Era la quinta noche en esa nueva cama, en esa nueva habitación, en esa nueva y desconocida casa. Cuando se recostó no tenía muchas esperanzas de poder conciliar el sueño, como había ocurrido durante los cuatro intentos anteriores. Tal vez fuera el cansancio o la suerte, mala suerte si se habla en propiedad, pero el caso es que a la quinta venció Morfeo.
La casa y todos sus moradores dormían. Ella yacía junto a su marido, y los niños hacían lo propio en las habitaciones colindantes. Era tal la rendición del cuerpo de la mujer a los designios de la noche que, cuando se levantó, guiada por un extraño llanto, lo hizo sin despertarse. Un hilo de voz lastimoso y lejano tiraba de su voluntad sin ella ser consciente. El camisón de seda verde, corto y ceñido, pareció estremecerse cuando vio la calle. Los pies descalzos de la mujer iban dando pasos, cortos y timoratos, en dirección a la débil señal de socorro. Por desgracia, el destino no quiso que ninguna farola ni otro obstáculo se interpusiera en su camino; ni tan siquiera la mirada perdida de unos ojos ausentes.
Las calles se sucedían a su paso. La cacofonía leía una partitura tétrica que hacía moverse a aquellos pies desguarnecidos. El fresco de la madrugada mantenía a los gatos callejeros agazapados, alertados por la presencia de la respiración ronca de la caminante dormida.
De lo desconocido venía ahora un grito persistente; como si la pena se hubiese convertido en dolorosa existencia. Las piernas de la sonámbula seguían decididas a encontrar el origen, y el asfalto iluminado del pueblo cedió el testigo a un camino de tierra, pedregoso y delimitado por zarzas y un encinar. El terreno ganaba pendiente con cada zancada desnuda, en medio de una oscuridad penetrante. La piel de la mujer se erizaba al ritmo del ulular de varios búhos; la piel, y no la mujer, parecía conocer los peligros que el profundo sueño neutralizaba.
Unos metros más adelante, en la cima del montículo, se extendía otra construcción humana, rodeada por cipreses: el antiguo cementerio de Colombine, donde ya no había más enterramientos por falta de espacio. La verja daba muestra del abandono del lugar, pendiendo de la bisagra superior y carente de varios barrotes como si antaño alguien hubiese visitado el lugar a deshoras. El viento, recién levantado, empezó a mover la puerta que se quejaba con un sonido chirriante, un saludo lleno de desconfianza hacia la invitada.
Las piedras angulosas y las púas clavadas en las plantas de los pies tampoco hacían mella en su letargo. Se encontró una zona enfangada que debió de aliviar las maltrechas extremidades. El grito se oía más alto y fuerte. Quien lo estuviese produciendo notaba la presencia más cercana de la mujer. En el llamado no había palabras; tan solo un dolor que salía de las entrañas.
El viento arreció y las hojarasca empezó a elevarse girando en remolino sobre la caminante, que mostró dificultad para mantenerse en pie. Se aproximaba hacia un claro donde la luna llena devolvía su reflejo. El chorro de luz iluminaba un columpio oxidado, que flanqueaba por un lateral una diminuta lápida, reposada en un suelo cubierto de mala hierba.
Al llegar a esa posición, en medio de un estruendo de viento y alaridos, sus manos no dudaron en deslizar la pequeña pieza de mármol unos centímetros. Después metió un mano en el hueco oscuro y sacó el cadáver desnudo de un neonato de cuyas cuencas tan solo asomaba vacío, con una cicatriz en el pecho que recorría toda su extensión.
Lo estaba agarrando por el cuello y el llanto de repente desapareció. En su lugar los labios amoratados del muerto empezaron a sonreír durante unos segundos. Los brazos y piernas se movían como mecanismos artificiales independientes; cada uno seguía un trayectoria diferente, una trayectoria que a ojos de un despierto hubiese resultado horripilante.
De súbito, justo cuando la mujer despertó, el bebé hundió las cejas, apretó los labios y arrugó la nariz para decir, con una rota, adulta y severa voz:
—¿Quién me ha arrancado los ojos y llevado mi corazón? ¿Has sido tú, furcia?
Hola, Jose
Te ha salido un texto oscuro e inquietante.
Me pregunto por qué la mujer no puede dormir en esa nueva casa, por qué se han mudado ahí y qué relación puede tener con ese bebé que llora. Quizás sea un bebé ajeno pero ¿por qué la llama a ella? Misterios.
Para mí este texto se puede interpretar de varias formas:
La primera, se puede pensar que es una pesadilla, que la mujer está soñando en esta primera noche que consigue dormir.
La segunda, que sea una metáfora. Quizás la mujer se ha separado tanto de su niña interior, llevada por el ritmo de la vida, que ya ni ve ni siente y por eso al bebé le faltan los ojos y el corazón. Porque sí, ha sido ella la que se los ha quitado, en modo metafórico.
En fin. El texto está bien escrito, a tu estilo, y me ha hecho pensar (más allá del susto inicial de la imagen, jeje).
En lo formal, he anotado unas cuantas cosas:
no quiso que ninguna farolaS
El viento arreció y laS hojarasca
Después metió unA mano
cada uno seguía unA trayectoria diferente
Lo estaba agarrando por el cuello y el llanto de repente desapareció. El tiempo verbal que has elegido suena raro. Me suena mejor “Cuando lo agarró por el cuello, el llanto desapareció de repente”
¿Quién me ha arrancado los ojos y llevado mi corazón? Suena raro. Yo pondría “y se ha llevado mi corazón”.
Una trayectoria diferente, una trayectoria que a ojos de un despierto… (yo quitaría “una trayectoria” después de la coma).
Enhorabuena por el trabajo 🙂