Eran las 7:00 de la mañana cuando el despertador hizo su estridente entrada en escena.
Ese día, meses más tarde, volvía a tener una entrevista de trabajo, a sus cuarenta y nueve años. Por ello decidió acometer el ritual del afeitado que había abandonado tiempo atrás para poner fin a su poblada y descuidada barba. “La ocasión lo merece”, murmuró mientras sacaba de un cajón el maletín forrado de terciopelo morado con los utensilios necesarios.
Tras embadurnarse el rostro con crema, sus manos iniciaron una danza de movimientos lentos y expertos, al tiempo que podía sentir aquellos consejos que resonaban en todo su ser, erizándosele el vello con el recuerdo del tono afectuoso y delicado con que su padre se solía dirigir al entonces adolescente para evitar que se lastimase con el filo de la navaja. Terminado el ritual de higiene, comenzó a vestirse eligiendo la ropa a conciencia. Con un impecable traje oscuro y un portafolio bajo el brazo, descolgó el sombrero que su mujer le había regalado en el último cumpleaños que compartieron juntos, y salió por la puerta esperanzado.
Detestaba el autobús, por los mareos que le producían las conversaciones insulsas de los pasajeros, así que echó a andar para aclararse los pensamientos y preparar con garantías la entrevista. Se imaginaba a Isabel, la persona con la que había hecho una fase previa por teléfono. Una entrevistadora que le hablaría -pensaba él- desde la soberbia condescendiente, aquella que surge de no haber estado nunca en el fondo de los olvidados, y que pondría en duda su adaptabilidad en un entorno caótico y en constante cambio… “¡Para, cojones!” se dijo con vehemencia, sobresaltando así a los viandantes cercanos. “Sosiégate, Benítez”, murmuró. Él sabía que a experiencia y referencias no le ganaba nadie. Respiró profundamente, con la torpeza de aquel que no tiene tal práctica, arrancando un tosido, quizás por el despecho de unos pulmones que habían sufrido años de sobredosis diaria de nicotina.
Veinte minutos después llegaba al edificio donde se le realizaría la entrevista. Cuando se abrieron las puertas del ascensor accedió a una amplia zona compartida por la recepción y la sala de espera. Se mantuvo de pie mientras constataba la juventud del resto de candidatos que aguardaban su momento de entrar. Los pensamientos se empezaban a desbocar cuando los expresivos ojos de la recepcionista fueron al rescate indicándole con sutileza que era su turno.
—Tristán Benítez, ¿verdad?
—Sí, señorita.
—Entre por la segunda puerta a la derecha.
—Muy amable.
—Suerte —dijo susurrando, con gesto cómplice.
—Permiso —dijo tras llamar a la puerta.
—Adelante, señor Benítez. Mi nombre es…
—Carlos de la Iglesia, director del Departamento de Personas desde 2009. Me gusta estar al día.
—Impresionante. Siéntese y hablemos.
Ambos se enfrascaron en un agradable diálogo y, tras alguna risa, los formalismos se fueron diluyendo. Tristán estaba disfrutando con aquel encuentro. Consideraba a Carlos un triunfador. De su misma generación, había ocupado puestos directivos en varias empresas del IBEX35. Llegado un punto, aquello no parecía una entrevista de selección, si bien pronto percibió la habilidad del entrevistador para recabar información sin necesidad de preguntas directas, con un uso medido y eficaz de los silencios.
—Bien, Tristán. Esta reunión me ha permitido verificar lo que mis colaboradores intuían de los procesos previos. Me gustaría profundizar un poco más. ¿Me permites?
—Adelante, por favor.
—¿Por qué llevas 17 meses sin trabajar?
—Como te he dicho, he tenido problemas de salud. No estaba en condicio…
—¡Deja de engañarme! — sentenció con un tono de voz elevado, inesperado para el curso amable de la entrevista.
—No lo hago —dijo Tristán, tratando de atemperar la emoción que quería brotar.
—Entonces,…deja de engañarte —aseveró, volviendo a un tono más relajado sin perder la severidad recién estrenada.
—¿Por qué crees que lo hago? —dijo el acusado, asomando lo que parecía una imploración.
—Porque la razón de tu inactividad no era tu estado. Una persona con tu temple y tu capacidad debe haber pasado por situaciones duras, casi inmanejables. Y sin embargo, en tu vida laboral no has faltado ni un día al trabajo. A mí también me gusta estar al día…
—Impresionante. Sigue, por favor.
—Claro. Verás, bajo tu inactividad tenías la creencia que las respuestas no estaban en el desempeño profesional…
—Tal vez,…pero ejercer esta profesión me da la vida.
—No hay duda. Sin embargo vivir dejó de ser una prioridad. Sólo querrías obtener respuestas. Creo saber de lo que hablo.
—Eso es cierto. Al fallecer mi mujer todo dejó de tener sentido. Me desubiqué. Lo que daba por sentado se esfumó. Ya nada importaba.
—¿Y ahora sí hay cosas que importen?
—Es complicado explicarlo…
—Inténtalo.
—El duelo creo haberlo pasado con más o menos éxito. Mi cuerpo me pide hacer laboralmente lo que siempre he hecho y que tantas satisfacciones me ha reportado. Pero hasta cuándo. ¿Estaré viviendo una ilusión? ¿Estaré huyendo de mí mismo? Si vuelvo sin haber subido un peldaño, su muerte carecerá de sentido.
—¿Subir de peldaño? Veo que entramos en un terreno más… espiritual.
Unos minutos después continuó.
—Te propongo lo siguiente: márchate bien lejos; a otro país. Unos cuarenta días, con poca ropa y utensilios. Ponte a caminar. Contacta con otras personas y otros lugares. No te preocupes por el dinero. Yo personalmente te lo financio. Cuando vuelvas te preguntaré de nuevo si hay cosas que importen y si crees que con nosotros podrás satisfacerlas, entonces el puesto será tuyo. Y si no, ya veremos cómo me devuelves lo prestado…
Un apretón de manos selló la entrevista, emplazando la respuesta para el día siguiente. Una vez se hubo ido Tristán, Luis, el becario que permaneció en segundo plano durante todo el encuentro, se atrevió a preguntar, con la confianza que da ser el hijo del Director General:
—¿En serio le vas a pagar el viaje?
—Claro que no. Lo hará la empresa que dirige con tanto tino tu padre. Pero si quieres que un hombre recto crea en una organización, éste debe poder encontrar unos ojos a los que poder hablar y con que confiar, y no un ente casi invisible, casi inanimado.
—¿Por qué será que no me lo creo? Más de una vez te he escuchado decir que la moral es como la plastilina, que solo tiene razón de ser si la moldeas a tu gusto.
—Calla, mal pensado…
Hola, Jose
Tengo un conflicto con tu texto: no me acaba de parecer creíble que un señor vaya a una entrevista de trabajo, con alguien a quién no conoce, y que el entrevistador le ofrezca ese viaje pagado y se preocupe de su bienestar… Eso no me parece muy real. A no ser que sea un señor con un currículo muy bueno que ha pasado una mala racha personal y entonces esta empresa quiera ficharle, pero estando bien a nivel emocional.
Creo que si la idea era esa (que no lo sé), nos faltarían datos al principio. Para que entendiéramos que cualquier empresa de ese mismo rango querría disponer de los servicios de tu protagonista (estando como antes de perder a su mujer).
Ya me lo aclararás.
Hay momentos en los que se te escapa la opinión del narrador. El narrador sólo cuenta lo que ve, lo que hacen los personajes, sus movimientos, lo que hay en la escena… pero no opina.
Aquí: “Una entrevistadora que le hablaría desde la soberbia condescendiente, aquella que surge de no haber estado nunca en el fondo de los olvidados, y que pondría en duda su adaptabilidad en un entorno caótico y en constante cambio…“
Y aquí: “Frente a Tristán había un triunfador”. Podrías decir que tenía muchos diplomas colgando del despacho, o describir una foto que nos deje ver su éxito, por ejemplo. Y nosotros, los lectores, ya deduciríamos que no es un fracasado laboralmente.
En lo formal, sigues poniendo adjetivos antes del sustantivo: estridente entrada, expresivos ojos, agradable diálogo. Es de las primeras cosas que nos dijo Javier que no había que hacer.
Faltan dos comas:
“Tras embadurnarse el rostro con crema, sus manos…”
“Sigue, por favor”.
Y aquí creo que falta un enlace entre frases, léelo seguido:
“Cuando vuelvas, te preguntaré de nuevo si hay cosas que importen y si crees que con nosotros podrás satisfacerlas, el puesto será tuyo.” Entonces el puesto será tuyo, por ejemplo.
Enhorabuena por tu trabajo.
Nos leemos 🙂
Gracias por tu esfuerzo comentando, como siempre; puntualizaría que los adjetivos precediendo al nombre había que vigilarlos y medirlos, pero tampoco prohibirlos 😉
Hola, Alberto
Me has hecho buscar aquellos comentarios de Javier en los que hablaba de los adjetivos antepuestos en un texto de Jose (le señaló nueve).
“Te marco los adjetivos antepuestos porque hay demasiados. Como os digo en la introducción, anteponer un adjetivo a un nombre es darle más fuerza que al sustantivo, cuando su función natural es ser complemento de este. Por eso es importante seleccionar cuándo lo hacemos. Por eso y porque su uso excesivo hace que la lectura se haga más pesada y ampulosa. Por ejemplo, en tu texto tiene sentido que hables de máquina silenciosa y de sencillo instrumento, si quieres, aunque también podrías decir ese instrumento tan sencillo. También tiene sentido que hables de una diminuta tienda o una única puerta. En ambos casos, la cualidad del nombre es lo importante, lo que hay que destacar.”
Ahí os lo dejo.
PD: Entendido el matiz, Alberto 😉
Hola, Natalia,
mucha gracias por tu extraordinario esfuerzo. Vayamos por partes. Es cierto que tenía que haber concretado que el protagonista tenía un gran currículum. Lo de que le pague el viaje la empresa…en la conversación entre el entrevistador y el becario se puede intuir, al menos era esa la idea, que van a exigirle cosas que amenacen con mantener la moral, y que para ello antes debe dar la propia empresa, personificada en el entrevistador, para después “exigir”. Por algún motivo, ve que esa es la persona por la que vale la pena hacer ese esfuerzo. Me ha faltado concretarlo.
Acerca de la voz del narrador, en la primera frase que me has señalado, tenía la intención que fuera el protagonista quien lo decía. Parece que la sensación es que lo dice el narrador. No era esa la idea. Habrá que reformularlo mejor. En la segunda frase sí está más claro lo que me dices; es el narrador quien da esa opinión. Craso error.
Sobre los adjetivos… pensé que había pocos. Realmente la clave es no abusar. Si te ha dado la sensación es porque me habré pasado.
Gracias por las comas.
Pensaré lo del enlace. Creo que se entiende bien pero si ponerlo supone que quede más claro, lo reescribo.
Abrazos.
Es un encuentro que me ha transmitido una especie de sensación surrealista. No porque sea el entrevistador de mis sueños (que lo es, si te paga 40 días de viaje de búsqueda), sino por el modo en que la conversación deriva a lo espiritual. Te han salido frases muy redondas, como “Los pensamientos se empezaban a desbocar cuando los expresivos ojos de la recepcionista fueron al rescate indicándole con sutileza que era su turno.”. Algunas otras me han chirriado; en ‘Ese día, decenas de meses más tarde, … se contradice con el dato de 17 meses que aportas más tarde, y metes dos sintagmas de ubicación temporal que juntos suenan algo raro. El párrafo del afeitado es bonito, con los recuerdos al padre, pero tal vez se me queda un poco fuera del texto.
Lo que más me ha gustado, la parte en que me ha parecido que condensas el mensaje con más inteligencia, son las tres últimas líneas de diálogo. Aparece el cinismo, la estrategia y la fe, y siembras dudas y reflexiones en el lector. Interesante idea.
Nos leemos.
Hola, Alberto
Muchas gracias por escribirme. Paso a comentar:
Desde luego, no es muy común que alguien te ofrezca eso. Yo de entrada, dudaría. Desconocemos lo que le pasará por la cabeza a Tristán ni qué decisión tomará, pero por los últimos párrafos, se puede entender, o era esa la idea, que barato no le va a salir. Por otro lado, también puede hacer el viaje y después no querer trabajar en la empresa. Debe ser una empresa bastante potente.
La palabra espiritual surge pero hay que ver desde donde lo dice el entrevistador. Habrá quien espiritual es salirse de la norma.
Con la referencia de los meses me he pillado los dedos totalmente. Podría haber utilizado otra expresión y evitamos problemas.
El pasaje del afeitado lo he puesto porque Tristán sigue teniendo las emociones a flor de piel y en días importantes como aquel, después de tanto tiempo, volver a tener espacio para la faceta laboral, es fácil que le vengan recuerdos.
En el último diálogo quería dar un vuelco, como estoy haciendo últimamente, al cariz del relato. Venimos de un párrafo donde un desconocido le ofrece una oportunidad única para recuperarse definitivamente y que le supone, bueno a la empresa, una cantidad de dinero llamativa, para después como dices tú, sembrar dudas acerca de los auténticos motivos que mueven a Carlos de la Iglesia.
Un abrazo.
Hola Jose.
Curioso relato. En realidad, me cuesta saber cuál es la trama principal del relato. Está claro que la parte principal es la entrevista, pero las escenas más potentes están fuera de esa entrevista. Me gusta la presentación del personaje a través de ese afeitado a modo de ceremonia. También me gusta la conversación con el becario/hijo del dueño que aparece al final, aunque nunca nos preparas para ese final.
El texto es un poco surrealista, y eso te permite explorar ese salto a la espiritualidad, a la moral, a invitarnos a reflexionar en esa crítica velada (o directa) sobre ciertos aspectos de la actual sociedad. Acepto la invitación a reflexionar.
Lo peor de todo que tu personaje tiene 53, cuando la consigna decía 49. ?
Enhorabuena.
Nos leemos.
Hola Jorge
Gracias por comentar. El relato va acerca de un hombre que después de fallecer su mujer, pasa una larga temporada ausente de la vida. Cuando se decide a retomar la actividad se presenta para un puesto de responsabilidad en una importante empresa donde una entrevistador de renombre le ofrece algo raro. Y parece que se lo ofrece porque está pensando en varios movimientos por adelantado para tenerlo “pillado”.
Me alegro que haya cosas que te hayan gustado del texto y lo de la edad…se fue por completo. Supongo que como lo envié más tarde, el protagonista envejeció.?
Abrazos.