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Son las 7:29 y el metro ya debería estar aquí. ¿Por qué se retrasará a esta hora? Como tarde un poco más no llego al instituto a tiempo. El trayecto de doce paradas dura veinticinco minutos.

Vale, lo oigo, ya llega.

Se abren las puertas del último vagón. Está bastante lleno. Así estará justificado que me quede de pie. Me parece tan insalubre sentarme en esos asientos. Menos mal que llevo la doble mascarilla y la pantalla encima, aunque si pasa como ayer y no se activa pronto el aire acondicionado me voy a asar de calor. Lo mejor será que piense en otra cosa. A ver qué hora es 7:31. Al fin y al cabo, estoy protegido. Mientras no toque nada no hay problema pero por si acaso voy a ponerme los guantes de nitrilo. A todo esto, ¿hoy tenía deberes de Naturales? No estoy seguro. Voy a echar una ojeada a la libretaa ver, a verno, parece que no tenía.

Bueno, pues lo dicho, me voy a dedicar a mirar a los demás. Veo algunas caras conocidas. Las mismas caras que cada día suben al metro a la hora que yo. Todas, mirando su móvil. Tiene gracia. Raquel y todas las anteriores a ella me dieron esquinazo con la misma excusa: «eres muy rarito». A ver qué hora es 7:34. Y sin embargo, todo el mundo está enganchado al móvil, con sus movimientos compulsivos de deditos. Claro, eso es normal, como lo hace todo el mundo. Pandilla de digitontos. Pues yo no voy a caer en eso… Esas ondas atravesando tu cerebro. Soy muy consciente de eso pero ellos parece que no; que lo que es invisible o diminuto no existe en su cabeza. «De algo hay que morir», es la respuesta típica. ¿Tenía deberes de matemáticas? A ver, a ver que lo miresí, tenía, pero ya ni recordaba haberlos hecho. Cada vez entra más gente. Parece que aquí lo de guardar la distancia de seguridad no hace falta. Lo mejor es que me acerque al gusano del medio, pues ahí hay menos estabilidad y no se pone casi nadie. ¿Pero cómo llegar sin tocar ningún cuerpo? Ahora no lo veo nada claro. Es imposible. Mejor miro a los demás y me tranquilizo. ¿Quién ha tosido? Maldita sea, ha sido la señora esa que lleva una mascarilla cutre de tela. Seguro que sin filtro. Mejor me pongo de espaldas al mundo y vea todo como Platón, aunque en lugar de sombras, reflejos. A ver qué hora es 7:36. Sí, es lo más conveniente. ¡Me acaba de rozar algo por la espalda! Menos mal que llevo una muda entera de repuesto en la mochila. No me la tenía que haber quitado de la espalda y así no me hubiesen tocado pero de esta forma evito problemas. Aún recuerdo cuando el agente de seguridad me dijo que abultaba mucho y que iba golpeando a todo el mundo. Normal que abulte. A lo largo del día pueden pasar mil circunstancias. Soy un chico precavido, el más precavido. Qué menos que llevar ropa de recambio, gel de manos, protector solar, un pequeño botiquín, toda la comida del día, que además no precise calentarse, papel higiénico, toallitas húmedas y mis libros, claro. En cuanto pueda, me pido la mochila de ruedas, o quizás antes un patinete, así evitaría este foco de gérmenes subterráneo. A ver qué hora es 7:39. ¡Se ha hecho un hueco! Me armaré de valor y daré dos pasos hasta llegar. Ahí va el primero, me espero un momento a que la mujer del vestido verde termine de hablar por teléfono y proyectar aerosolesvale, ahora es el momento. Segundo paso. Necesito separar un poco las dos piernas para ganar estabilidad y así no me tengo que agarrar a nada. De lo contrario, tendría que cambiarme de guantes. ¿Cuál será el criterio para encender el aire acondicionado? ¿Será necesario que alguien caiga al suelo por una lipotimia? Todo mi cuerpo está sudando; y en breve, empezaré a oler. En cuanto llegue al instituto voy directo al baño y me limpio con toallitas húmedas. Bien mirado, oler en el metro puede ser un mecanismo de defensa para que no se te acerquen. Aunque no tengo estómago para eso. Antes me pongo alguna colonia fuerte, de las que utilizaba mi padre allá por los años 80. Algún día tal vez me pulverice zotal, ¡qué gran invento! Microbicida, fungicida y desodorizante de amplio espectro. Si no fuera porque se me irrita la piel me volvería a dar baños con zotal. A esta gente que me está dando el viaje la maceraría varios días con ese producto, móvil incluido, y que se les fuera la tontería rapidito. Pero míralos, cómo escriben con sus deformados pulgares, con qué ansias, como si no hubiera un mañana. A las 7:42, ¿a quién narices estarán mandando un mensaje? Quizás se estén apresurando a redactar sus testamentos, quizás hayan tenido un instante de cordura y se hayan dado cuenta que un tumor les está comiendo terreno en el cerebro. Aunque algunos ríen mientras escriben. Eso significa que o bien se me desmonta la teoría o bien son unos malditos psicópatas, de esos que disfrutan tanto con la muerte ajena como con la propia. A todo esto, ¿el profe de filosofía mandó alguna lectura? Un momento que me saque la libreta para comprobarlo ah, nada. Bueno, de hecho, nunca manda nada.

Quinta parada. Ya sólo faltan siete. Con este sudor, la mascarilla interior me la tengo que cambiar inmediatamente. Llevo diez de repuesto pero voy a pasarme por la farmacia, que no me fío y me compro varios paquetes. A la hora, una nueva. Te dicen que duran cuatro horas, pero son unos listos. Porque eso no significa que a las tres horas y cincuenta y nueve minutos siga siendo eficaz y a las cuatro horas deje de serlo. Si es eficaz durante cuatro horas, a las dos horas será el cincuenta por ciento eficaz y cuando falte una hora sólo tendrá una cuarta parte de eficacia. Yo no sé cómo la gente puede estar tan tranquila, contándose chistes y alzando la voz en esa última hora. Más callados que en un velatorio. Así deberían estar. Atajo de insensatos. Cualquier día empiezo a repartir mascarillas en cuanto entre al vagón.

Son las7:45. Como no lleguemos pronto mi cabeza explota. Joder, ¿por qué no seré como ellos? Un descerebrado más que no piense en las consecuencias de todo. Seguro que así me hubiese llegado a enrollar con Raquel, aunque cuando me dijo que se había empastado varias muelas por caries se me bajó todo. Nadie lo va a reconocer pero meter la lengua en boca ajena es un peaje escabroso. Ese intercambio de babas no lo veo, como compartir vaso o botella. Menudo mosqueo pilló Enrique el día que no le di agua de mi cantimplora. Pero si no sabe beber sin chupar es lo que hay. Algún día le preguntaré porqué no me habla desde entonces, y más siendo, como éramos, colegas inseparables. Vale que tenía una sed de mil demonios pero con eso soy intransigente. Como se la dio Tomás, ahora éste ocupa mi lugar. Cabrón oportunista. El día que le pregunte, si llego a hacerlo, le llevaré un pack de agua baja en sodio y en residuo seco, y que me perdone de una vez. Al fin y al cabo, la cosa va de saber el precio de los demás; simplemente hay que elegir el grado de sutileza. A todo esto, son las 7:48.¿Tendré faltas de ortografía en la redacción de Lengua? Lo he revisado varias veces pero es fácil que se te escapenmejor si lo vuelvo a mirar. A ver, a ver vale, parece que perfecto. ¡Qué forma de frenar del maquinista! Justo me agarro del asidero por donde lo ha hecho el señor que se baja en esta parada. ¡Qué caliente y sudoroso lo ha dejado! Debería cambiarme el guante antes de que me lleve la mano a la cara ¡mierda! La caja de guantes está al fondo de la mochila y aquí no puedo sacar todo. No podría soportar que se me cayera algo a este suelo inmundo. Ya está, cruzaré los dedos de esa mano para recordar que ahora está inservible. O me puedo sacar el gel hidro-alcohólico del bolsito de mano pero para eso necesito dos manos. Mejor cruzo los dedos. Son las 7:51. Falta un suplicio de cuatro paradas. A minuto por parada. Descarto llegar al gusano. Tengo cuatro minutos para llegar cerca de la puerta, no en la misma puerta, que ahí hay mucho flujo de virus, pero cerca, para hacer una salida limpia, triunfante. ¡El almuerzo! ¿Me lo he llegado a guardar? Estoy seguro que lo revisé pero si me surge la duda es porque debo verificarlo de nuevo. Además, el compartimento del bocata es muy accesible Perfecto, ahí está. Aunque bien mirado, me lo debería comer después, cuando llegue a casa, porque abrir la boca en el instituto a la vez que todo el mundo, por muy al aire libre que sea,pues como que no. Me vuelven a rozar en la espalda. Mañana me disfrazo de puercoespín y a ver quién se atreve a invadir mi espacio. Dos paradas quedan. Dos minutos y recuperaré la libertad. Casi prefiero que la gente esté obsesionada con el móvil, así no hablan y no pulula el virus por el aire. Pero el lado negativo es la cantidad de ondas que salen de esos aparatos malignos y atraviesan todo a su paso. Me voy a buscar un casco anti-radiaciones. Ande yo caliente y ríase la gente, decía mi abuelo. Cuanta razón tenía. Él sí que sabía que lo mejor era la vida del campo, sin tanta porquería invisible alrededor. Pero el bicho raro soy yo. Fin de trayecto.

 

Join the discussion 2 Comments

  • Natalia dice:

    Hola, Jose
    Menudo monólogo interior. Consigues transmitir el nerviosismo y la angustia de tu protagonista por el contacto con las otras personas en el metro. No das tregua al lector y le sumerges en esta tensión constante, con las continuas preguntas que se hace, analizando y revisando una y otra vez todo.
    Creo que tenías un objetivo y que lo has conseguido. Enhorabuena.
    Tu protagonista me ha recordado a la mía en el texto del autobús. Los dos ansiosos en lo social.

    La situación provocada por la pandemia ha convertido a muchos en obsesos de la limpieza y la desinfección. El miedo se ha apoderado de ellos y les ha llevado casi a un trastorno obsesivo compulsivo. Tu texto es una realidad reconocible para muchas personas.

    En lo formal:
    Algún día le preguntaré POR QUÉ no me habla desde entonces.
    Ande yo caliente y ríase la gente, decía mi abuelo. CUÁNTA razón tenía.

    Un abrazo.

  • Jorge dice:

    Hola Jose.
    Esta bien traida la tensión del protagonista a través de sus reflexiones. Me gusta como se detiene en cualquier detalle para explorar y reflexionar sobre la situación. Pronto el lector descubre que está ante alguien obsesionado y un poco especial, aunque todos tenemos un poco de se personaje.
    Cada vez que mira el reloj sueles cambiar el foco de su obsesión, aunque no en todas, en alguna me ha parecido que lo mira sin objetivo y que sigue con el tema anterior. Quizá era la excepción que confirma la regla.
    Aunque esta llevado al extremo, hay muchas conversaciones (incluso dentro de las familias) entre gente despreocupada con la situación de la pandemia y gente absolutamente concienciada. Es una situación curiosa.
    Aprovecho para felicitarte el año.
    Felicidades

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