Veo por fin la plaza en la pantalla del televisor. La crudeza de la imagen hace que me encoja en el sofá, como si alguna fuerza desconocida me comprimiera el vientre. La cámara del dron nos muestra una pareja de jabalíes atravesando la Virgen Blanca, registrando con claridad el sonido de las pezuñas golpeando el pavimento. Es el único rastro de vida. No se percibe ningún otro movimiento, tan solo la sombra de las nubes desplazándose sobre el empedrado. Aún quedan restos de basura en varios rincones, y la estatua central está cubierta de excrementos.
La plaza aparece de golpe en mis recuerdos doce años atrás, el último agosto en que se celebró la fiesta: una ola de brazos extendidos al cielo, y flotando sobre ella una nube de gotas de sidra y cerveza brillando al sol. Ropa mojada, risas y ruido. Ahora, la imagen de los jabalíes solitarios me hace ver que alguien ha cogido el alma del lugar y lo ha arrojado a un vertedero. Cuando escuché que una cadena de televisión belga había conseguido un permiso especial para enviar drones a varias ciudades del sur de Europa, pensé que no me afectaría sumergirme en el Gasteiz del presente. Pero noto una nausea sorda recorriendo mis tripas.
Me incorporo en el sofá, pero no me levanto. Marie pone una mano en mi muslo con delicadeza. El dron sigue a los animales a poca distancia, enfilando la calle Prado y mostrando las fachadas blancas a ambos lados de la calle. Hay alguna ventana abierta, con los cristales rotos y las sucias cortinas ondeando hacia el exterior. Un gato negro se lame las patas en el enrejado de un balcón. Una rareza, nos informa la voz monótona y grave del comentarista, ya que la mayoría de los animales domésticos ha desaparecido. Sobrevivieron un par de años saqueando los contenedores de basura y las despensas de las viviendas abandonadas. Después sucumbieron a manos del hambre o del virus.
El dron sobrevuela ahora Sancho el Sabio, pasando sobre el tranvía; está oxidado, apenas se distinguen algunos jirones de su pintura verde original. Un par de ratas corretean entre los raíles. Identifico las ventanas del primer piso encima de un restaurante chino: allí viví durante más de seis años, con mis compañeros de universidad. Las persianas se ven bajadas, detrás de unos cristales opacos por la suciedad de una década de lluvias. Una capa de porquería marrón y gris cubre también los pocos coches que quedaron en la Avenida de Gasteiz. Una bolsa de plástico pasa volando cerca de la cámara, y la panorámica se desplaza hacia la calle Gorbea. Hay varias botellas rotas en el cruce con Bastiturri. Un poco más allá se ve un movimiento: un grupo de buitres agitando las alas en la acera, frente a un estanco. El dron se aproxima, espantando a los carroñeros, y graba el cadáver: es un potro, con la piel gris abierta y cubierta de moscas. Su cuerpo reposa sobre una superficie de papeles y periódicos pegados contra el pavimento, mil veces mojados. Las persianas metálicas de los negocios contemplan la escena, indiferentes. Aparecen la frutería de Nekane, y el Vivaldi. Me viene a la mente el rostro del navarro bonachón que cocinaba en el Vivaldi: sus pinchos de champiñón eran famosos en toda la ciudad. Se lo llevó la primera ola del virus, antes de la mutación, cuando aún lo llamábamos SARS-CoV-2. Fue una de aquellas muertes que todavía nos sorprendían. Después, los acontecimientos comenzaron a evolucionar mucho más rápido que nuestra capacidad de asimilarlos.
La cámara se dirige a los aledaños del parque de la Florida. A medida que se acerca a la masa arbolada, el poderoso canto de cientos de pájaros lo envuelve todo. Un grupo de ciervos sacia su sed en el estanque. Al igual que los jabalíes y otros grandes mamíferos —nos informa la retransmisión—, ellos también atraviesan el centro de la ciudad por ser el camino más corto entre los montes al sur y las aguas del Zadorra al norte. Al ver el viejo estanque, me doy cuenta de que el parque ha abandonado la geometría de su diseño original, y extiende sus dominios como una poderosa mancha de tinta verde. La hierba y los arbustos crecen sin control, devorando baldosas, bordillos, incluso farolas. Cuando el dron recorre la avenida peatonal frente al jardín botánico, reconozco un banco de madera oculto entre la maleza. El recuerdo me asalta con una punzada de dolor: me veo allí sentado con ella, en fiestas de Santiago, besándonos por primera vez. Y en ese mismo instante, mi cerebro me muestra su rostro entubado en la cama del hospital, mirándome con ojos vidriosos poco antes de morir.
Aparto la mirada del televisor, me levanto del sofá y voy al baño. Me enjuago el rostro con agua fría, reposo un par de minutos con las manos apoyadas en el lavabo, y llega Marie: «No tienes por qué verlo, Alberto. Debe de ser muy duro ver tu ciudad de ese modo». «Ya no es mía, Marie», y acepto el abrazo que ella me ofrece. «Ya no es la ciudad de nadie».
Hola, Alberto
Me ha gustado mucho tu texto y me he imaginado viendo todo desde arriba, como si yo fuera el dron. Qué desazón y qué dolor ver las calles, que antes te arroparon, vacías, sucias y abandonadas. Y ese pedazo de tu vida ahí abandonada también, atrapado sin escapatoria, para siempre en esa “ciudad de nadie”. Y el dolor de la pérdida, de tu mujer y de ti mismo. Intentando ahora seguir adelante con la vida y con el amor.
Ha sido una descripción muy detallada de los lugares, de sus formas y de las sensaciones que ahí quedaron. Aunque nunca he estado en tu ciudad, la he sentido. Felicidades.
En cuanto a lo formal, aquí yo habría añadido las comas en la frase aclaratoria:
“una ola de brazos extendidos al cielo y, flotando sobre ella, una nube de gotas de sidra y cerveza brillando al sol.”
Y decir que el alma es un nombre femenino, aunque lleve “el” delante. Así que la frase tendría que ser:
“…que alguien ha cogido el alma del lugar y la ha arrojado a un vertedero.“
Según el diccionario: Alma, nombre femenino
Entidad abstracta tradicionalmente considerada la parte inmaterial que, junto con el cuerpo o parte material, constituye el ser humano; se le atribuye la capacidad de sentir y pensar.
“El alma no es una realidad sensible y, por tanto, no puede ser estudiada por la ciencia”
Enhorabuena por tu trabajo. Lo he disfrutado mucho.
Nos leemos 🙂
Gracias, Natalia. Bien vista esa coma. Lo curioso es que en mi primer título aparecía la palabra alma y entonces encontré que era un nombre femenino, lo estuve leyendo y todo… pero luego cambié el título, y el artículo dentro del texto se me escapó 🙂
Hola Alberto.
Muy cuidado tu relato. Me ha gustado, y eso que no has aprovechado toda la belleza de Gasteiz, pero hay hermosas descripciones. Consigues hacer un repaso de la ciudad vacía utilizando varios recursos que pones a tu servicio; el dron, el periodista que narra, y la propia visión de Alberto. Consigues combinar todo de forma equilibrada. También repartes las descripciones físicas con los únicos personajes que tenías a tu alcance, los animales. En esto también te desenvuelves con oficio.
El uso del presente y la primera persona le da mas fuerza e intensidad al escrito, aunque no abusas de ello, te centras en hacer una descripción de hechos muy correcta.
Hay algunas frases con buenas imágenes: “la sombra de las nubes desplazándose sobre el empedrado”, “gotas de sidra y cerveza brillando al sol”.
La forma en que atraes al lector de una descripción espacial a detalles personales también está logrado, con esa muerte
del navarro bonachón y luego con esos primeros besos escondidos en el banco.
¡Quiero volver a Vitoria!
Enhorabuena.
Gracias, Jorge. Cuando vuelvan a abrir los restaurantes, comida / cena de escritores desatados en Vitoria-Gasteiz, ok?
Hola Alberto,
me ha gustado tu relato, he disfrutado recorrer la cuidad a vista de dron mientras sentía la angustia de las historias que llevaron a su abandono. No conozco la cuidad, pero he oído que es una de las más verdes. Sería una pena perderla, así que espero que el futuro nos lleve a ese punto.
Enhorabuena.
Hola, Alberto
Has escogido, como Carlos, el tema del virus, aunque con otra perspectiva distinta.
Me gusta mucho cómo ubicas la situación, cosa que haces frecuentemente y con mucho tino.
Las escenas que se suceden son muy apocalípticas, con los animales campando a sus anchas por la ciudad.
Bien pronto nos trasladas tus emociones (“me comprimiera el vientre); no pierdes el tiempo. Apelas a los sentidos del lector con las pezuñas de los jabalíes golpeando el pavimento.
El recurso del dron sobrevolando ciudades abandonadas me parece muy interesante, y si el protagonista es el que visualiza su propia ciudad, el impacto está garantizado.
La plaza aparece de golpe en mis recuerdos doce años atrás, el último agosto en que se celebró la fiesta: una ola de brazos extendidos al cielo, y flotando sobre ella una nube de gotas de sidra y cerveza brillando al sol. Ropa mojada, risas y ruido. Ahora, la imagen de los jabalíes solitarios me hace ver que alguien ha cogido el alma del lugar y lo ha arrojado a un vertedero. Cuando escuché que una cadena de televisión belga había conseguido un permiso especial para enviar drones a varias ciudades del sur de Europa, pensé que no me afectaría sumergirme en el Gasteiz del presente. Pero noto una nausea sorda recorriendo mis tripas.
Introduces personajes de aquella época; personas que eran familiares al protagonista. Está claro que nos resulta más fácil escribir de vivencias propias, como es el caso, supongo.
Mientras leo, noto cómo el propio pavor se va apoderando de mí. Si buscabas eso, lo has logrado, c…azo.
Esa sensación desagradable choca de lleno con la certeza de la fuerza de la naturaleza y de toda la flora y fauna que el ser humano ha estado fastidiando durante tantos siglos y que por fin hace lo que le viene en gana. Con el canto de los pájaros vuelves a llamar a nuestros sentidos, otra vez, el oído.
El recuerdo del banco de madera también es potente porque vuelve a inspirar emociones, tanto buenas como malas. Me ha removido esa parte. Bravo.
En definitiva, encuentro que el texto está bien estructurado, con una idea clara de lo que se quiere tratar, que no encierra dificultad entenderlo, pues es una única escena de dos personas viendo la televisión. Y este vehículo lo aprovechas a la perfección para generar congoja y tristeza, las que el protagonista va sintiendo durante el relato.
Nos leemos.
No sé qué he hecho con las críticas esta vez que se me han copiado cosas que no tocaba.