertas abiertas, pero de alguna manera hay un desenlace (creo yo). Cuando el protagonista se va del departamento tenía dos opciones; hacerle caer al suelo como el que había recibido la bala o hacer que fuera él quien hubiese disparado.
Bueno, es lo que salió.
Gracias por tus comentarios.